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TÚ SÍ QUE VALES

La Piazza Navona es uno de los lugares más famosos de Roma. Su trazado elíptico da testimonio de que en otro tiempo 30.000 romanos rugían y gritaban en las gradas de un estadio destinado principalmente a albergar pruebas de atletismo, pero también ocasionalmente luchas de gladiadores. Hoy los ojos del público se fijan en los artistas esparcidos a lo largo y ancho de toda la “arena” y en una fuente —obra como no de Bernini—, que representa a los cuatros grandes ríos del mundo entonces conocido que sostienen —como no puede ser de otro modo en Roma— un antiguo obelisco.

Hace poco estuve en esa plaza. Sentado en una de sus orillas; escuchando la historia de una mujer joven a la que la vida le había causado heridas en el corazón no menos virulentas que las que otros sufrieron en su cuerpo en ese mismo lugar hace dos mil años. La vida no, las personas. Aquellas que, precisamente, debieron cuidar con más esmero ese corazón y que lo golpearon con la indolencia y la mentira.

La consecuencia: miedo. Miedo para afrontar y aceptar la verdad; miedo para volver a abrir el corazón a alguien; miedo a seguir caminando.

La esperanza: Dios. Un Dios que ella encontró en la adolescencia de manera inesperada, cuando nada a su alrededor hacia propicio ese encuentro; un Dios que no había dejado de cruzarse en su camino aún cuando ella había tomado atajos en otro sentido; un Dios que se había encarnado en las entrañas de una mujer para deshacer las tinieblas del miedo e iluminarla con… la esperanza… para darle su vida e invitarle a seguir caminando de su mano.

A esta mujer y a todas la que lean estas palabras les quiero dedicar este video.

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