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UN NIÑO LO CAMBIÓ TODO (Homilía de Nochebuena)

• Cuenta el escritor inglés G. K. Chesterton que un día frío y de niebla (algo bastante habitual en Inglaterra) viajaba en un autobús con bastantes pasajeros. Todos iban sombríos, callados y aburridos. En una parada del camino subió una madre joven llevando en sus brazos un precioso niño. La madre era tan simpática, el niño tan gracioso y la comunicación entre ambos tan alegre, que rápidamente la alegría se fue contagiando por todo el autobús; unos sonreían al mirarlos y otros hacían muecas. Al poco rato todos los pasajeros hablaban y reían; el ambiente dentro del autobús se había transformado.


A propósito de este suceso comenta Chesterton que en el autobús triste y oscuro de la historia la humanidad un 25 de diciembre, de manos de su preciosa madre, subió un niño que lo cambió todo. Se llamaba Jesús. Él era «el Mesías, el Señor».


Aquella noche un haz de esperanza se abrió camino para siempre entre las sombras de la vida. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló». Desde entonces todo aquel que fija su mirada en Él y lo contempla con sencillez empieza a descubrir un horizonte nuevo que le hace salir de su ensimismamiento o egoísmo; y todo aquel que le sonríe y juega con Él comienza a participar de la alegría de una gracia especial: la propia de aquellos que saben que llevan un tesoro en una vasija de barro: el de ser hijos de Dios.


· El encuentro personal con ese niño transforma radicalmente nuestra historia; lo cambia todo,...

- porque nos enseña que los lugares oscuros de nuestra historia personal (que todos tenemos) se pueden transformar en lugares de salvación.

- porque a través de ese niño nos damos cuenta de que, «Dios sabe encontrar en nuestro fracaso nuevos caminos para su amor. Dios no fracasa» (Benedicto XVI).

- porque ese niño nos enseña la grandeza de lo sencillo y ordinario; la fuerza de la humildad y el desprendimiento.

- porque ese niño nos enseña a no hacer acepción de personas, acogiendo bajo un mismo techo a pastores y reyes, judíos y paganos.


· Si nuestra vida no ha cambiado, es que todavía no nos hemos encontrado con el niño Dios. «Aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo» (J. Ratzinger). Contemplar a Jesús, sonreírle y jugar con Él… ese es el secreto que transformará el clima sombrío y triste del autobús en el que tantas veces viajamos sin darnos cuenta. Merece la pena.


La humanidad necesita de personas santas que dejen traslucir con su vida el haz de luz y de esperanza que aquel 25 de diciembre trajo consigo Jesucristo: el Mesías, el Señor. En nuestras manos está llevar a cabo esta hermosa misión. Ojalá luchemos por hacerla realidad. Así sea.


Raúl Navarro Barceló

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