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Sobre el nombre de Jesús y de cristiano

·           El día 3 de enero la liturgia de la Iglesia hace memoria del santísimo nombre de Jesús. Para nosotros los nombres son algo más bien casual: ponemos a los niños el nombre de un familiar o uno que sencillamente nos parece bonito. Pero para los judíos el nombre expresaba la vocación y la esencia de una persona. Por eso Dios cambiaba el nombre de las personas que elegía para una gran misión: Abrán, por ejemplo, pasó a llamarse Abrahán (que significa: Padre de una multitud) y el apóstol Simón pasó a llamarse Cefas, es decir, Pedro (porque sería la piedra sobre la que edificaría su Iglesia).

 

            María y José, siguiendo la indicación del ángel, le pusieron al niño Dios el nombre de Jesús, Ieshua en versión original, que en hebreo significa “Dios salva”: sin duda alguna, un nombre de lo más significativo, porque, efectivamente, el Hijo de Dios se ha hizo hombre para salvarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte para llevarnos a la luz de la vida eterna.

 

·           Ahora bien, a través del propio nombre de Jesús se nos enseña también que esa gran misión no se llevará a cabo por la fuerza o el dominio, sino por la humildad y la entrega.

 

            El nombre de Ieshua, Jesús, era un nombre de lo más vulgar en el ámbito judío, tal y como lo pueda ser hoy día para nosotros el nombre de Miguel o de Javier. Al oído de los judíos de aquella época el nombre de Jesús sonaba tan raro en la lista de los grandes profetas y reyes de Israel: Samuel, Saúl o David, como a nosotros nos sonaría raro escuchar el nombre de Javier al final de la lista de los reyes de España, llena de Carlos y Felipes. Luego, no sólo el pesebre y el niño envuelto en pañales son una lección de humildad, sino que hasta el mismo nombre de Jesús es toda una declaración de intenciones.

 

            No menos significativa será la presentación que realiza Juan el Bautista de Jesús cuando éste se acerca a la orilla del Jordán para ser bautizado. Le aplica el título de «cordero de Dios». Él no fundará su Reino tal y como se fundan los reinos de este mundo: por la fuerza; sino que lo hará dejándose llevar al matadero como un cordero que no abre la boca (Is 53,3-7). Pero, paradójicamente, Jesús manifestará así su gran poder. El pecado será vencido de un modo singular: sin destruir a los pecadores y sin alejarlos de la presencia de Dios. Al contrario, es Dios quien se identificará con nosotros hasta la muerte y muerte de cruz, y hará de nosotros hombres nuevos mediante su resurrección.  

 

·           Ese es precisamente el misterio en el que somos sumergidos cuando nosotros recibimos el bautismo: somos sumergidos en la muerte de Cristo para renacer con Cristo resucitado de las entrañas de la Iglesia. En ese instante, junto al nombre de pila, adquirimos el nombre singular de cristianos y con ello una misión o vocación maravillosa e importantísima: tener los mismos sentimientos de Cristo. Es decir, pensar como Él, actuar como Él, querer como Él, con los sentimientos de su Corazón. Un corazón que, por amor, se ha vaciado hasta darlo todo.

 

            No es esta una tarea sencilla, pero contamos con la ayuda de la Iglesia que administra el tesoro de la Palabra, los sacramentos y el testimonio de los santos. En el seno de la Iglesia caminamos hacia el encuentro con Cristo con la esperanza de que ser un día verdaderamente conscientes y dignos del nombre de cristianos: auténticos discípulos de Jesús, el Cristo.

 

 

Raúl Navarro Barceló        

 

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