ACOGER LA PALABRA DE DIOS Y PONERSE EN CAMINO (Homilía Domingo XV TO)
Tres ideas fundamentales me han sugerido las lecturas de este domingo. La primera es que Dios está empeñado en dar a conocer su palabra, para convertir nuestro corazón y sanar nuestras heridas.
La segunda es que todos somos destinatarios de esa palabra, que nos corrige y nos interpela. A veces la acogemos con mansedumbre y a veces la rechazamos porque no nos interesa prestar oídos al mensaje de Dios. En la primera lectura escuchábamos como Amasías, un sacerdote del antiguo santuario de Betel, le dice al profeta: «Vete (de aquí) y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí». Qué te importa a ti lo que yo hago o dejo de hacer. Déjame tranquilo, no vuelvas a molestarme. A aquel sacerdote no le interesa prestar atención al mensaje del profeta, porque no quiere reconocer el mal que comete. Tampoco al drogodependiente, al alcohólico o al corrupto les gusta que alguien les diga que están obrando mal y necesitan cambiar. Pero es necesario que se lo digan para su propio bien. Tampoco a nosotros nos gusta que nos digan que somos perezosos, que criticamos demasiado, que trabajamos mal, etc. Pero es necesario, porque quien nunca es corregido no se convertirá en un una mujer o un hombre maduros; será siempre una niña o un niño caprichosos. Desgraciadamente es lo que sucede hoy con tantos jóvenes, que crecen sin que nadie en el hogar o en el colegio les diga que en esta vida no se puede hacer siempre lo que a uno le apetece, que el verdadero amor implica sacrificio y entrega, que en la vida hay que asumir responsabilidades y hacerse cargo de los demás, especialmente de los más débiles. Quien sabe amar, sabe corregir con cariño y verdad, buscando siempre el momento adecuado.
Aquí entroncamos con la tercera y última idea importante que nos transmiten las lecturas de hoy. No sólo somos destinatarios de esa llamada a la conversión por parte de Dios, sino que, una vez que la hemos acogido en nuestro interior, somos llamados a ser instrumentos vivos que la hagan llegar a los demás. Dios cuenta con nosotros como contó con los profetas y los apóstoles. Los padres deben ejercer de padres, los maestros de maestros, los curas de curas, etc. y decir las cosas que hay que decir, no lo que la gente en general quiere escuchar.
¿Qué nos hace falta para llevar a cabo esta misión? Lo dice el mismo Jesús: «Un bastón y nada más, ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; llevar sandalias, pero no una túnica de repuesto». En definitiva, confiar y ponerse en camino. El que quiere tenerlo todo asegurado, al final no hace nada, porque incluso, en el momento que llegue a tenerlo, tendrá miedo a perderlo. Las sandalias y el bastón son el signo del movimiento; un movimiento de salida hacia el otro, que nos exige dejar de vivir la vida centrada en nosotros mismos, mirándonos el ombligo y quejándonos todo el día de lo mal que está todo. Salir de nosotrs mismos para entrar en la casa, en la intimidad, de quien está a nuestro lado: esposo, esposa, hermano, padre o amigo; para entrar en lacasa o intimidad del más débil: el enfermo, el necesitado, el desconsolado, etc., para ofrecerles el mayor de los regalos posibles: una nueva vida, la vida de los hijos de Dios, la vida que Cristo ha querido darte en la cruz, porque cree que tú eres muy importante y valioso, capaz de grandes cosas.
Recuerda que Dios está empeñado en dar a conocer su palabra, para convertir nuestro corazón y sanar nuestras heridas, y que para ello cuenta contigo. Ojalá le sepamos decir que sí. Así sea.