¿EN QUÉ CONSISTE LA FELICIDAD?
Al terminar de ver este video en el muro de una amiga, me he sentido impulsado a hacer una pequeña reflexión acerca de la siguiente pregunta: ¿en qué consiste la felicidad?
El célebre filósofo griego Aristóteles definió la alegría como «el estado de ánimo que sigue a la conciencia de poseer un bien» (Ética a Nicómaco). Efectivamente, desborda de alegría la persona que el 22 de diciembre es consciente de que tiene entre sus manos el décimo agraciado en el sorteo de Navidad. Pero, al mismo tiempo, de todos es conocida la célebre frase de que el dinero no da la felicidad. Sin caer en excentricidades, lo que esta frase pone de manifiesto es que la verdadera felicidad, la que va más allá de un momento de euforia o placer, no se logra sencillamente a través de la posesión de bienes materiales.
¿La posesión de qué bien puede entonces dar como fruto la verdadera felicidad? Al ver este video crece mi convencimiento de que la verdadera felicidad no se logra a través de la acumulación de bienes o la satisfacción de deseos sino que, por encima de todo, es FRUTO DE SABERSE AMADO VERDADERA E INCONDICIONALMENTE POR ALGUIEN EN TODO MOMENTO Y CIRCUNSTANCIA, FAVORABLE O ADVERSA.
El amor de un buen padre y de una buena madre sea quizás la experiencia humana más cercana a esta realidad. Pero sólo quien haya conocido el amor de Dios Padre a través de Jesucristo será el afortunado agraciado del verdadero gordo de Navidad. «Como el Padre me amó —dice Jesús a sus discípulos durante la última cena—, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, PARA QUE MI ALEGRÍA ESTÉ EN VOSOTROS, Y VUESTRA ALEGRÍA SEA COMPLETA» (Jn 15,9-11).
En su segunda encíclica el Papa Benedicto XVI, recordando la vida de la santa africana Josefina Bakhita (1869-1947), decía: «Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles «dueños» de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un «dueño» totalmente diferente –que llamó «paron» en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un «Paron» por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. SE ENTERÓ DE QUE ESTE SEÑOR TAMBIÉN LA CONOCÍA, QUE LA HABÍA CREADO TAMBIÉN A ELLA; MÁS AÚN, QUE LA QUERÍA. TAMBIÉN ELLA ERA AMADA, y precisamente por el «Paron» supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba «a la derecha de Dios Padre». EN ESTE MOMENTO TUVO «ESPERANZA»; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino LA GRAN ESPERANZA: YO SOY DEFINITIVAMENTE AMADA, SUCEDA LO QUE SUCEDA; ESTE GRAN AMOR ME ESPERA. POR ESO MI VIDA ES HERMOSA. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue «redimida», YA NO SE SENTÍA ESCLAVA, SINO HIJA LIBRE DE DIOS».
Como el niño del video, yo también mudo mi rostro cuando soy consciente de la cercanía de este buen Dios que es padre y madre.