SALUD, DINERO Y AMOR, PARA VIVIR LIBRES DE PREOCUPACIÓN (Homilía Domingo XVIII TO)
· Comienzo la explicación de las lecturas de hoy recordando muy brevemente otro texto del evangelio. Creo que nos ayudará a entender mejor la idea fundamental que nos transmiten las lecturas de hoy. Se trata de la parábola del publicano y del fariseo (Lc 18,9-14). Uno y otro acuden al templo a orar, pero el fariseo lo hacía de manera orgullosa y despreciando al prójimo. El publicano, en cambio, con humildad y contrición. Éste bajó a su casa justificado, salvado, dice Jesús; el otro no. La parábola, en definitiva, pone de relieve que no se trata sólo de buscar a Dios, sino que también cuenta el modo y el fin con el que se le busca.
Creo que ahora se comprenderán mejor las palabras que Cristo dirige a la multitud que le busca después de haber sido testigos de la multiplicación de los panes, que escuchábamos la semana pasada. Jesús les dice: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros». Jesús les advierte a ellos y a nosotros del peligro de seguirle buscando simplemente nuestro propio beneficio, para obtener aquello que cantaba la canción: «salud, dinero y amor, el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios. Pues, con ellas uno vive libre de preocupación».
Por supuesto que podemos y debemos dirigir nuestras peticiones a Dios en estos y otros ámbitos. Pero una cosa es tener a Dios como Padre y otra como máquina expendedora a la que exigirle que nos solucione todos los problemas: por cuatro padrenuestros y un avemaría durante un mes, Dios te dará un buen trabajo; por un rosario en el mismo período una buena novia, etc. No…, la vida de fe no tiene nada que ver con eso.
· Seguir a Cristo es abrir el corazón y la mente a un nuevo y más grande horizonte vital; vivir con los pies en la tierra y el corazón en el cielo (ambas cosas son importantes). Jesús le dice a la multitud que le quería hacer rey porque les había dado de comer: «No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna». Pablo, siempre directo en su modo de hablar, lo decía de este modo en la segunda lectura: «No viváis más como los paganos, que viven de acuerdo con sus vanos pensamientos. Vosotros no conocisteis a Cristo para vivir de ese modo».
Efectivamente, no hemos conocido a Cristo para vivir sujetos a la superficie de las cosas (los vanos pensamientos), para aspirar únicamente a acrecentar nuestro bienestar económico y social, y tener satisfechos nuestros deseos: un poquito de paz, una casita mona, un buen trabajo y una pareja que no me dé mucho la lata. Si nos quedamos ahí, no nos diferenciaríamos en nada de los paganos.
El hombre que ha conocido el verdadero rostro de Dios en Cristo sabe contemplar la realidad con una mirada más profunda: una mirada de gratitud ante el don de la vida natural y de la vida de gracia; una mirada de paz porque es capaz de contemplar sin miedo ni angustia su historia, tejida siempre tanto de aciertos como de equivocaciones, a veces graves; una mirada de grandeza, consciente de que hemos sido creados para algo grande, para amar; que nuestras manos nos han sido dadas no tanto para poseer y dominar como para ofrecer y ayudar a los demás.
· Todos los padres y abuelos deseáis lo mejor para vuestros hijos y nietos. Pero posiblemente, si os preguntaran a que persona de éxito os gustaría que se parecieran, la inmensa mayoría, incluido los que tenéis fe, diríais el nombre de algún famoso como Bill Gates, Amancio Ortega, Leo Messi, Rihana, etc. Posiblemente muy pocos o quizás ninguno dijera: san Francisco, san Juan Pablo II, Beata Madre Teresa de Calcuta, etc. Todos queréis que vuestros hijos y nietos sean felices, pero curiosamente identificáis la felicidad con «la comida que se acaba»: salud, dinero y amor, tres cosas con las que vivir libre de preocupación. Como los habitantes de Galilea, quizás estamos buscando a Cristo de manera equivocada.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan que «no hemos conocido a Cristo para vivir de ese modo»; lo hemos conocido para vivir algo mucho más grande: la encarnación de la entrega y el del amor de Dios, para ser el alma de este mundo[1]; la sal que lo preserve de la corrupción y la luz que lo haga salir de las tinieblas del egoísmo y la indiferencia. Hemos conocido a Cristo para vivir como los santos no como personas superficiales, apegadas a los vanos pensamientos. Quizás eso suponga más preocupaciones y más lucha, pero yo no conozco ningún santo triste y sí muchos egoístas, ricachones o pobres (porque se puede ser pobre y egoísta), bastante desgraciados que nunca han sabido amar ni encontrar a alguien que de verdad los amase.
No vivamos como gallinas, cuando hemos sido llamados a volar alto como las águilas. Así sea.
[1] Cf. Epístola a Diogneto V-VI, 1, en D. Ruiz, Padres Apostólicos y apologistas griegos (s. II), Madrid 2002, pp. 656s.