LAS LLAVES DE PEDRO Y LA ESPADA DE PABLO
· A finales del siglo XIX, el papa Pío IX quiso colocar dos impresionantes esculturas de los apóstoles Pedro y Pablo a los pies de la escalera de la entrada a la basílica del Vaticano, para resaltar la importancia que ambos tuvieron y tienen para la Iglesia. Los dos personajes son fácilmente reconocibles por los símbolos que sostienen en sus manos: unas llaves en el caso de Pedro y una espada en el de Pablo.
El símbolo de las llaves es bien conocido por la mayoría de la gente: es un signo de la autoridad que Cristo quiso conferir a la persona de Pedro y a sus sucesores en función del papel que ellos deberían asumir en el seno de la Iglesia: Pedro es la roca firme sobre la que se asentará la unidad, a quien Cristo promete las llaves de su reino, el poder de atar y desatar (Mt 16,18-19).
Sin embargo, pienso que el símbolo de la espada en el caso de Pablo puede ser más confuso. Quien no tenga un buen conocimiento de la historia del cristianismo podría llegar a pensar que esa espada representa el arma de un guerrero. De hecho, Pablo salió de Jerusalén en dirección a Damasco con la intención de capturar a los cristianos. Pero la realidad es que esa espada tiene justamente el significado contrario: Pablo pertenece al grupo de las víctimas de la violencia, y no al de sus autores. La espada es el instrumento con el que él fue ejecutado, ya que, como ciudadano romano que era, no podía ser crucificado, como lo fue Pedro.
Al mismo tiempo, la espada bien puede servir también como signo metafórico del espíritu luchador que caracterizó toda su vida. Pablo fue un verdadero hombre de acción como lo demuestra el hecho de que en cuatro grandes viajes recorrió una parte significativa del mundo entonces conocido, haciéndose realmente merecedor del título de apóstol de los gentiles. El amor a Cristo le impulsó a predicar a tiempo y a destiempo el amor de Cristo hacia nosotros, consciente de que no podía guardarse para él el don que un día inmerecidamente había recibido.
· La tradición cristiana ha unido a Pedro y a Pablo como compendio del anuncio de la Buena Noticia de Cristo y juntos nos los presenta como modelos de respuesta al don de la fe, animándonos a ser otros Pedros y otros Pablos del siglo XXI.