La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
Lectio Divina
· Sólo se ama a aquella persona a la que se conoce y para conocer a alguien es necesario tratarle. ¿Cómo conocer y tratar a Dios? San Jerónimo, el gran traductor de la Sagrada Escritura a la lengua latina, decía: «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo». La Lectio Divina es un modo de profundizar en el conocimiento de la Palabra de Dios no tanto desde el estudio de la misma sino desde la oración, para llegar a un encuentro personal “de tú a tú” con Dios [1]. Se trata de aprender a escuchar al mismo Dios que nos habla a los hombres de hoy desde la palabra viva de la Biblia; se trata de leerla con el corazón, de hacer una lectura orante de la palabra haciéndome preguntas sobre lo que leo. Debemos acercarnos a la Sagrada Escritura no como palabra del pasado, sino como palabra viva, a través de la cuál Dios habla a los fieles por la acción del Espíritu Santo.
La Lectio Divina es un camino en el que se avanza a través de cuatro peldaños: Lectura, Meditación, Oración y Contemplación. Pero antes que nada hay que buscar un espacio con el adecuado silencio que facilite la oración. Es fundamental ese primer momento para que haya una “ruptura” con el ritmo de la vida ordinaria de modo que se pueda estar a la escucha de la Palabra. Al comienzo pedimos ayuda al Espíritu Santo, para que la Palabra de Dios sea engendradora de vida y verdad en nosotros.
Los cuatro pasos:
1. Lectura.
Nos preguntamos: ¿qué dice el texto?
Para: comprender la Palabra
Y así poder: descubrir lo que Dios quiere enseñarnos.
Antes de afrontar la lectura del texto es bueno adquirir una base formativa sobre el contexto en el que fue escrito, los personajes o el significado. La distancia temporal respecto del momento en el que fue escrito a veces puede dificultar su comprensión. Podemos abordarlo desde tres perspectivas complementarias: literal (estudio del lenguaje, personajes, tiempo y lugar, contexto dentro del libro o de toda la Biblia); histórica (situación socio-cultural del momento); teológica (cuál es el mensaje de Dios a su pueblo).
Inmediatamente después debemos leer y releer pausada y atentamente el texto, rumiarlo hasta que hayamos entendido bien su contenido. Esta fase nos debe ayudar a interiorizar la Palabra y captar las ideas principales del texto.
2. Meditación.
Nos preguntamos: ¿qué me dice a mí el texto? o ¿qué dice de mí el texto?
Para: actualizar la Palabra en el hoy.
Y así poder: interpretar la vida, profundizar en su sentido, mejorar nuestra misión y fortalecer la esperanza.
Esta fase busca actualizar el texto sagrado e insertarlo en el horizonte personal, en mi vida concreta a través de aquellas palabras, frases o imágenes que hayan repicado más hondamente en mi corazón. San Jerónimo escribía a una joven noble de Roma: «Si rezas hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla». ¿Qué me dice a mí, hoy, aquí y ahora esta Palabra?, ¿puedo relacionarlo con algún suceso de mi vida? Meditar es rumiar la Palabra intentando hacerla entrar poco a poco dentro de nosotros y confrontar el texto con nuestra vida, reconociendo las actitudes y los sentimientos que la Palabra de Dios nos transmite. ¿Con qué personajes me identifico? ¿Cuáles son las actitudes de los personajes en el texto? ¿Qué conflictos siguen siendo actuales? ¿Cuál es la actitud de Jesús? ¿Por qué es importante para mí la idea fundamental que transmite el texto? ¿Cómo me interpela? ¿Qué me sugiere en mi relación con Dios y con los demás?
Cuando la Lectio Divina se realiza en grupo, esta fase se comparte en grupos pequeños y resulta muy enriquecedora para todos.
3. Oración.
Nos preguntamos: ¿qué me hace decirle a Dios el texto?
Para: entrar en diálogo con la Palabra.
Y así poder: dialogar con Dios.
Mediante este peldaño o fase de la oración respondemos a la Palabra al hilo de las reacciones que ésta, una vez escuchada y meditada, suscita en nosotros. La Palabra, convertida en oración, se vuelve motivo de alabanza, de agradecimiento, de súplica, de arrepentimiento, de bendición… Orar es buscar la voluntad de Dios y realizarla con amor, con generosidad y alegría. Al mismo tiempo, no podemos olvidar que somos miembros de un cuerpo o familia que es la Iglesia. La oración se hace solidaria cuando se reza por la familia y los amigos, por los más necesitados y los que más sufren.
4. Contemplación
Nos preguntamos: ¿cómo cambia la Palabra mi mirada acerca de la realidad?; ¿qué inspira en mi vida a nivel práctico o de actuación?
Para: admirar el misterio de Dios.
Y así poder: conducir la vida, el actuar, según los criterios de Dios (conversión).
La contemplación que resulta de la lectura orante es la actitud de quien se sumerge en el interior de los acontecimientos de la vida cotidiana para descubriendo y saboreando en ellos la presencia bondadosa, activa y creadora de la Palabra de Dios. La Lectio Divina suscita el deseo de conversión, de vivir según la voluntad de Dios, y comprometerse con la construcción del Reino de Dios mediante la multiplicación de nuestros talentos y la configuración de nuestros los sentimientos y actitudes con las de Jesucristo. Es el momento para plantearnos un pequeño compromiso de lucha en nuestra vida cristiana.
· Así resumía el Papa Benedicto XVI la lectio divina: «consiste en meditar ampliamente sobre un texto bíblico, leyéndolo y volviéndolo a leer, "rumiándolo" en cierto sentido como escriben los padres, y exprimiendo todo su "jugo" para que alimente la meditación y la contemplación y llegue a irrigar como la sabia la vida concreta. Como condición, la Lectio Divina requiere que la mente y el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo inspirador de las Escrituras, y ponerse, por tanto, en actitud de "religiosa escucha"» [2].
Un conocido escritor espiritual contemporáneo escribía: «Para mí ha sido de inmenso valor espiritual leer cada mañana el relato sobre Jesús que toca cada día, mirarlo y escucharlo con mis ojos y oídos interiores. Descubrí que al hacer esto durante un largo período de tiempo, la vida de Jesús se hacía cada vez más viva en mí y empezaba a guiarme en mis quehaceres diarios.
Con frecuencia me he encontrado diciéndome a mí mismo: "¡El Evangelio que he leído esta mañana era justo lo que necesitaba hoy!». Era mucho más que una grata coincidencia. Lo que de hecho estaba ocurriendo no era que un texto del evangelio me ayudara en un problema concreto, sino que los numerosos pasajes del evangelio que había estado contemplando me estaban proporcionando poco a poco unos ojos nuevos y unos oídos nuevos para ver y oír lo que estaba ocurriendo en el mundo"»[3].
· A modo de resumen: Se trata de acercarse al Evangelio sin prisa, detenidamente. Comenzando por un pasaje, podemos detenernos y pensar: «¿Cómo sería aquello?», e introducirnos en la escena «como un personaje más», imaginando la cara de la gente, el rostro de Jesús. Procuraremos entonces comprender el sentido de sus palabras, sabiendo que en muchos casos pueden requerir una cierta explicación, pues se trata de un texto antiguo, que pertenece a una cultura en parte distinta a la nuestra. De ahí la importancia de contar con una versión del texto que tenga suficientes anotaciones, y de apoyarse también en buenos libros sobre el Evangelio y sobre la Escritura.
Después, leemos de nuevo el texto y nos preguntamos: «“Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar en mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué esto no me interesa?”, o bien: “¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?”»[4]. Quizá nos venga a la cabeza alguna persona necesitada que tenemos cerca, tal vez nos acordemos de que hemos de pedir perdón a alguien… Finalmente, consideramos: ¿Cómo puedo responder, con mi vida, a lo que me propone Jesús en el texto? «Permanece atento, porque quizá Él querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese caer en la cuenta, esas reconvenciones»[5]. Tal vez nos arrancará un poco de amor, un deseo de entrega, y, siempre, la seguridad de que Él nos acompaña. Esta contemplación de la vida del Señor es fundamental para el cristiano, pues «tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros “la mente de Cristo” (1Co 2,16)»[6].
Raúl Navarro Barceló
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[1] El primero en utilizar esa expresión fue Orígenes, quien afirmaba que para leer la Biblia con provecho es necesario hacerlo con atención, constancia y oración. Más adelante, la Lectio Divina vendría a convertirse en la columna vertebral de la vida religiosa. Las reglas monásticas de Pacomio, Agustín, Basilio y Benito harían de esa práctica, junto al trabajo manual y la liturgia, la triple base de la vida monástica. La sistematización de la Lectio Divina en cuatro peldaños proviene del s. XII. Alrededor del año 1150, Guido, un monje cartujo, escribió un librito titulado La escalera de los monjes, en donde exponía la teoría de los cuatro peldaños: lectura, meditación, oración y contemplación. En el siglo XIII, los mendicantes intentaron crear un nuevo tipo de vida religiosa más comprometida con los pobres e hicieron de la Lectio Divina la fuente de inspiración para su movimiento renovador.
En los siglos posteriores a la Contrarreforma, los creyentes perdieron el contacto directo con la Palabra. Sin embargo, el Concilio Vaticano II recuperó, felizmente, la anterior tradición e instó, con insistencia, a los fieles a leer asiduamente la Escritura.
[2] Benedicto XVI, Intervención con motivo del Ángelus (6.11.2005).
[3] H. Nouwen, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, Madrid 2013, p. 79.
[4] Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium, n. 153
[5] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 253
[6] Benedicto XVI, Ex. Ap. Verbum Domini, n. 87