LA TERNURA DEL PAPA FRANCISCO
Esta mañana comenzaba de manera oficial el nuevo papado con la celebración de la misa de inicio de ministerio petrino en la plaza de san Pedro. Como no puede ser de otro modo, allí estaba yo, en medio de italianos, haitianos, africanos, franceses, etc.; en medio de esa iglesia universal que, como su nombre indica, es la Iglesia Católica.
En Italia hoy es día laborable y cuando llegamos a la plaza no tuvimos que hacer mucha cola. Mientras esperaba, como siempre, saqué el rosario y comencé a rezar por el Santo Padre. En medio de las Avemarías del tercer misterio comenzaron los gritos de la gente y el movimiento de manos arriba y abajo, banderas de todos los colores ondeando de derecha a izquierda y viceversa… Signo inequívoco de que el Papa Francisco, subido al Papamóvil, había hecho su aparición en medio de la plaza. Alegría contenida en espera de que se acercará a la zona en la que me encontraba. Yo seguía desgranando las cuentas del rosario mientras miraba la pantalla grande que tenía cerca.
El rumor de la gente se hace más cercano. El Papa se acerca. Estoy a unos 15 metros de la vía por la que circula el Papamóvil. Lo veo bien (la altura ayuda). Todos aplaudimos y levantamos las manos para saludar. De pronto el coche se detiene frente a nuestra altura… sí se detiene. Sorpresa… El Papa desciende del coche… Sorpresón… ¿Qué hace este hombre?, ¿a dónde va?... Dirijo mi mirada a la pantalla de televisión para ver mejor lo que sucede. El Papa se acerca a un enfermo con parálisis, medio encogido, tumbado en una camilla y sostenido un poco en alto por las manos de un chico joven. El Papa lo besa… lo acaricia con ternura… El acariciado sonríe ampliamente.
Las lágrimas me brotan de los ojos. Mi imaginación ha volado hacia Lourdes, a la procesión de las antorchas… al momento en el que desde las escaleras de la entrada de la basílica en los últimos años he contemplado a decenas de enfermo (muchos, como el enfermo de la plaza de san Pedro, tumbados en camillas y encogidos por la enfermedad) siendo colocados ante el Santísimo para recibir la caricia y la bendición de Cristo sacramentado. Pienso que quizá alguna vez el hombre que hoy recibía la ternura del Papa había estado allí; que quizá incluso habíamos coincidido en aquel espacio al mismo tiempo —me emociono al escribirlo. No puedo evitarlo—. El Papa regresa al Papamóvil. Yo siento que mi visita de esta mañana a san Pedro ya ha merecido y mucho la pena.
Más tarde en la homilía el Papa Francisco nos invita a todos, cristianos y no cristianos, a imitar el ejemplo de san José y vivir la vocación de custodiar a los demás «con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando (uno) no comprende. (…) Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura (…), que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura». Así sea.