HABEMUS PAPAM
Acabo de vivir una experiencia inolvidable, un momento que quedará grabado para siempre, más que en la retina de mis ojos en mi corazón. Doy gracias a Dios.
Llegaba a las 18:40 a la plaza de san Pedro junto a dos compañeros sacerdotes sin estar muy convencidos de que pudiéramos ser testigos esta tarde de la ansiada “fumata bianca”. Pero había que estar allí en ese momento, porque nunca se sabe. Decenas de miles de personas debían pensar como nosotros y la Plaza de san Pedro era como un pequeño mar de gente en el que los paraguas hacían las veces de un pequeño oleaje.
Saqué mi rosario, el rosario que tantas veces desgranó mi madre y que desde su muerte el pasado octubre llevo conmigo, y comencé a rezar por los cardenales y el nuevo Papa. Cuando acabé de rezar, hablé con el hombre que tenía a mi lado: un italiano del sur que se encontraba en Roma por motivos de trabajo y que tenía la esperanza y la ilusión (que bello es ver en los ojos de una persona adulta el destello propio de un niño) de poder ver la "fumata bianca" y en consecuencia al nuevo Papa. No habíamos hablado ni 3 minutos cuando el humo hizo su aparición en la chimenea de la Sixtina. ¿Blanco? Parecía… No, es negro… No, es blanco... blancoooooo… fumata biancaaaaa. Aplausos, gritos…
De repente muchos paraguas se cerraron y ese mar tranquilo de gente que era la Plaza de san Pedro entró en fuerte oleaje y todos empezamos a movernos hacia delante, buscando estar lo más cerca posible de la logia en la que haría su aparición el nuevo Papa. Como era de esperar, en medio de esa bravura, perdí a mis dos compañeros y al italiano del sur, para acabar bastante bien posicionado de frente a la logia y rodeado por “un nono e il suo nepote” (un abuelo con su nieto), unos seminaristas del Congo, dos jóvenes italianos, un grupo de jovencitas norteamericanas, un cámara de la televisión filipina y un trío de chinas, japonesas o algo así. No me resulta fácil distinguirlas.
Durante los minutos de espera vemos salir la guardia suiza y diferentes bandas de música, pero sobre todo unos a otros nos preguntamos quién será el nuevo Papa. Entre los que yo tengo a mi alrededor el favorito es el cardenal norteamericano de Boston, el capuchino Sean O'Malley. El abuelo que tengo a mi lado me cuenta orgulloso que ésta es la quinta fumata bianca en la que está presente y el octavo Papa que va a conocer y que esta vez ha venido con su nieto que se llama Giorgio. Le dice a su nieto: "Giorgio mañana irás al colegio teniendo Papa". Es un abuelo encantador.
Al fin se encienden las luces de la fachada de la Basílica de san Pedro. Aparece el cardenal protodiácono que anunciará el nombre del nuevo Papa. ¿Quién será?
«Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam! Eminentissimum ac reverendissimum dominum, dominum, Giorgio Marium». Todos nos quedamos estupefactos. ¿Quién es? A nadie nos suena ese nombre. No estaba entre los papables que los medios de comunicación nos han estado presentando todos los días. Jorge Mario… «Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio». Al escuchar el apellido consigo identificarlo. Es el cardenal de Buenos Aires. Menuda sorpresa. Aplauso atronador en toda la plaza.
En esos pocos segundos de tiempo que el ruido gana a las palabras del cardenal protodiácono, la gente que tengo a mi alrededor me mira con ojos inquisitivos y me pregunta: "¿Es italiano?" -"Argentino", contesto yo.
Pero sigue el cardenal: «qui sibi nomen imposuit Francisco I». El acabose. El nuevo Papa es sudamericano y ha elegido el nombre de "il poverello d'Assisi". Simplemente con esa elección el nuevo Papa se ha ganado el corazón de todos los italianos que tanto admiran a este santo suyo y a los no italianos que también lo admiramos. Esa elección dice mucho del nuevo Papa y la gente es consciente de ello. Es una gran elección. Y yo pienso que hace un mes tuve la suerte de estar precisamente en Asís ante la tumba de San Francisco. Gracias Señor.
La gente en la plaza está contenta. Viva el Papa… Viva… El nieto del simpático abuelo que debe ostentar el record de presencias en "fumate bianche" saca, no sé de donde, una hoja grande de periódico con la foto de todos los cardenales y busca al nuevo Papa, orgulloso de que se llame como él: Giorgio. La gente alrededor le ayuda a buscar, porque no conocen su cara (no era de los papables) y quieren saber cómo es.
Antes de que lo encuentren en el periódico, el Papa Francisco aparece en la logia del Vaticano. Entre temeroso y sereno. Apenas mueve las manos. La gente aplaude y grita vítores: "Francesco, Francesco, Francesco"… Ese nombre tiene algo especial.
Sus primeras palabras son un bonito detalle en recuerdo del Papa emérito. Pide que recemos por él: Padrenuestro, Avemaría y Gloria. Continua diciendo que «recemos unos por otros, por todo el mundo, para que haya una gran hermandad. Comenzamos este camino juntos, un camino de fraternidad, de amor y de confianza entre nosotros».
Para mí hay un momento muy especial, que me emociona, porque ayer imaginaba algo bastante parecido: «Quisiera darles la bendición, pero antes pido un favor. Antes de que el Obispo bendiga al pueblo, pido para que Dios bendiga a su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de ustedes para mí». Lo hago, rezo por él con verdadera devoción, pidiendo la intercesión de Dios nuestro Señor y de María, nuestra Madre.
El Papa se despide del mar de gente que inunda la Plaza de san Pedro y de todos aquellos que están viéndolo a través del televisor. Nos desea buenas noches y nos da la bendición urbi et orbi. Me signo con la señal de la cruz mientras nos bendice. Lo hago acordándome de santa Bernardette de Lourdes, quien, ante la pregunta de qué hay que hacer para estar seguro de ir al cielo, contestó : “Hacer bien la señal de la cruz, ya es mucho”.
Regreso a casa andando, rezando otro rosario. Dando gracias a Dios por el regalo del nuevo Papa y por poder acompañarlo desde la misma Plaza de san Pedro con tantos hermanos en la fe. De algún modo todos vosotros habéis estado también allí en mi corazón; ese corazón en el que este día quedará grabado para siempre.