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DE LAS DUDAS DE UN CURA A UNA MANIFESTACIÓN DE FE DE TODO EL ORBE CATÓLICO: ORIGEN DEL CORPUS

Hace 750 años cruzaba las murallas de la ciudad de Roma uno de tantos peregrinos que se acercaban a la ciudad eterna bien como meta de un viaje penitencial bien con la esperanza de renovar su fe junto a la tumba del apóstol Pedro. Éste era precisamente el nombre de nuestro peregrino. Un sacerdote oriundo de la ciudad bohemia de Praga que, aconsejado por algún hermano en la fe, había decidido recorrer a pie los 1300 kilómetros que separan ambas ciudades con el fin de pedir al príncipe de los apóstoles que le ayudara a vencer las dudas de fe que respecto a la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía habían surgido en su interior.


Con humildad e inquietud se acercó el peregrino a la tumba de san Pedro, rezo el credo y le pidió al santo que intercediera por él. Después de un tiempo, tomó el camino de regreso a casa y se dispuso a deshacer el camino andado. A las pocas jornadas se detuvo en la pequeña ciudad de Bolsena, a 136 kilómetros de Roma, y pidió permiso para celebrar la misa en el altar que estaba situado junto al lugar en el que fue enterrada santa Cristina, una joven mártir del siglo IV (el altar es el mismo que podéis ver en la foto, tomada hace apenas una semana).


Durante la celebración de aquella misa acontecería algo realmente único que disiparía para siempre las dudas de fe de aquel peregrino en la presencia real de Cristo sacramentado. Llegado el momento de la consagración, el sacerdote elevó la hostia y mientras la mantenía alzada gotas de sangre comenzaron a supurar del interior de la hostia misma, manchando el corporal.


Pedro, el sacerdote peregrino, quedó profundamente turbado ante aquel suceso, sin saber cómo actuar. Finalmente, reaccionó suspendiendo la celebración y, envolviendo la hostia santa en el corporal y en los linos sagrados, corrió a la sacristía, sin reparar que, en el trayecto, algunas gotas de la preciosísima Sangre habían caído sobre el mármol del pavimento (mármol que se conserva en la catedral de Bolsena. En la foto se puede ver junto al corporal).


Más sereno decidió dirigirse a Orvieto, a poco más de 8 kilómetros de distancia, donde residía a la sazón el Papa Urbano IV, para referirle cuanto había sucedido. El Papa, para verificar aquel suceso extraordinario, mandó al obispo de la ciudad al lugar del prodigio y encargó a una comisión presidida por Buenaventura, el ministro general (superior) de la orden de los Franciscanos, el estudio de la veracidad de los hechos. Confirmada la autenticidad del milagro, el Papa ordenó llevar a Orvieto el sagrado corporal, el purificador y los linos manchados de sangre y allí se custodian hasta el día de hoy. El 11 de agosto de 1264, el milagro fue reconocido oficialmente por el papa Urbano IV con la bula «Transiturus de hoc mundo» e instituyó la fiesta que hoy celebramos en toda la Iglesia: la solemnidad del Corpus Christi, del santísimo cuerpo y sangre de Cristo.


El mismo Papa encomendó a los dos grandes teólogos de la época: el ya mencionado Buenaventura y Tomás de Aquino, la redacción de las oraciones propias del oficio litúrgico de esta fiesta. El día que ambos se presentaron ante el Papa para mostrarle su obra, le toco en suerte ser el primero en exponerla a Tomás de Aquino. Buenaventura quedó tan maravillado con las palabras de su “contrincante” que antes de que llegara su turno sacó sus escritos y los hizo pedazos ante el asombro de todos, reconociendo así la sublime belleza con la que Tomás de Aquino había captado el misterio de Cristo sacramentado.


He aquí un pequeño ejemplo. Juzguen y disfruten por sí mismos:


La Palabra es carne

y hace carne y cuerpo

con palabra suya

lo que fue pan nuestro.


Hace sangre el vino,

y, aunque no entendemos,

basta fe, si existe

corazón sincero.


Adorad postrados

este sacramento.

Cesa el viejo rito,

se establece el nuevo.


Dudan los sentidos

y el entendimiento.

Que la fe lo supla

con asentimiento.


Espero que este día nos ayude a todos a valorar un poco más el gran regalo que Cristo nos dejó en la eucaristía. Así sea.


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