EL PAN QUE NOS SALVA (Homilía Domingo XIX TO)
· En la primera lectura de este domingo XIX hemos escuchado un texto referido al profeta Elías, que puede pasar un poco inadvertido, porque el evangelio casi siempre se lleva el protagonismo. Pero creo que es un texto interesante, sobre todo si se tiene presente el contexto.
El profeta Elías se encuentra en un momento difícil. La idolatría ha entrado en el reino de Israel y la reina Jezabel lo persigue para matarlo. Elías huye a través del desierto y, agotado, «se sentó bajo una retama y se deseó la muerte». El horizonte que tiene ante sí es demasiado negro; le pesa demasiado y piensa que no puede hacer nada. Incluso se desprecia a sí mismo: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»; «no sirvo para nada; soy un inútil».
¡Cuántas personas se han encontrado en una situación vital similar a la del profeta! Un momento en el que uno se siente incapaz de resolver los problemas y, viendo sus limitaciones, cae en la desesperación: “¿Qué puedo hacer? Abandonarlo todo. Mi vida no ha servido para nada”. Si las cosas nos van bien, afrontamos las cosas sin dificultad; pero, cuando encontramos un obstáculo aparentemente insalvable, muchas veces volvemos la mirada hacia nosotros mismos y nos paralizamos, porque nos sentimos impotentes ante una situación que objetivamente es difícil. Se puede caer entonces en una peligrosa espiral de tristeza que nos lleva o bien al autocastigo o bien a la ira desbocada contra los demás. Sigamos una u otra opción, nos introducimos en un camino de autodestrucción: romper una relación, abortar, el suicidio, etc.
¿Cómo sale Elías de esa situación destructiva? Mediante un ángel que lo despierta y le da de comer un pan especial, un pan capaz de darle las fuerzas que él no tenía.
· El AT siempre es figura de lo que acontecerá en Cristo y en el evangelio precisamente escuchamos como Jesús dice: «Yo soy el pan bajado del cielo».
Frente al problema de la desesperación encontramos aquí una respuesta: No afrontamos nuestros problemas únicamente desde nuestras pobres fuerzas, sino que contamos con un plus, con alguien más allá de nosotros mismos, que es capaz de abrir horizontes nuevos al tiempo que nos ayuda a reconocer la grandeza de esa frágil vasija de barro que somos..., por la que Cristo ha dado su vida.
Ante las dificultades D. Quijote de la Mancha le decía a Sancho Panza: «Confía en el tiempo, que suele dar muchas dulces salidas a amargas dificultades». Nosotros no confiamos en el tiempo; confiamos en una persona. Porque el hombre no está hecho para el monólogo, sino para el diálogo; no está hecho para afrontar los problemas desde la mera voluntad y el esfuerzo personal (el drogadicto, el ludópata o el enganchado a la pornografía no sale de su adicción con sus solas fuerzas), sino que necesita de los demás, de otras personas que le despierten, como el ángel a Elías, y lo pongan en contacto con Aquel que baja del cielo, que es la carne de Dios: Cristo, Jesús.
Todos nos admiramos ante las historias de superación (muy americanas) en las que aparentemente uno se ha hecho a sí mismo a base de esfuerzo y lucha. Pero esas historias así narradas son esencialmente falsas, porque nadie es completamente autónomo. Todos necesitamos de los otros. Todas esas personas voluntariosas han encontrado aliento o ayuda de alguien en su camino; muchas veces de alguien inesperado, porque uno nunca sabe quien va a ser la persona más importante en su vida.
· A propósito de ello, permitidme que acabé narrándoos la historia de un francés llamado Tim Guenard, que él mismo ponía por escrito en un libro titulado Más fuerte que el odio.
De niño Tim fue abandonado por su madre. Dado en acogida a su padre, recibió tal paliza de él que estuvo dos años hospitalizado. Tras pasar por un correccional, fue violado a los 16 años y acabó prostituyéndose a los 20 para ganar dinero. Más tarde se dedicó al boxeo, donde alcanzaría un cierto reconocimiento dentro de su país.
Por azares de la vida (providencia) Tim encuentra a un chico cristiano que lo invita a vivir un tiempo en un centro junto a jóvenes discapacitados (El Arca). Allí, un día, detrás de una puerta, escucha un tic…tic…tic… Un joven minusválido de dieciséis años, que no puede comunicarse oralmente, intenta escribir a máquina concentrando todo su fuerza en dar el golpe justo sobre una tecla con su torcida mano. Durante dos días más escucha ese ruido y no deja de pensar en el esfuerzo titánico que eso supone para aquel joven. La noche del tercer día el joven minusválido se acerca a Tim y le entrega una hoja. Son «cinco líneas para desearme un feliz cumpleaños. Cinco líneas de amor. El primer regalo de cumpleaños de mi vida».
Aquel joven minusválido, incapacitado para hablar, fue el ángel que despertó a Tim de su oscuridad; quien le enseñó que el amor es posible y que es más fuerte que la oscuridad que a veces nos envuelve completamente. «Este regalo me pone de rodillas en mi corazón. Mi mirada se empaña, la garganta me pica, la cólera da paso a las lágrimas. Lloro como un niño. Mi vida acaba de dar un vuelco», escribe Tim en su autobiografía. Y lo más importante, efectivamente, su vida cambió: dejó de autocastigarse y de echar las culpas a los demás de todas sus desgracias; y empezó a amar. Ahora Tim está casado, tiene cuatro hijos y acoge a personas con dificultades en su casa cerca de Lourdes. Una casa en la que Cristo sacramentado, el pan vivo bajado del cielo, todos los días es expuesto para que las personas que allí viven puedan experimentar el abrazo liberador de Dios.
Quizás tú necesites ese abrazo o quizás tú puedas ser el ángel que despierte a otros y les acerque al pan de vida.