LA REGLA DE ORO Y LA DE OROPEL
· El evangelio de hoy (Lc 6,27-38) es un pasaje eminentemente de carácter práctico, acerca de cómo tenemos que comportarnos con los demás, con aquellos que viven junto a nosotros; un pasaje en el que se ejemplifica en actuaciones concretas el espíritu de las bienaventuranzas que escuchábamos ayer: «orad por los que os injurian, haced el bien y prestad sin esperar nada, sed compasivos, no juzguéis, no condenéis, perdonad», etc. Acciones que, como las bienaventuranzas, encuentran en Cristo su referente y modelo.
En definitiva, toda una serie de acciones que se sintetizan en la regla de oro de la moral que el mismo Jesús nos ofrece: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten».
Ahora bien, imaginaos por un instante que el texto que hemos escuchado: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames», perteneciera no al Evangelio, sino a cualquier otro libro. ¿Qué pensaríamos del autor? Posiblemente, diríamos: «Pues sí hombre, la llevas clara. Este tío es un ingenuo, alguien que no sabe lo que es la vida, un soñador».
¿Por qué nos pasaría eso? Posiblemente, dando por supuesto que somos buena gente, porque nuestra regla de oro de comportamiento se asemeja más a esta otra: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan (a ti)» (Tobías 4, 15).
· Ambas, textualmente, guardan bastante parecido, pero en su significación son bien distintas.
La frase de Jesús: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten» está expresada de forma positiva (trata), mientras que la otra máxima lo está de forma negativa (no hagas). En consecuencia, la primera es mucho más exigente que la segunda, porque el amor siempre es mucho más exigente que el miedo.
Ninguno de nosotros quiere que le roben, que le enjuicien sin motivo o que le peguen. Por eso creemos que obramos bien si no robamos, no enjuiciamos a la ligera o no pegamos. Pero si hacemos caso de la regla que nos presenta Cristo, entonces… todos queremos que sean generosos con nosotros, que nos perdonen o que nos ofrezcan ayuda. Hay diferencia.
- Efectivamente, según nuestra regla de oro, la vida en comunidad se basa en el temor a las represalias, en un egoísmo proteccionista, con el fin de no perder lo que uno tiene. Es la actitud propia de quien no hace nada malo, pero tampoco se esfuerza por hacer el bien. Del que pasa por la vida sin dejar huella; de quien esconde el talento que Dios le ha proporcionado por miedo a perderlo (Mt 25,24s).
- En cambio, la regla de oro de Jesús viene marcada por la entrega, la generosidad y el perdón; por una planteamiento de vida en comunión, que no ve en el otro ni en Dios un obstáculo para el desarrollo personal, sino todo lo contrario: una oportunidad para enriquecerse y crecer. Esta actitud se corresponde con aquella de quien se esfuerza en multiplicar los talentos que Dios le ha dado; de quien afronta la vida como un apóstol: encendiendo los caminos del mundo con el fuego de la fe y del amor de Cristo, con la esperanza de ser sal de la tierra y luz del mundo.
Dos reglas de oro, en definitiva, bien distintas: una de veinticuatro quilates, la otra simplemente de oropel, una falsa imitación; que parece oro, pero no lo es. Una capaz de llenar nuestro corazón; la otra que lo deja vacío.
Escojamos bien.