La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
El testimonio de Jesús y los apóstoles (no el nuestro) es el apoyo firme para creer
El cardenal Fernando Sebastián escribió en 2001 (1-12-2001) un artículo titulado: Carta abierta a un militante ateo, en respuesta a un artículo publicado en un periódico en el que una persona esgrimía como causa de su ateísmo el mal ejemplo en la conducta de los creyentes; un argumento repetido hasta la saciedad, como si todos los creyentes fueran malos y los ateos fueron buenísimas personas. Merece la pena leer la respuesta del entonces arzobipo de Tudela-Pamplona.
· Escribo esta carta en respuesta, algo lejana ya, a un artículo publicado en un periódico de Madrid. Este escrito apareció a los pocos días de haber comenzado los bombardeos americanos en Afganistán. El autor argumentaba diciendo que la fe cristiana, y las fes religiosas en general, eran tan contraproducentes y tenían consecuencias tan perversas que a él la conducta de los cristianos le había hecho pasar de un agnosticismo titubeante a un ateísmo decidido y militante.
Es muy probable que el autor de aquel artículo no lea nunca esta respuesta. Sé muy bien que es difícil entrar en diálogo con nadie sobre cuestiones tan íntimas. Pero escribo pensando en otras muchas personas, de Navarra y de fuera de Navarra, que piensan o sienten de manera parecida. Quisiera ayudarles a descubrir la racionalidad y la gran humanidad de la fe cristiana.
· Antes que nada creo que no será difícil ponernos de acuerdo en una cosa: la verdad o la falsedad, el valor o la malignidad de la fe cristiana, no depende de lo que hagamos o seamos los cristianos mediocres. El valor de la fe aparece de algún modo en la vida de aquellos cristianos que viven más en coherencia con ella. Los cristianos que viven a fondo el sermón de la montaña sí deben ser tenidos en cuenta para examinar la verdad y el valor del cristianismo. Y los hay. No sólo los que son ensalzados en los medios de comunicación, sino otros muchos, que viven escondidos junto a nosotros, atendiendo a su familia con amor y sacrificio, cuidando enfermos, acogiendo niños sin familia, cumpliendo fielmente sus obligaciones profesionales. o bien viviendo austeramente en la clausura y orando por la salvación del mundo. El que quiera ver testigos sinceros de la bondad de Dios los encontrará sin dificultad en nuestro mundo.
Aquí es donde está la clave de la cuestión. Para encontrar a Dios hay que amar la verdad, hay que tener el deseo y la inquietud de vivir en la verdad, sin encerrarnos en nosotros mismos, viviendo dispuestos a aceptar con alegría la existencia de Dios, si es que los signos de este mundo visible nos sugieren razonablemente la verdad de su presencia misericordiosa. Aun antes de haber dado con Él, es posible invocarlo desde la duda, «Señor Dios, si existes, si te interesas por mí, dame algún signo de tu presencia». Es la oración del hombre honesto y leal consigo mismo que busca la verdad.
· Desde esta disposición interior no es difícil percibir que nuestro mundo no tiene explicación racional clara, ni resulta tampoco amable ni soportable sin reconocer la existencia de un principio absoluto, de un Creador no creado del que han surgido todos los seres contingentes que están en la existencia.
Para vislumbrar la verdad de Dios, tenemos que comenzar por analizar las realidades cercanas, indiscutibles. Mi existencia, la de la humanidad en su conjunto, la de la creación entera, nada de esto es comprensible ni justificable sin admitir la existencia de un primer existente infinito y necesario en el cual se apoye la existencia de todas las demás cosas. La famosa pregunta: «¿Por qué el ser y no la nada?», no tiene otra respuesta que ésta: porque la nada no es posible, de la nada nunca hubiera salido nada; si algo existe es porque el ser se afirma por sí solo, porque el ser infinito es la realidad original, gracias al cual todo lo demás es posible. A este ser precedente, necesario y sin límites le llamamos Dios.
- Quien ha percibido alguna vez este misterio original de las cosas, comprende lo substancial del mensaje de Jesús. Jesús es ante todo un personaje histórico de cuya existencia no se puede dudar honestamente. Su vida y los acontecimientos que siguieron a su muerte avalan la verdad de su testimonio. Y su testimonio, substancialmente, es este: Tenemos un Padre en el Cielo que cuida de nosotros y nos mantiene en la existencia con su amor, por el puro deseo de ofrecernos la posibilidad de compartir con Él el gozo de su vida infinita. El Dios confuso barruntado por la razón, adquiere un rostro preciso y concreto a través de la experiencia filial de Jesús.
Jesús sí es testigo de Dios. Jesús sí es apoyo firme para nuestra fe en Dios. Jesús es el hombre justo y amable, cuya vida nace de su comunicación íntima con Dios. La amabilidad de su vida generosa demuestra la bondad y la humanidad de Dios, tal como Él lo percibe y se comunica con El. Los testimonios de sus apóstoles, avalados con la verdad del martirio, nos hacen pensar que el dato del sepulcro vacío, las apariciones de después de la muerte, la fuerza expansiva de la vida regenerada por la fe en Él, no son quimeras sino datos históricos firmes, perfectamente aceptables y creíbles.
El testimonio de Jesús y de sus apóstoles, históricamente incuestionable y religiosamente convincente sí es el apoyo firme que necesitamos para creer. En este momento hay que tener en cuenta que creer no es "ver", ni "comprobar" algo por nosotros mismos, como se comprueba en un laboratorio la fuerza de una corriente eléctrica o las cualidades de una sustancia química. Creer es dar fe a lo que alguien me dice, creer es dar confianza a una persona en atención a sus merecimientos y a la congruencia de su testimonio, dejarse enseñar y guiar por una persona (en este caso Jesucristo) que nos parece digno de confianza. En el límite, creer es poner nuestra vida libremente en manos de una persona querida de la que hemos recibido pruebas de amor y de lealtad. Los cristianos creemos en Jesucristo, nos dejamos guiar por Él, porque estamos convencidos de que vivió para nosotros y ofreció su vida libremente por nosotros. De este modo la fe cristiana comienza como una amistad, una alianza vital entre el creyente y Cristo. Creer es una elección, un acto supremo de libertad y de dominio de la propia vida.
La fe en Jesús nos abre el paso a la fe en Dios. Jesús es la puerta, la ventana abierta desde este mundo al mundo de Dios. Creer en Jesús es adorar filialmente con Él al Padre del Cielo, confiar en Él, amarle, poner nuestra vida en sus manos, sin necesidad de verle, apoyados en el testimonio y en la lealtad de Jesucristo. Jesús es el resplandor de Dios en este mundo, su gran palabra, cabal y sonora, la noticia y la prueba del amor que Dios nos tiene hasta la vida eterna. Nos falta decir algo del papel que juegan la Iglesia y los cristianos en este camino personal hacia el encuentro con Dios. Hablar de eso ahora sería complicar las cosas. Puede quedar para otra ocasión.
- Al llegar aquí ya se puede mirar hacia atrás para ver el mundo, la historia, nuestra propia vida, como don de este Dios que es un verdadero Padre de vida, como camino hacia el encuentro con Él en el gozo de una vida verdadera y consistente. Desde la cima de la fe todas las cosas y los acontecimientos de la vida adquieren una nueva claridad, un nuevo sentido, todo es más claro, más hondo, más amable. Hasta la muerte comienza a ser inteligible y aceptable. Esta experiencia final, posterior a la decisión de creer, es tan congruente y tan pacificadora que se convierte en el mejor argumento de la verdad de nuestra fe. La fe es como un baño en el mar de la bondad y la claridad de Dios. Sólo quien se decide y entra en este mar, siente el gozo de vivir y moverse en Él. Los que se quedan fuera por miedo a perder pie nunca podrán comprender el gozo y la riqueza de la fe.
· Ojalá estas pobres ideas, escritas con el sincero deseo de ayudar, sirvan a alguien para descubrir la verdad, la riqueza y la posibilidad de la fe. Ojalá algunos de los muchos ex cristianos y ex cristianas que abandonaron la fe para sustituirla por las nuevas fes del bienestar o de la política o de la tolerancia sin identidad propia, encuentren en ellas una llamada a recuperar lo que abandonaron precipitadamente. Ojalá algunos de los jóvenes que se abren ahora a la amplitud y la complejidad de la vida, lean estas líneas de un Obispo viejo que les quiere y se animen a recorrer con Cristo el camino de su vida, como hijos de Dios, como hombres libres dispuestos a vivir con esperanza en la verdad y en la justicia suprema del amor y de la misericordia.