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Arte y Fe

La vocación, la inspiración y el martirio de san Mateo

  Estas tres obras pertenece al ciclo de la vida del apóstol san Mateo que le fue encargada al joven artista M. Caravaggio en 1599 para decorar la Capilla Contarelli (cardenal Mateo Contarelli) en la iglesia romana de San Luis de los Franceses.

 

  Empecemos por el lienzo izquierdo, La vocación de san Mateo. Un cuadro insólito por sus planteamientos que revolucionó la pintura de su tiempo. Representa el momento en el que Cristo invita a Mateo a seguirle y unirse a sus discípulos. Caravaggio lo plasmó de una forma nunca vista hasta entonces. 

 

  El artista sitúa la escena en el interior de una taberna de su época, que él conocía muy bien. Sumidos en la penumbra, varios hombres cuentan su dinero alrededor de una mesa. Entre ellos se encuentra Mateo, el despreciado recaudador de impuestos o publicano. Caravaggio lo retrata como un usurero de su tiempo, uno de los personajes más odiados por aquella sociedad. Estaban enfrascados en su tarea cuando Cristo, a la derecha, irrumpe en la habitación acompañado por san Pedro, dejando entrar una fuerte luz que disipa las tinieblas e ilumina los rostros de los personajes. 

 

  La súbita entrada de estos desconocidos produce en el grupo reacciones diversas:

El hombre que está de espaldas a nosotros se vuelve con actitud de desafío hacia los recién llegados; el joven que está sentado frente a él y apoya un brazo en Mateo lleva los ropajes más ricos mira en la misma dirección que Mateo, pero parece desviar los ojos de los de Jesús (quizás podríamos identificarle con el joven rico del evangelio). Otros, sin embargo, continúan absortos en sus quehaceres, completamente ajenos a lo que ocurre a su alrededor. Sólo Mateo, que se señala el pecho con incredulidad y abre los ojos lleno de asombro, se siente personalmente interpelado por la presencia de Cristo. Jesucristo levanta su mano derecha y se dirige hacia él con el mismo gesto que utiliza Adán en la Capilla Sixtina cuando Dios Padre le concede el don de la vida. Caravaggio inmortalizó la escena en el justo momento en el que Cristo pronuncia la palabra "sígueme". 

 

  Apenas un momento después, Mateo se levantará y abandonará la compañía de los usureros para convertirse en uno de los doce apóstoles. No es difícil imaginar el desconcierto que su respuesta producirá entre sus compañeros.

 

  El cuadro penetra así en uno de los grandes temas cristianos: el misterio de la llamada o vocación. Como se ve el grupo de Mateo está vestido con calzas y jubones a la usanza de finales del siglo XVI, mientras que Jesús y Pedro llevan ropajes antiguos y van descalzos. Caravaggio quiere mostrar que la llamada de Cristo es siempre actual y se dirige a los hombres de todas las épocas. Pero sólo unos pocos serán capaces de sentir su fuerza irresistible. Los demás reaccionan con recelo, como el hombre de espaldas; con desdén, como el chico de la pluma; o con completa indiferencia, como los personajes de la izquierda. El artista ofrece un amplio repertorio de las respuestas del hombre a la llamada de Dios, que sigue teniendo validez absoluta en nuestros días, en los que Cristo sigue llamando e invitando a los hombres a seguirlo.

 

  En este sentido es interesante resaltar el detalle de la figura de Pedro que acompaña a Cristo y le introduce en la estancia. Pedro representa a la Iglesia, cuya misión es precisamente la de conducir al Salvador hasta los hombres, para ofrecerles su misericordia. A través de la repetición por parte de Pedro del gesto de Cristo con la mano Caravaggio transmite un mensaje de especial relevancia en plena época de contrarreforma: recuerda simbólicamente que la salvación de Cristo pasa a través de la repetición de los mismos gestos instituidos por Cristo (los sacramentos) y reiterados, en el tiempo, por la iglesia. 

 

Contemplando este cuadro uno entiende que también uno mismo, en este momento, está siendo llamado por Cristo a través de la Iglesia a seguirle tal y como hizo san Mateo. Se siente sorprendido como Mateo, porque Cristo no le juzga por su pasado; no lo condena, sino que le ofrece ser su amigo, salir de la oscuridad de la que los otros personajes del cuadro parecen no querer salir.

 

 

 

 

  Fijémonos ahora en el cuadro del medio, La inspiración de San Mateo (o San Mateo y el ángel). Recoge el momento en el que un ángel desciendo del cielo para dictar a san Mateo su evangelio. La primera versión que Caravaggio realizó de este cuadro fue rechazada por considerarse indecorosa. Para resaltar que los evangelios son palabra de Dios, aquel primer cuadro representaba a Mateo como un viejo torpe con la escritura al que un ángel con aspecto adolescente guiaba suavemente la mano, como haría un maestro con un niño. Este cuadro fue destruido durante la segunda guerra mundial. 

 

  La versión que tenemos ante nosotros se acerca más a los cánones del momento, pero incide en la torpeza de un anciano poco acostumbrado a la tarea de escribir. Ni siquiera encuentra una postura adecuada para sentarse ante la mesa y ha colocado su rodilla en un taburete que rebasa el firme del suelo que le sirve de apoyo y parece a punto de caer fuera del cuadro. Mateo gira su cabeza hacia el ángel que desciende de los cielos y toda su atención se centra en escuchar atentamente sus palabras, mientras a duras penas consigue sujetar la pluma, demasiado ligera para sus fuertes manos. 

 

  Para concentrar toda nuestra atención, Caravaggio omitió cualquier elemento que no resultara esencial en la escena y pintó con bellísimos tonos de ocre y naranja los ropajes del apóstol que contrastan con la blancura de las telas que flotan alrededor del ángel.

 

 

 

 

  El último cuadro es El martirio de san Mateo. Caravaggio, como siempre, escogió el momento más tenso: aquel en el que el apóstol acaba de ser alcanzado por el esbirro del rey de Etiopía (donde la tradición dice que evangelizó y fue martirizado al ser visto por el rey como culpable de que su hija no aceptara casarse con un príncipe por haberse consagrado a Dios) que está a punto de descargar su golpe mortal. 

 

  Mateo aparece tumbado en el suelo y revestido con ropajes litúrgicos, porque ha sido sorprendido mientras celebraba una misa. La violenta interrupción de estos hombres semidesnudos hace huir despavorido a un pequeño monaguillo que no puede reprimir un grito de horror y que se ha convertido en uno de los personajes más célebres de este cuadro. Casi podemor oír su grito y percibimos la violencia de la escena.

 

  El soldado se dispone a dar muerte al apóstol y todas las figuras a su alrededor se apartan con violentos movimientos que enmarcan y dejan libre la escena central. El apóstol casi toca ya con los dedos la palma del martirio que le ofrece un ángel desde el cielo. Un detalle que aporta tensión dramática a este último instante de su vida.

 

 A la izquierda, tras el cuerpo del esbirro etíope, extraños personajes vestidos con ropas del siglo XVI presencian la escena. Entre ellos el rostro barbudo del propio Caravaggio, que observa la escena con consternación y tristeza. 

 

 Con este cuadro, Caravaggio cierra el arco de la vida del apóstol, aquel recaudador de impuestos que, cubierto de ricos ropajes y rodeado de villanos, contaba sus monedas en la lóbrega atmósfera de una taberna. Jesús no excluye a nadie de su amistad. Precisamente, mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, dice: "No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mc 2, 17). No importa nuestro pasado, sino nuestra actitud de cara a la conquista de nuestro presente y futuro. Cuando Mateo se encontró con Jesús, se le abrió la puerta a una vida nueva. Escuchó el "sígueme" de Jesús y lo siguió. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a cambiar de vida? ¿O vamos a dejar que Jesús pasé de largo sin escucharle?

 

El texto sigue fundamentalmente el comentario de una audioguía de la ciudad de Roma.

 

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