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Orando en compañía de Jesús sacramentado

  Es fácil escuchar: "Padre, ES QUE YO NO SÉ REZAR". Quizás una buena respuesta sea: "Hij@, LLENA TU CORAZÓN de seres humanos, DE NOMBRES CONCRETOS CON NECESIDADES CONCRETAS y comenzarás a rezar"; después abre tu corazón y háblale a Dios de tus deseos, alegrías, preocupaciones o tristezas. Para los que están empezando a dar sus primeros pasos en la oración, este texto les puede servir de ayuda. Habla con el Señor sencillamente, como hablarías al mejor de tus amigos, a tu madre o tu hermano.

 


    I. ¿Necesitas hacerme una súplica en favor de alguien? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos: dime qué quieres que haga por ellos. No vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos para atender a las necesidades de los demás.

 

    Háblame con sencillez de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos una palabra de amigo, entrañable y fervorosa. Recuerda que prometí escuchar toda súplica salida del corazón, ¿y no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón ama especialmente?

 

 

    II. Y para ti ¿no necesitas alguna gracia? ¿Sientes que tienes que mejorar en algunas actitudes vitales? Dime francamente que sientes soberbia, pereza o amor a la sensualidad; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de tus esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.

 

   No te avergüences ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad..., y poco a poco se vieron libres de ellos.

 

  Tampoco vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga a tu santificación, sino que la favorezca y ayude. ¿Qué puedo hacer en tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte!

 

    ¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿Qué piensas? ¿Qué deseas? Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención; qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y juntos descubriremos las causas de ese fracaso.

 

 

    III. ¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame tus tristezas. ¿Quién te hirió? ¿Quién lastimó tu amor propio? ¿Quién te ha despreciado? Acércate a mi corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas. Cuéntamelo todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas; y en pago recibirás mi consoladora bendición.

 

   ¿Temes? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías que, no por ser infundadas, dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi Providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.

 

    ¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien y ahora se alejan de ti sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas.

 

 

    IV. ¿Tienes tal vez alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella como a un buen amigo?

 

    Cuéntame lo que, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho sonreír tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá viste disipados negros recelos, quizá recibiste buenas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad o salido de algún lance apurado. Se agradecido por ello. El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios.

 

 

    V. ¿Te dices a plantearte algún pequeño propósito de lucha para mejorar? ¿Tienes firme resolución de no exponerte más a esa ocasión de pecado que siempre te hace caer y te deja sumido después en la tristeza? ¿De privarte de aquel objeto que te dañó? ¿De no tratar más a la persona que te induce a obrar mal? ¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra con la que te has enfadado por una tontería?

 

    Hijo mío, ahora vuelve a tus ocupaciones habituales; al trabajo, a la familia, al estudio...; pero no olvides este tiempo de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Ama a Mará, mi Madre, que lo es también tuya, y vuelve otra vez mañana con el corazón abierto y entregado al deseo de servicio. Hasta mañana.

 

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