CINCO COSAS QUE UNA PERSONA AÑORA EN EL MOMENTO DE LA MUERTE
En el caminar de cada día el ser humano suele equivocarse a la hora de valorar adecuadamente las cosas que son verdaderamente importantes en su vida. Y es al final de ese camino, al acercarse el umbral de la muerte, cuando comienza a añorar aquello que realmente merece la pena.
- Lo primero, no haber vivido con libertad, sino prisionero de las expectativas de los otros, sujeto a una máscara creada por la moda y las falsas ilusiones; ignorando o huyendo de las heridas de nuestra historia en lugar de afrontarlas.
- Lo segundo que añoraremos será haber trabajado demasiado duramente, dejándonos dominar por la competición, los resultados, el afán por alcanzar algo que nunca llegará porque no existe más que en nuestra mente, mientras dejamos de lado vínculos y relaciones. Quisiéramos pedir perdón a todos, pero entonces no quedará tiempo para hacerlo.
- Lo tercero que añoraremos será no haber encontrado el coraje de decir la verdad. Añoraremos no haber dicho suficientes veces “te amo” a quien hemos tenido a nuestro lado, “estoy orgulloso de ti” a los hijos, “perdón” cuando estábamos equivocados, o también cuando teníamos razón. Nos daremos cuenta de que equivocadamente hemos preferido los rencores enquistados y los larguísimos silencios a la verdad.
- Después añoraremos no haber pasado tiempo con la persona a la que amábamos. No haber cuidado a esa persona a quien tenemos siempre ahí, justamente porque estaba siempre ahí. Y eso que el dolor a veces nos recuerda que nada permanece para siempre, pero nosotros lo infravaloramos como si fuésemos inmortales, mirando más allá, dando preferencia a aquello que es urgente sobre aquello que era importante. Sofocamos el dolor de nuestra soledad con pequeñísimos y dulcísimos sucedáneos, incapaces de hacer tan sólo una llamada y preguntar al otro cómo estás.
- Por último añoraremos no haber sido más felices. Bastaría con hacer florecer aquello que llevamos dentro y lo que tenemos a nuestro lado, pero nos dejamos aplastar por la costumbre, la acedia y el egoísmo, en lugar de amar como los poetas, en lugar de conocer como los científicos. En lugar de descubrir en el mundo aquello que el niño ve en los mapas de su infancia: tesoros. Aquello que el adolescente vislumbra con el crecimiento de su cuerpo: promesas. Aquello que el joven espera en el afirmarse de su vida: amor.
Ojalá nosotros no echemos de menos ninguna de estas cosas.
(Basado en un texto de la novela de Alessandro D'Avenia, Ciò che inferno non è)