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Arte y Fe

El Calvario

      Van der Weyden pintó el Calvario los últimos años de su vida para la cartuja de Schuet, Bruselas. La obra debió llegar a España coicidiendo con el regreso definitivo de Felipe II en agosto de 1559.

 

En esta obra nos encontramos ante una Crucifixión reducida a su esencia más absoluta y situada en un espacio angosto y claustrofóbico que produce un fuerte impacto (323x192cm).

 

En el centro del cuadro aparece la figura de tamaño natural de Cristo crucificado sobre una cruz en forma de T, que se cobija bajo un dosel fingido de color rojo.

 

En el rótulo de la cruz podemos leer «INRI», el conocido acrónimo de la frase latina IESVS NAZARENVS REX IVDAEORVM, la cual se traduce al español como: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos». Se trata de la versión latina de la frase que, según el Evangelio de Juan, hizo colocar Poncio Pilato como explicación de la causa de la condena de Jesús a muerte de cruz.

 

A los lados del crucificado, las figuras de la Virgen y San Juan resaltan con sus vestidos blancos frente al paño de color rojo, dando una impresión casi escultórica. El paño de pureza aflojado en el extremo izquierdo subraya la conexión entre Cristo y la Virgen. El dramatismo de las tres imágenes y la plasticidad de sus formas, propias del artista, se ven aquí acentuados por la grandeza de la composición y por la tormentosa agitación de sus paños, en fuerte contraste sobre el fondo.

 

Crucifijos tallados se colocaban y se siguen colocando ante esos fondos de paños con pliegues y bajo doseles de ese tipo. Parece poco probable, no obstante, que la cruz y el Cristo de tamaño natural representen un enorme crucifijo tallado. La carne y la sangre de Cristo, la corona de espinas y los clavos se representan en sus colores naturales, al igual que los rostros de la Virgen y san Juan, las manos y los pies desnudos de este y el zapato de aquella. Los tres personajes son humanos, pero semejan al mismo tiempo estatuas, policromadas con exquisita destreza y refinamiento. Todos los detalles en el cuadro están destinados a mover al observador a la piedad. Es una imagen narrativa y a la vez devocional.

 

 

·          El cuerpo de Cristo presenta el colorido de la desnudez mortecina, mientras que los rostros de la Virgen y San Juan presentan tonos visiblemente rosáceos. El bello rostro de Cristo, muerto en paz tras el tormento, con la boca abierta y coronado por el espino verde del que surgen ligeros mechones enredados con finos chorros de sangre resulta sobrecogedor.

 

«Jesús, cuando probó el vinagre, dijo: Todo está consumado. E inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 19,30). Aunque Cristo está muerto, con la cabeza baja y los ojos cerrados, llora tres lágrimas: una lágrima resbala del ojo derecho, y dos del izquierdo. Las tres lágrimas pueden referirse a las tres ocasiones en que Jesús lloró: lágrimas de amor cuando supo de la muerte de Lázaro (Jn 11,35); lágrimas de compasión cuando previó el triste futuro de Jerusalén (Lc 19,41), y lágrimas de dolor cuando oraba en el huerto de Getsemaní (Hb 5,7 con referencia a los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas). Los vivos –la Virgen y el san Juan dolientes–, en cambio, no lloran.

 

 

·          A través de los plegados del paño rojo, Van der Weyden va guiando al espectador hacia los elementos claves de la obra, cargada de simbolismo. 

 

El plegado de la parte superior del paño coincide con el rostro de Cristo, del cual manan las tres lágrimas de las que hemos hablado.

 

El siguiente plegado del paño coincide con la llaga del costado de Cristo, signo inequívoco de la muerte de Cristo en la cruz: «Cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua» (Jn 19,33-34). El agua, visible en la obra de El Descendimiento, no está presente en esta. Pero como en aquella, la sangre que fluye aquí tampoco mancha el paño de pureza. El tejido de éste es semitransparente, y a través de él se aprecia la sangre que gotea de la herida abierta en el costado.

 

Un plegado del paño rojo coincide con los rostros de María y el apóstol Juan, que son de una factura y emoción maravillosas. Finalmente, los pies de Cristo clavados por un único clavo están enmarcados en uno de los cuadros del paño.

 

            Una franja de vegetación ocupa la parte inferior del cuadro y proporciona apoyo a la Virgen, la cruz y san Juan. El fondo que se ve tras el paño de honor rojo es gris: puede sugerir la oscuridad que precede y sigue a la muerte de Cristo: «Era ya alrededor de la hora sexta y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora nona. Se oscureció el sol y el velo del Templo se rasgó por medio» (Lc 23,44-45). El color gris tiene que indicar también el muro en el que se apoyan el dosel y el paño de honor.

 

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