La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
El inicio de la pasión de Jesús... visto con los ojos de María
El siguiente texto corresponde a un pequeño libro del cardenal Angelo Comastri titulado: Il perdono. La via dell’amore, Milano 2013, pp. 55-57. Forma parte de una colección sobre diversos momentos de la vida de Jesús. Recojo otros textos en esta misma sección en los que el autor imagina las diversas escenas narradas en el evangelio desde la vivencia y los ojos de la propia María. La traducción es mía.
· En un cierto momento advertí el peligro, entendí que debía ir con Jesús: debía estar cerca de él… a cualquier precio.
Lo encontré en Jerusalén: ¡lo habían arrestado! Me dijeron que los guardias lo habían cogido en el huerto de los olivos, donde estaba rezando. Habían llegado de noche… con las antorchas… Judas los había guiado hacia aquel lugar y había señalado a Jesús… con un beso. ¡Qué terrible! ¡Con un gesto de amor… había traicionado al amor¡ Judas era, es un misterio.
Cuando me contaban la traición con un beso, sentí la necesidad de lavarme los labios porque el beso había tomado en ese momento otro significado: me parecía profanado para siempre.
Después del arresto Jesús pasó primero la noche en casa de Anás, suegro de Caifás. Después en el palacio de Caifás: noche de interrogatorios, de insultos, de calumnias, de acusaciones injustas e infamantes. Se había verdaderamente desencadenado el imperio de las tinieblas (cfr. Lc 22,53).
· Aquella noche permanecí en casa de Marcos, donde Jesús pocas horas antes había comido la cena pascual junto a los apóstoles. Allí se olía todavía el perfume del pan ázimo, que Jesús había tomado en sus manos diciendo: «Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22,19). Y después, estrechando una copa de vino, había añadido: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20).
Allí Jesús había lavado los pies polvorientos de los apóstoles, allí había abierto su corazón entregando un mandamiento maravilloso: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,34-35).
Mientras meditaba aquello que había sucedido en esa habitación, escuché que alguno golpeaba la puerta afanosamente. Corrí a abrir: era Simón, al cual Jesús había dado el nombre de Pedro (piedra). Parecía turbado. Nos estrechamos en torno a él y le preguntamos con ansias: «¿Qué noticias nos traes? ¿Qué han hecho a Jesús?».
Simón tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas. Dijo: «¿Qué cosa le han hecho?». Después se paró. «¡Qué le he hecho yo! ¡Lo he traicionado! Me he avergonzado de él, he dicho que no lo conocía, que no lo había visto nunca. ¡Y él me ha llamado “piedra”! ¡Yo soy como… Judas!». Y comenzó a sollozar, mientras miraba y esperaba de mí un gesto, una señal que le diese esperanza.
Le limpie las lágrimas (¡era y es mi misión!) y le pregunté: «¿Y Jesús? ¿Te ha visto? ¿Te ha escuchado? ¿Te ha dicho cualquier cosa?».
Simón, tomando aliento en el río arrebatador de sollozos, me dijo: «Me ha mirado… Me ha mirado con amor y en sus ojos he visto el amor de siempre, la bondad que me había fascinado, la misericordia que a mí me parecía excesiva. Y ahora… ¡yo tengo necesidad de ella! Yo tengo necesidad de misericordia!».
Le dije: «Simón, Jesús ya te ha perdonado: ¡Jesús ha venido para esto!».
El beso de Judas, Giotto (1305-1306)
Capilla de los Scrovegni, Padua