DE REJAS Y GRANDES CORAZONES
El fin de semana pasado fue realmente muy intenso. Junto al bautizo de Galilea, pude vivir otro acontecimiento muy especial: la entrada de una amiga, Cecilia, en el convento de clausura de las Trinitarias de mi pueblo.
El acto en sí era verdaderamente sencillo y de carácter familiar: una bendición en la puerta de entrada al convento por parte de los dos sacerdotes que estábamos presentes y la posterior bendición de su padre (creo que para mí esa es la imagen más emocionante; me gustaría que cada vez que yo hiciera la señal de la cruz hubiera en ese signo tanta emoción, tanta entidad y tanto cariño como lo hubo en las manos de ese buen padre). A continuación un intenso abrazo de despedida a cada uno de los familiares y un abrazo gozoso de bienvenida con cada una de las 12 hermanas que la recibían al cruzar el umbral de la puerta (9 menores de 35 años). El resto del tiempo lo pasamos en una amena conversación todos juntos en el locutorio, separados por UNA REJA QUE PARTE EN DOS EL ESPACIO FÍSICO PARA ABRIR LOS CORAZONES AL MAYOR NÚMERO POSIBLE DE GENTE. Paradojas de la fe, que sólo se pueden entender en toda su plenitud cuando se penetra en la misma fe (en la foto, cuatro de las hermanas del convento).
La mayoría de la gente, incluido no pocos creyentes, cree que entrar en la vida de clausura implica una especie de huida del mundo. Pero la realidad es bien distinta. Puede que externamente se viva una separación respecto del mundo, pero la joven que decide entrar en clausura no ha de huir de él, sino que en su interior debe amarlo apasionadamente. Durante el domingo me acordaba de unas palabras que pocas semanas antes habían impactado cual meteoritos sobre mi corazón. Son de un famoso escritor y monje norteamericano, Thomas Merton, y están dirigidas a los sacerdotes, pero bien pueden aplicarse letra por letra a aquellos hombres y mujeres que se sienten llamados a la vida contemplativa: «Si tenéis miedo al amor, no haceos sacerdotes (léase monjas de clausura), no decid nunca misa (léase entregaros a la contemplación). La misa hará derramar sobre vuestra alma un torrente interior, que tiene una única misión: romperos en dos, a fin de que toda la gente del mundo pueda entrar en vuestro corazón. Si tenéis miedo de la gente, ¡no decid nunca misa! Porque cuando comencéis a decir misa el Espíritu de Dios se despierta como un gigante dentro de vosotros y rompe las cerraduras de vuestro santuario privado y llama a toda la gente del mundo a fin de que entre en vuestro corazón. Si decís misa condenáis vuestra alma al tormento de un amor que es tan vasto y tan insaciable que nunca conseguiréis soportarlo solos. ¡Este amor es el amor del corazón de Jesús, que arde dentro de vuestro miserable corazón, y hace caer sobre vosotros el inmenso peso de su piedad por todos los pecados del mundo! ¿Sabéis qué os hará este amor, si lo dejáis trabajar en vuestra alma, si no le resistís? Partirá vuestro corazón, a fin de que todos puedan entrar». Quizás ahora se entienda mejor cómo es posible que una joven carmelita, Santa Teresa de Lisieux, sea patrona de las misiones. Paradojas de la fe.
Sé que la vida consagrada a Dios en general es una realidad difícil de entender; lo es hasta para nosotros mismos (quizás porque en más de una ocasión nos dejamos dominar por diversos miedos o nos resistimos a que Dios trabaje en nuestra alma y ensanche el corazón). Lo cierto es que el amor siempre es difícil de encerrar en esquemas y razonamientos mentales. Cualquier pareja de enamorados puede dar buen testimonio de ello. En verdad también su corazón tiene que partirse en dos para dejar entrar al otro y establecer una relación fecunda. Quien busca ser feliz sin pensar en la felicidad del otro camina en dirección contraria a la meta que anhela.
Cecilia ha entrado en el Convento no huyendo del mundo, sino buscando una unión más íntima con Dios a fin de agrandar su corazón. Desde el pasado domingo 16 ella ha hecho de su vida un grito apasionado en medio del mundo para que todos nosotros escuchemos que sólo quien abre las puertas de par en par a Cristo experimenta lo que es bello y lo que nos libera. En nuestro mundo hay necesidad de algunas personas que lo dejen todo, para que sea claro a todos quién es aquel que es verdaderamente capaz de dar luz y gozo a la vida: ¡Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios!
Gracias Cecilia por tu generosidad.