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Tres definiciones de santidad y

una fórmula para lograrla

·          Como cristianos todos deseamos alcanzar la bienaventuranza eterna, compartir la vida eterna con Dios; en dos palabra: "ser santos". Pero ¿cómo lograrlo? A veces vemos en ello una misión tremendamente complicada, pues nos parece que para ello es necesario ser una especie de superhombre, capaz de una entrega y un sacrificio más allá de nuestras posibilidades. 

 

Me gustaría ofreceros tres definiciones sencillas de lo que es un santo y una fórmula práctica para alcanzar la santidad. No son muy técnicas, pero creo que sí bastante profundas.

 

—        La primera tiene como a autor a un niño de catequesis de una parroquia cualquiera. En una de las reuniones la catequista preguntó a los niños si podían decir qué era un santo. Tras unos momentos de silencio, uno de los niños respondió: «Santo es alguien que da mucha luz».

 

La catequista, sorprendida ante tan sugerente definición, le pidió que le explicara de dónde la había sacado. El niño comentó que unas semanas atrás había ido a la catedral con sus padres y, sorprendido por el colorido y la luz que entraba en la iglesia a través de las vidrieras de la catedral, les había preguntado quienes eran aquellas personas que estaban retratadas en esas ventanas. Su padre contestó: los santos. Luego, un santo es alguien que da mucha luz.

 

Efectivamente, a través de sus obras y de su vida un santo es un foco de luz, de esperanza… para todos aquellos que de un modo u otro entran en contacto con él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—        La segunda definición se la escuché a un sacerdote que estuvo destinado un tiempo en mi pueblo: Los santos son aquellos que «teniendo los pies en el suelo han puesto al mundo donde debe estar, bajo los pies. Teniendo en la cabeza la eternidad, han alcanzado el cielo. Han llorado, han sufrido, lo han soportado todo teniendo a Dios en el corazón y, así, no solamente han vencido en todo, sino que su victoria ha llenado el mundo de alegría» (Javier Vicens).

 

Efectivamente, los santos son personas con una gran sentido de la realidad y al mismo tiempo con una inusual valentía para fiarse totalmente del Señor y lanzarse a realizar proyectos que superan la lógica humana. El fruto de esa combinación: el perfume de la alegría.

 

—        La tercera definición es personal y nace de la experiencia de haber vivido con una persona de la que tengo la certeza subjetiva de que, aunque nunca esté en la lista de santos canonizados, sí lo está entre aquellos a los que hoy celebramos: mi madre. De ella he aprendido que santa no es la esposa perfecta, ni la madre perfecta, ni la abuela perfecta, ni la suegra perfecta. Tampoco la amiga o la vecina perfecta. Sencillamente, porque estas personas no existen. Pero sí hay esposas, madres, abuelas, suegras, amigas o vecinas que con su vida ayudan a los otros a ser mejores. Personas que no son extraordinarias, sino personas capaces de hacer de lo ordinario algo extraordinario, incluida su propia muerte. Y eso es mucho decir.

 

·        Finalmente, la última aportación no es propiamente una definición, sino la fórmula que un santo, san Juan Bosco, ofreció a un niño que ni corto ni perezoso le pidió como regalo que le hiciera santo. Lo cierto es que no le fue nada mal al susodicho niño, porque, efectivamente, acabaría en los altares: santo Domingo Savio. He aquí la fórmula: «Primero, alegría [no se trata de una alegría de jijaja, sino de esa de aquella que hablan las bienaventuranzas, aquella que aún en medio de las dificultades te permite tener paz]. Lo que conturba y roba la paz no viene de Dios. Segundo: tus deberes de clase (tu trabajo) y de piedad. Todo ello por amor al Señor y no por ambición. Tercero: hacer el bien a los demás. Ayuda siempre a tus compañeros, aunque te cueste algún sacrificio. En eso está toda la santidad»[1].

 

En definitiva: alegría, trabajo y oración con rectitud de intención, caridad y sacrificio. Estas son las cosas que se necesitan para ser luz en medio del mundo, haciendo de lo ordinario algo extraordinario, con los pies en el suelo y teniendo en la cabeza la eternidad, ayudando a los que están a nuestro lado a ser mejores. Dichosa la persona que se empeñe en ser santa, feliz.

 

Raúl Navarro Barceló

 

 

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[1] Cf. J. Paredes, Santos de pantalón corto, Madrid 2008, pp. 50s.

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