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Arte y Fe

El descendimiento

            «José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque ocultamente por temor a los judíos, rogó a Pilato que le dejara retirar el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió» (Jn 19,38). El descendimiento del cuerpo inerte de Jesús es el momento que refleja Van der Weyden en su obra.

 

            Diez personajes están situados en una caja dorada de escaso fondo que parece casi imposible que pueda alojarlas. El conjunto de la escena es un ataque directo a las emociones del espectador. No  individualiza a los personajes, sino que cada uno forma parte de un todo. Existen numerosos puntos de contacto entre las figuras que llaman la atención del espectador cada vez que descubre uno de ellos. Por ejemplo: el dedo pulgar de uno de los pies de Cristo casi toca el paño que cuelga de la cabeza de María Magdalena, la cabeza de san Juan con la manga gris de la mujer del lado izquierdo; la manga derecha de María Magdalena con el frasco, etc.

 

A la izquierda nos encontramos con María de Cleofás, hermana de la Virgen María, que llora desconsoladamente. Ella es una de las tres Marías que han estado junto a la cruz de Jesús (Jn 19,25). San Juan con túnica roja consuela y sostiene a la Virgen (el azul de su manto es uno de los lapislázulis más bellos empleados en pintura flamenca), ayudado por una mujer vestida de verde, probablemente María Salomé, madre de Juan. Mientras que la tercera María, la Magdalena, se encuentra en el otro extremo del cuadro, con el cuerpo contorsionado; retuerce sus brazos en un gesto convulso y violento que habla de su dolor. El criado que está a su lado sosteniendo en sus manos un tarro de perfume de nardo, nos ayuda a identificarla, ya que la tradición la identificó (equivocadamente) con María, la hermana de Lázaro, que ungió los pies de Jesús (Jn 12,3).

 

José de Arimatea sujeta el cuerpo de Cristo por las piernas. Es el hombre rico que viste de dorado, conforme a su rango social, y que consiguió de Pilato que le entregase el cuerpo de Jesús para introducirlo en un sepulcro nuevo que guardaba para si mismo (Mt 27,57-60). Tiene su mirada puesta en la mano de Jesús y por su rostro resbalan lágrimas de dolor. Le ayuda Nicodemo, hombre de más edad, fariseo y judío influyente, quien tuviera un hermoso encuentro nocturno con Cristo en el que éste le habló de la necesidad de nacer de nuevo por el Espíritu (Jn 3,1-21). La calavera en el suelo representa el pecado de Adán, del que hemos sido redimidos por Cristo.

 

 

            En la obra las incoherencias espaciales son claras: el criado que está detrás de la cruz parece haberse enganchado la manga derecha en la tracería situada en el ángulo de la caja y sostiene unos clavos de tamaño exagerado; la cruz misma, con el travesaño horizontal tan sumamente corto, nunca podría haber sostenido el cuerpo de Cristo; la perspectiva de la escalera es imposible; por otro lado, las piernas de la Virgen se han alargado en exceso para que sus pies oculten la intersección entre el madero vertical de la cruz, la escalera, el fondo dorado de la caja y la vegetación que hay en la base de esta. Pero dentro del escenario las figuras forman una estructura lineal perfectamente equilibrada.

 

 

            Es significativo el paralelismo entre la Virgen y Cristo. Ella se desvanece y cae al suelo repitiendo el mismo esquema del cuerpo de su hijo. Ambos tienen los ojos cerrados y lágrimas que resbalan por su rostro. Sus cuerpos parecen seguir el esquema de una ballesta, así como el conjunto de ambos cuerpos: sus troncos serían el eje de la ballesta  y con sus brazos exteriores la parte superior de la misma. La razón de ello es que el cuadro lo encargó el gremio de ballesteros de la ciudad de Lovaina (Bélgica), como hace notar el dibujo de una ballesta en los dos extremos superiores.

 

            Llama la atención la representación del rostro de Cristo. A éste normalmente se le representa con barba, y así figura en otras versiones del propio Van der Weyden. En esta obra da la impresión de que estaba bien afeitado antes de ser crucificado y que la barba incipiente que vemos le ha crecido durante el tiempo de la Pasión. En el rótulo de la cruz encontramos los caracteres griegos «IHXP»: son dos monogramas de Cristo. IH son las dos primeras letras del nombre de Jesús en griego (Iησοῦς), iota (Ι,i) y eta (Η,η); mientras que el monograma XP lo conforman las letras griegas X (ji) y Ρ (rho), que son las dos primeras letras del término Cristo en griego: Χριστός.

 

La cabeza de Cristo esta situada en el eje horizontal y la perspectiva de la nariz está algo forzada para subrayar más ese horizontalidad. Todo el cuadro recibe una fuerte luz desde la derecha que ilumina a Cristo desde abajo. Las espinas que se clavan en su frente y oreja subrayan el horror de la escena, aunque mirando el cuerpo de Cristo nos damos cuenta que ni la flagelación ni el escarnio han dejado huellas en él. El arte sagrado nos quiere hablar de la infinita belleza de Dios, del esplendor de la verdad de la fe. De la herida del costado mana sangre, que se está coagulando, y también agua (Jn 19,34). La sangre recorre su cuerpo, pero fluye sin manchar el paño de pureza.

 

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