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ENVIDIOSOS Y CODICIOSOS NO ALCANZAN NADA (Homilía Domingo XXV TO)

· En continuidad con las lecturas de la semana pasada, el inicio del evangelio y la primera lectura de este domingo se centran en el anuncio de la persecución y sufrimiento al que será sometido el Mesías. En cambio, la segunda parte del evangelio y la segunda lectura nos hablan de un aspecto práctico de la vida: el peligro de la envidia y la codicia. Permitidme que me centre en ello.


Una de las grandes virtudes de los cuatro evangelios es que muestran con gran sencillez y honestidad los defectos de los apóstoles. No caen en la tentación de tantas hagiografías irreales que presentan a los santos como personas casi de otro planeta, que nunca tuvieron el mínimo atisbo de pecado. No. Los apóstoles son como cualquiera de nosotros, unos de carácter fuerte y bravucón, otros más pusilánimes y cobardes; alguno amante del dinero más de la cuenta y otros de la estima y el prestigio. «¿De qué discutíais por el camino?», les pregunta Jesús al grupo de los Doce, sabiendo que «habían discutido quién era el más importante».


- Jesús les ha anunciado la cercanía de su pasión y ellos se han pasado todo el camino discutiendo quién era el más importante de ellos dentro del grupo. Es la actitud propia de las personas envidiosas, que viven la vida como si de una especie de competición se tratara: quieren ser los primeros en todo y no cesan de compararse con quienes les rodean: hermanos, amigos, vecinos o compañeros de trabajo: le duele que en la casa de su hermano haya algo que él no tiene, que a su compañero le hayan ascendido, que su vecino tenga novia o el hijo de su amigo esté estudiando la carrera que él quería para su hijo; hasta le molesta que su pareja haya hecho un favor a Fulanito.


¡Qué angustiosa resulta la vida de la persona que se deja dominar por la envidia! ¡Qué angustiosa hace la vida a aquellos que tiene a su lado! «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos», dice Jesús. ¡Qué perspectiva más distinta! ¡Qué gozo encuentra en su vida aquél que lucha por vivir así! ¡Qué gozo estar al lado de una persona así!


- La persona codiciosa, por su parte, es aquella que vive dominada por el afán de acumular dinero y no perder nada de lo que tiene. Vive con ansiedad, preocupado hasta la extenuación, llevando consigo siempre un libro de cuentas de todo y para todos. El codicioso razona en su interior que con más dinero en su bolsillo será otro hombre; todo cambiará. Para conseguirlo trabaja como un loco, robando tiempo a su familia; empieza a hablar mal de los compañeros que le pueden impedir el ascenso; hace la pelota a sus superiores, mientras que a su pareja le responde de manera airada: “Todo esto lo estoy haciendo por ti”. El codicioso tiene mucho, pero es alguien incapaz de disfrutar de la vida y tampoco de hacerla agradable a los demás.


El codicioso y el envidioso creen que el dinero, el bienestar, la fama, el prestigio, etc. van a darles la vida, la paz y felicidad. Pero los ídolos siempre prometen una vida que no pueden dar, porque no la tienen; y acaban esclavizándote, quitándote tu vida. «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro... No podéis servir a Dios y al dinero», decía Jesús (Mt 6,24).


A los apóstoles les costó entenderlo, pero su propia experiencia les valió para advertir a los primeros cristianos y a través de ellos a todos nosotros: «Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. (…) Codiciáis y no tenéis;… ardéis en envidia y no alcanzáis nada». Ojalá que cada uno de nosotros logremos aprender lo antes posible esta lección y sirvamos a Dios y no al dinero, porque sólo Dios puede saciar la sed de vida auténtica que anida en nuestro interior. Así sea.


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