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Breve historia de Navidad: El leproso

Campanas sobre campanas. Un puñado de campanas amarradas al final de una vara. Así avisaban los leprosos de su presenciay daba tiempo de apartarse.


Esta mañana, a las afueras de Belén, oyendo voces a lo lejos, se armó de valor y, en vez de anunciar su presencia -como tantas veces hacía- gritando: “Impuro, impuro”; gritó: “¡Ha nacido el hijo de Dios!,… ¡sé en donde está el niño que Isaías profetizó!... ¡Miqueas tenía razón, ha nacido aquí en Belén, en un pesebre junto a animales!”


Y sintió un fuerte golpe en la frente, y la sangre caliente recorriendo sus pómulos. Y unos niños le gritaban de todo y seguían lanzándole piedras.


Ya caída la tarde, mareado, y con dolor en todos sus huesos, se levantó y tomo dirección al pueblo.


Sabía que no sería bienvenido, sabía que lo que hacía estaba fuera de la ley, pues no podía acercarse a la gente. Pero, cuando escondido la noche anterior, vio a aquella familia instalarse en aquel portal… sintió el deber y la necesidad, de contar a todo el mundo, que Jesús había nacido, ¡que Jesús estaba allí!


Había muchísima gente, con antorchas, cestos y animales. Pero le fue fácil abrirse camino: las campanas de su vara atemorizaban al gentío. “¡Oye, tú, inmundo, fuera de aquí!”, “¡Apestoso, aléjate!”.


Dejó caer su cayado, y las bolsas que arrastraba como equipaje. Y entre viejos, fardos, mujeres, ánforas, niños, hatillos, olor a sudor y pisotones, fue avanzando.


Miseria y enfermedad. Todo el mundo le llevaba su mejor ofrenda y él sin nada que ofrecer. “¡Asómate a la ventana, verás al niño en la cuna!” le dijo una mujer. Y de puntillas, sobre su fe, sanó.


Ventura Martínez Hernández

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