UN ENCUENTRO TRANSFORMADOR
· Un día que intentaba explicar este evangelio a un grupo de personas, alguien hizo una observación en la que jamás antes había caído y que me dio una luz nueva a la hora de meditar este pasaje. Esa persona lanzó al aire la siguiente pregunta: ¿Por qué la mujer samaritana acude a por agua, completamente sola, a mediodía, cuando más calienta el sol?, ¿no es una hora un poco extraña? Efectivamente, lo es. La mayoría de las mujeres acuden al pozo a primera hora de la mañana.
A través de Jesús descubrimos que aquella mujer carga sobre sí una historia de relaciones fallidas. Ha vivido con cinco hombres y el hombre con el que vive ahora no es su marido. Indudablemente, en una época como la suya, aquella mujer debería experimentar el rechazo de la gente. Es una mujer con una imagen deteriorada de sí misma, con profundos sentimientos de culpa y que siente que nadie podrá amarla realmente. ¿No acudirá al pozo sola y a mediodía porque se siente rechazada y despreciada por los suyos? Una mujer que se siente así probablemente tratará de evitar el encuentro con las otras mujeres del lugar e irá a por agua cuando crea que no hay nadie en el pozo.
Sin embargo, ese día hay alguien. Junto al pozo, sentado, hay un joven judío, treintañero y con rostro afable, que le dirige la palabra para pedirle de beber. La mujer se sorprende y extraña ante aquel gesto: «¿Cómo tú, siendo judío, [me diriges la palabra tú primero y] me pides de beber a mí, que soy [mujer y] samaritana?». Entre judíos y samaritanos se había levantado desde siglos atrás un muro de desprecios y marginación, porque los samaritanos habían abandonado la ortodoxia de la fe y se casaban con gentiles paganos. Tanto que decir “samaritano” a alguien se había convertido en un grave insulto entre los judíos (algo así como gitano entre nosotros, pero más fuerte).
La mujer no ha terminado de asimilar el saludo de Jesús, cuando éste, que no tiene ni cuerda ni cubo, le contesta diciéndole: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». Aquella mujer herida por el pecado y despreciada por los suyos, inesperadamente, ha encontrado una persona diferente: alguien que no hurga en sus heridas, sino que le ofrece el bálsamo de la ternura y la esperanza de una vida grande: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
El rostro de la samaritana se ha transformado por completo. Contesta: «Señor, dame esa agua».
· Si ahora os digo que en los primeros siglos del cristianismo la lectura de este pasaje evangélico –junto a los que escucharemos los dos próximos domingos (la curación de un ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro)– tenía como finalidad preparar a los catecúmenos adultos que iban a recibir el bautismo la noche de Pascua, os imagináis la fuerza con la que esta palabra entraba en el corazón de aquellos hombres y mujeres, así como la alegría con la que compartirían ese momento los ya cristianos. ¡Debía ser emocionante!
Los catecúmenos cobraban conciencia de que, como en el caso de la samaritana, su encuentro personal con Jesucristo había transformado su vida. En medio del desierto de su existencia habían encontrado a alguien que sentía auténtica compasión por ellos, que los trataba con ternura y amaba en su fragilidad; alguien que haría brotar de su misma historia rocosa, conflictiva y a veces estéril, agua viva gracias al don del bautismo. Porque esa persona: Jesús, era el Hijo de Dios Padre; y por el agua bautismo se convertía recibían el Espíritu Santo como un surtidor de agua que salta a la vida eterna.
Al acabar la misa, ¿qué dirían? «Señor, dame esa agua»; ¡qué ganas tengo de recibir el bautismo!
¿Qué diremos nosotros? Sería bonito que en nuestro corazón ardiera el deseo de ayudar a Dios a saciar la sed de los hombres y mujeres de nuestro tiempo: sintiendo auténtica compasión por ellos, tratándolos con ternura, mostrándoles la verdad y ayudándoles a descubrir la fuerza y la belleza del agua que salta a la vida eterna. Así sea.