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EL OSITO DE PELUCHE

El pasaje del evangelio de hoy, en el que un joven con grandes ideales se acerca a Jesús para preguntarle qué debía hacer para ganar la vida eterna y acaba yéndose triste porque no es capaz de desprenderse de sus riquezas, me hacía recordar una anécdota. Una madre que rezaba junto a su hijo todas las noches utilizaba un pequeño truco para que el niño no se aprendiera la oración de carrerilla y la dijera sin pensar. Ella hablaba primero y el niño repetía, pero intentaba cambiar un poquito aquello que decía cada noche. Una noche estaban haciendo un ofrecimiento a Jesús. La madre dijo: «Jesús, te ofrezco toda mi vida y todo mi corazón»; y el niño repetía lo que la madre decía. A continuación la madre dijo: «Te ofrezco también mi osito de peluche» y ya no pudo continuar, porque el niño respondió: «¡No, mamá, eso, no!». El niño era capaz de ofrecer al Señor su vida entera, su corazón… pero el osito de peluche no. Quizás también a nosotros nos puede pasar algo parecido. Movernos en el ámbito de lo abstracto siempre es fácil. Lo complicado es aceptar el sacrificio de lo concreto, el desprendimiento de algo muy concreto, porque no confiamos en que Dios sea capaz de darnos mucho más de lo que nos pide. No olvidemos nunca que a Dios nadie le gana en generosidad. "Quien deja entrar a Cristo —decía el Papa Benedicto XVI— no pierde nada, nada —absolutamente nada— de lo que hace la vida libre, bella y grande".

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