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·       Podemos decir que la liturgia celebra y hace presente el misterio de Cristo entre los hombres, pero lo hace a modo de cristal en el que se refracta la luz: desplegando a lo largo del año los diversos aspectos que constituyen el único misterio de Cristo, como el cristal refracta los diversos colores que componen la luz blanca que incide sobre él.

 

·     A través del año litúrgico se va recorriendo un camino jalonado por los principales misterios de la vida de nuestro Señor Jesucristo: su nacimiento, la epifanía, su bautismo en el Jordán, su pasión, su resurrección, su ascensión a los cielos, Pentecostés y, finalmente, el anuncio de su segunda venida en gloria y majestad.

 

«Cada época litúrgica —explica Dietrich von Hildebrand— pone de relieve un suceso distinto de la historia de la redención del hombre y, por esta razón, en cada época litúrgica se pone de manifiesto un aspecto diverso del misterio de la Encarnación y de nuestra redención. Este ritmo alternado de la liturgia se debe al hecho de que la liturgia conmemora y representa la historia de la salvación tal como se ha desarrollado en el tiempo. Pero la alternativa insistencia en los diversos aspectos de la única e idéntica realidad divina la impone también la naturaleza del hombre in statu viae. No es posible para el hombre en esta vida terrena comprender de una vez y con plenitud todo el conjunto de la verdad revelada ni dar una respuesta total a sus múltiples aspectos. Esto sólo será posible en la eternidad»[17].

 

 

·     Una observación importante: En la liturgia, el comienzo de un nuevo año no se entiende ni como una ruptura con lo anterior (año nuevo, vida nueva) ni como una mera repetición cíclica de lo vivido. El inicio de un nuevo año litúrgico es un volver a penetrar y profundizar en el misterio central de nuestra fe: Cristo, a través de sus palabras y sus obras. Al paso inmutable de las hojas del calendario se asocia de manera indisoluble el eje temporal de nuestras vidas, que le dota de relieve y profundidad, de una estructura —por utilizar una imagen visual— en forma de espiral.

 

 

·       Conviene resaltar el hecho de que el ciclo de lecturas que acompaña las celebraciones del año litúrgico no se recorre de manera uniforme. El esquema general de las lecturas que se proclaman en la Misa lo encontramos en la Ordenación General de las Lecturas de la Misa (OGLM), justo al inicio de cada volumen del Leccionario.

 

            Las lecturas de la Misa se han seleccionado a través de criterios diferentes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

- La celebración dominical del tiempo ordinario, viene modulada por uno de los evangelio sinóptico: Mateo, Marcos y Lucas, que ese año se toma como referencia y se va leyendo de forma prácticamente progresiva, siguiendo la vida de nuestro Señor Jesucristo. A este fragmento del evangelio se le incorpora una lectura del Antiguo Testamento que coordina con él. La segunda lectura, habitualmente de una carta de san Pablo, sigue un programa propio y no coordina con las otras dos lecturas.

 

Dado que son tres los evangelios sinópticos, el año litúrgico se repite con exactitud con una frecuencia de tres años. Para distinguirlos, a cada uno de ellos se les asigna una de las tres primeras letras del alfabeto (ciclo A: Mateo, B: Marcos y C: Lucas).

 

Podríamos decir que los domingos la Iglesia recorre el año litúrgico con una misma mirada (sinópticos), pero con tres gafas distintas, de manera que en cada caso se resaltan unos u otros aspectos del Evangelio, que en gran medida están en función de los destinatarios originales de estos textos. Así, por ejemplo, Mateo, que escribe para los cristianos de origen judío, se preocupa de resaltar el hecho de que en Cristo se cumplen las profecías del Antiguo Testamento acerca del Mesías; Marcos, que escribe a los romanos (aunque otros autores sostienen otros destinario), realza más las obras de Jesús que sus enseñanzas, ya que los romanos eran hombres eminentemente prácticos; Lucas, que se dirige a los cristianos de origen pagano, centra su atención en la universalidad de la salvación y en la caridad.

 

- En los domingos de los tiempos fuertes (Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua) se ha preferido segur el criterio de lectura coordinada, es decir, que a partir de una de las lecturas, normalmente el evangelio, se han escogido el resto de lecturas con la misma temática o siguiendo un programa.

 

 

·        Por otro lado, la celebración ferial durante el tiempo ordinario sigue un esquema doble, según el año en el que nos encontremos sea par o impar (hay un libro para cada año): el evangelio es siempre el mismo, pero cambia la primera lectura y el salmo, con el fin de que la liturgia de la palabra abarque más textos de la Biblia. El inconveniente es que durante el tiempo ordinario las lecturas no guardan una coincidencia temática.

 

Ahora bien durante el período de tiempos fuertes: Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, las lecturas son siempre las mismas y lo habitual es que la primera lectura y el Evangelio guarden una relación entre sí.

 

 

·     Una última consideración importante. El año litúrgico se enriquece con un conjunto articulado de celebraciones, distribuidas a lo largo de todo el camino litúrgico, en las que la Iglesia venera con especial amor a María y hace también memoria de algunos santos, que participan de la gloria de Cristo.

 

Como señalaba el papa Juan XXIII, «cada uno de los santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo»[18]. Por eso, celebrar a un santo es celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura. Sobre todos los santos sobresale la Virgen, a quien honramos con culto de especial veneración por ser la Madre de Dios. Ella es la que mejor ha imitado a su hijo Jesucristo, quien antes de morir en la cruz nos la ha entregado como madre.

 

 

·     En función de su relevancia las celebraciones litúrgicas pueden adquirir las siguientes categorías:

 

Solemnidad: Es la máxima clasificación de una celebración (fiesta muy importante). Su celebración comienza en las primeras vísperas del día precedente. En la misa se dice el gloria y el credo, y hay segunda lectura.

 

Fiesta: Es una celebración importante que sobresale del común del tiempo ordinario. En la misa se dice el gloria.

 

Memoria: Es la celebración que conmemora de manera libre u obligada a un santo.

 

Feria: Se denomina así a los días de la semana que siguen al domingo. En ella no hay oficio propio, ni memoria de algún santo. Son privilegiadas las ferias del miércoles de ceniza (que señala el comienzo de la cuaresma), las de semana santa y las de adviento del 17-24 diciembre.

 

            Conviene señalar que estas celebraciones en el caso de los santos suelen corresponder al día de su muerte o nacimiento para la vida futura (dia natalis), mientras que en el caso de la Virgen o del Señor guardan relación con los tiempos litúrgicos específicos más cercanos.

 

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·        «La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la Iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que durante la liturgia de la Palabra se vuelva espontáneamente la atención de los fieles» (Ordenación General del Misal Romano, 272). Ese lugar concreto es el ambón, desde donde los lectores proclaman los textos bíblicos.

 

Estos textos no se leen directamente de la Biblia sino que, para facilitar su lectura, se publican en libros especiales donde se indican los textos de cada día llamados leccionarios.

 

 

·           Reglas fundamentales para los lectores en la Misa[19]

 

       La Palabra de Dios en la celebración litúrgica debe ser proclamada (dicha en alta voz) con sencillez y autenticidad. No teatralizar. El lector debe ser él mismo y proclamar la Palabra sin artificios inútiles. De hecho, una regla importante para la dignidad misma de la liturgia es la de la verdad del signo, que afecta a todo: los ministros, los símbolos, los gestos, los ornamentos y el ambiente. Leer a una velocidad adecuada, ni lento ni rápido.

 

También es necesario la formación del lector, que se extiende a tres aspectos fundamentales.

 

1. La formación bíblico-litúrgica

 

El lector debe tener al menos un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura: estructura, composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). Quien sube al ambón debe saber lo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.

 

Además, debe tener una suficiente preparación litúrgica, distinguiendo los ritos y sus partes y sabiendo el significado del propio papel ministerial en el contexto de la liturgia de la palabra. Al lector corresponde no sólo la proclamación de las lecturas bíblicas, sino también la de las intenciones de la oración universal y otras partes que le son señaladas en los diversos ritos litúrgicos.

 

2. La preparación técnica

 

El lector debe saber cómo acceder y estar en el ambón, cómo usar el micrófono, cómo usar el leccionario, cómo pronunciar los diversos nombres y términos bíblicos, de qué modo proclamar los textos, evitando una lectura apagada o demasiado enfática.

 

Debe tener clara conciencia de que ejerce un ministerio público ante la asamblea litúrgica: su proclamación por tanto debe ser oída por todos. El Verbum Domini con el que termina cada lectura no es una constatación (Esta es la Palabra de Dios), sino una aclamación llena de asombro, que debe suscitar la respuesta agradecida de toda la asamblea (Deo gratias).

 

3. La formación espiritual

 

La Iglesia no encarga a actores externos el anuncio de la Palabra de Dios, sino que confía este ministerio a sus fieles, en cuanto que todo servicio a la Iglesia debe proceder de la fe y alimentarla. El lector, por tanto, debe procurar cuidar la vida interior de la Gracia y predisponerse con espíritu de oración y mirada de fe.

 

Esta dimensión edifica al pueblo cristiano, que ve en el lector un testigo de la Palabra que proclama. Esta, aunque es eficaz por sí misma, adquiere también, de la santidad de quien la transmite, un esplendor singular y un misterioso atractivo.

 

Del cuidado de la propia vida interior del lector, además que del buen sentido, dependen también la propiedad de sus gestos, de su mirada, del vestido y del peinado. Es evidente que el ministerio del lector implica una vida pública conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia. Leer en misa es un honor, no un derecho; un servicio en pro de la asamblea litúrgica, que no puede ser ejercido sin las debidas habilitaciones, por el honor de Dios, el respeto a Su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.

 

 

* Consideraciones:

 

En los leccionarios, la parte que está en rojo no se lee. Por ejemplo, no se dice: Primera lectura.

 

En el salmo no se dice: Repitan, sino que se ayuda al pueblo haciendo la parada justa y diciendo la frase para que la siga la gente. El aleluya debe cantarse preferentemente. Lo lee o canta el lector no el sacerdote. Todos se ponen de pie cuando es entonado.

 

Las moniciones a las lecturas del domingo pueden ser un instrumento muy útil para mejorar la atención de los asistentes. Para ellos es necesario que sean breves (no hacer homilías), que estén centradas en exponer la idea central que busca transmitir la liturgia de la palabra, y que pongan en relación la primera lectura con el Evangelio.

 

 

Raúl Navarro Barceló

 

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[17] D. von Hildebrand, El corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina, Madrid 42001, pp. 13s. El paréntesis es nuestro.

[18] Juan XXIII en la alocución del 5 de junio de 1960.

[19] http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/las-tres-reglas-fundamentales-para-los-lectores-en-la-misa-5278670771978240

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