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CONDUCE TÚ (Homilía Domingo XXIX TO)

· Aunque se dice que las comparaciones siempre son odiosas, hace tiempo escuché una que creo nos puede ayudar a explicar el evangelio de hoy. Se trata de un símil automovilístico sobre las posibles relaciones de fe que el hombre puede establecer con Dios, según cuatro modos diversos de establecer la relación entre piloto y copiloto: El primero, hacernos nosotros con el volante y dejar al copiloto, en este caso el Señor, en la cuneta; el segundo, llevarle a nuestro lado de copiloto, pero sin apenas dejarle articular palabra porque somos nosotros los únicos que hablamos (es posible que esto le resulte familiar a más de uno). La tercera posibilidad comienza a ser más interesante: consiste en preguntarle a Jesús: «¿A dónde quieres que vayamos?», con el fin de hacerle caso, claro está. Finalmente, la cuarta y última opción sería decirle a Jesús: «Conduce Tú».


· Si ahora trasladamos este símil al evangelio que acabamos de escuchar, bien podríamos concluir que la actitud con la que los hermanos Zebedeo se dirigen a Jesús bien podría identificarse con la segunda de las opciones: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir… Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».


De esta petición se deduce inmediatamente que Santiago y Juan parecen no haber comprendido demasiado bien las enseñanzas de Jesús. ¿Tienen fe en Cristo? Sí. Pero creen a su modo, como tantas personas de nuestro tiempo, según sus criterios personales de autoafirmación, poder y prestigio.


Sin embargo, la verdadera fe en Cristo se identifica con la última de las opciones del símil automovilístico, aquella en la que uno renuncia a llevar el volante, es decir, a hacer y valorar las cosas según su modo de pensar, para poner su vida en manos de Dios. La respuesta de Jesús lo deja claro: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».


En ese momento Santiago y Juan no entienden de qué les está hablando Jesús, pero nosotros sí. Sabemos que el trono de gloria en el que Jesús está invitándoles a sentarse es el trono de la cruz, el del amor y la entrega a los demás.


· En este punto y ante la reacción del conjunto de los apóstoles, Jesús se ve obligado a precisar su pensamiento y presentar ante ellos una elección entre dos posibles caminos: uno que aleja de Dios y otro que lleva a él.


Cuánto más se aleja el hombre de Dios más necesidad tiene de autoafirmarse a través del dominio, la vanidad, la prepotencia, la exhibición, etc. y los medios que usan para lograrlo son cada vez más inhumanos. En cambio, el camino que lleva a Dios es el de la humildad y el servicio: «El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos».


Si en las “autoescuelas de la vida y de la fe”: familias, parroquias, colegios, etc. los jóvenes aprendieran a conducir como Dios manda, ¡cuántos accidentes nos ahorraríamos! ¡Cuánta tristeza se vería transformada en gozo! ¡Cuántas personas olvidadas al borde del camino encontrarían cobijo en nuestros coches! Ojalá que nosotros pongamos nuestro gran granito de arena para que así sea

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