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Oración, ayuno y limosna: medios

para volar alto (Homilía de Cuaresma)

·          En algún sitio leí que el águila es un ave muy longeva: llega a vivir 70 años. Pero hacia la mitad de su vida debe de afrontar un duro y largo proceso de renovación. A los 40 años sus uñas se han vuelto tan largas y flexibles que no pueden sujetar bien a las presas; el pico se ha curvado demasiado y las alas han crecido tanto que su peso dificulta el vuelo.

 

En ese momento, o bien se deja morir o bien se dispone a afrontar un proceso de renovación: se recoge en un nido en lo alto de una montaña y allí comienza a golpear el pico contra la roca... hasta arrancarlo. Luego, espera que le nazca un nuevo pico con el cual podrá arrancar sus viejas uñas inservibles; con éstas se deshará de las plumas más viejas y pesadas, para volver a volar bien alto otros 30 años más.

 

 

·          El tiempo de cuaresma es una invitación de la Iglesia a vivir cada uno de nosotros una renovación interior que nos permita desprendernos de aquellas actitudes vitales que nos lastran y nos impiden volar bien alto en nuestra vida diaria. La cuaresma es una invitación a la conversión, es decir, a hacer realidad en nosotros el misterio pascual de Cristo: morir al hombre viejo y renacer a la libertad del hombre nuevo en la gracia de Dios, que un día recibimos por el sacramento del bautismo.

 

            Para ello, a lo largo de esta cuaresma se nos invita a hacer como el águila:

 

— primero, buscar con más frecuencia un sitio tranquilo en el que poder recogernos en oración. No puede haber conversión sin búsqueda de Dios. Y ¿dónde encontrar a Dios sino en su palabra meditada en la intimidad del silencio?  El tiempo de cuaresma debe llevarnos a un encuentro con Cristo en las Sagradas Escrituras. El gran traductor de la Sagrada Escritura a la lengua latina, san Jerónimo, decía que «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo», fuente de nuestra salvación.

 

— el segundo medio de conversión al que nos invita la cuaresma es el de “golpear el pico contra la roca” mediante el ayuno el miércoles de ceniza y el viernes santo, y la abstinencia de carne todos los viernes. «Haciendo más pobre nuestra mesa —decía el Papa Benedicto XVI— aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos»[1].

 

— en tercer lugar, durante la cuaresma, debemos desprendernos de esas garras posesivas con las que nos afanamos por coleccionar cosas y más cosas, que tantas veces acabamos por dejar tiradas en un rincón o de las que acabamos siendo un poco esclavos, tal y como nos sucede con algunos aparatos electrónicos.

 

Mediante la práctica de la limosna hacia aquellos que menos tienen y más necesitan podemos «liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo»[2].

 

— Finalmente, durante este tiempo de cuaresma se nos invita a deshacernos de las viejas y pesadas plumas del pecado en sus más diversos tipos mediante el sacramento de la confesión. Uno de los cinco mandamientos de la Iglesia es, precisamente, confesarse al menos una vez al año por este tiempo, aunque sería bueno que no fuéramos tan rácanos con este sacramento.

 

 

·          Esta es la invitación que nos hace la Iglesia de cara a la Cuaresma. Si la vivimos bien, podremos lanzarnos nuevamente al día a día con la fuerza del Espíritu Santo que nos hace verdaderamente libres en Cristo y nos impulsa a volar bien alto, renovando en nosotros la capacidad de entrega y amor de los hijos de Dios.

 

No nos conformemos con vivir como gallinas, cuando estamos llamados a ser águilas. Así sea.

 

 

Raúl Navarro Barceló

 

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[1] Benedicto XVI, Mensaje para la cuaresma 2011.

[2] Idem.

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