HACE UN AÑO (IN MEMORIAM)
Esta tarde, durante la celebración de la misa, he vuelto a recordar de un modo singular la misa que hace un año celebraba en la habitación del hospital de Elda frente a la cama de mi madre, rodeado por algunos hermanos y sobrinas. Un regalo inesperado, pues mi madre, la tarde anterior, parecía haber quedado ya definitivamente inconsciente. ¡Qué momento tan especial! ¡Cuántas lágrimas brotaron de mis ojos durante aquella celebración!, mientras mi madre, serena,… me pedía que no llorara, que ella estaba tranquila, agradecida al Señor. ¡Cuánta grandeza!
Con su característica sencillez ella supo transformar el doloroso trance de la muerte en una bonita sonrisa a la Vida, en un testimonio iluminador de amor, paz y fe. Hasta el punto de despertar en todos nosotros la más profunda admiración y decir al unísono: «yo quiero morir así».
Pero —como unas horas más tarde dije en su funeral— la realidad es que ese fin no se improvisa. Ella murió como vivió. Y recordaba entonces un antiguo relato sobre Abrahán, el padre en la fe de todos los creyentes, en el que se dice que, al acercarse la hora de su muerte, éste le reprochó al Señor: «¿Has visto alguna vez a un amigo desear la muerte del amigo?». A lo cual Dios le respondió: «¿Has visto tú alguna vez a un amante rechazar el encuentro con el amado?». Entonces, Abrahán simplemente dijo: «Señor, ¡tómame!».
Esa es precisamente la lección que mi madre había aprendido hace mucho tiempo. Si ella había vivido toda su vida deseando el encuentro con el Señor, ¿cómo reprocharle nada al amado, a Dios, en el momento en que éste le llamaba a su encuentro?
En aquella misa, memoria de los ángeles custodios, la Escritura nos recordaba estas palabras de Dios a su pueblo: «Así dice el Señor: Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado». Tengo la certeza, mamá, de que tu ángel te condujo por el camino más corto, porque como dice el evangelio de este día: «el que se hace pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielo».
Gracias mamá por la entrega de tu vida, por tus besos y caricias, por tu apoyo y oración, tu paciencia y perdón. Cuida de todos nosotros.