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Origen y significado de la palabra "hostia"

·      El sacramento de la Eucaristía lleva asociado a él diversos realidades y conceptos, que en muchos casos tienen un origen y una historia desconocida, pero interesante. Uno de esos casos es el del término “hostia”Se habla de adorar la hostia, de arrodillarse frente a la hostia, de llevar la hostia en procesión (en la fiesta del Corpus Christi), guardar la hostia, etc.

 

         En latín “hostia” es prácticamente sinónimo de “víctima”. A los animales sacrificados en honor de los dioses, las víctimas ofrecidas en sacrificio a la divinidad, los romanos los llamaban “hostia”. A los soldados derribados en la guerra, víctimas de la agresión enemiga, por defender al emperador y a la patria, les llamaban “hostia”. Relacionada con la palabra “hostia” está la palabra latina “hostis”, que significa “enemigo”. De ahí vienen palabras como “hostil” (agresivo, amenazador, enemigo), “hostilizar” (agredir, provocar, amenazar). La víctima fatal de una agresión, por consiguiente, es una “hostia”.

 

         El cristianismo, al entrar en contacto con la cultura latina, incluyó en su lenguaje teológico y litúrgico la palabra “hostia” exactamente para referirse a la mayor “víctima” fatal de la agresión humana: Cristo, muerto y resucitadoLos cristianos adoptaron la palabra “hostia” para referirse al Cordero inmolado (victimado) y, al mismo tiempo, resucitado, presente en la Eucaristía. La palabra “hostia” vino a significar la realidad que Cristo mismo mostró en la última cena: “Este es mi cuerpo…. esta es mi sangre que será derramada por vosotros”.

 

El pan consagrado, por lo tanto, es una “hostia”, es más, la “hostia” verdadera, es decir, el propio Cuerpo del resucitado, una vez mortalmente agredido por la maldad humana y ahora vivo entre nosotros, hecho pan y vino, entregado como alimento y bebida: "Tomad y comed… Tomad y bebed…"

 

         Desgraciadamente, con el pasar del tiempo, se perdió mucho este sentido profundamente teológico y espiritual que asumió la palabra “hostia” en la liturgia del cristianismo romano primitivo y se centró casi sólo en la materialidad de la “partícula circular de masa de pan ácimo que es consagrada en la misa” – a tal punto que terminamos llamando “hostias” incluso a las partículas aún no consagradas.

 

 

·         Profundizar en el significado del término “hostia” nos ayuda a pensar en la “víctima pascual”, en la muerte de Cristo y en su resurrección, su total entrega por nosotros, presente en el pan y en el vino consagrados. Es por eso que, tras la invocación del Espíritu Santo sobre el pan y el vino y la narración de la última cena del Señor, en la misa, toda la asamblea canta: “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”.

 

Frente a esta “hostia”, es decir, frente a este misterio, la gente se inclina en profunda reverencia, se arrodilla y se sumerge en profunda contemplación, asumiendo el compromiso de “que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12,1). Adorar la “hostia” significa rendirse a su misterio para vivirlo en el día a día. Y comulgar la “hostia” significa asimilar su misterio en la totalidad de nuestro ser para volvernos como Cristo: hostia, entregada en servicio a los hermanos.

 

Ahora se entiende mejor que el Concilio Vaticano II, al exhortar a la participación conciente, piadosa y activa del “sacrosanto misterio de la Eucaristía”, dijera: “los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino comprendiéndolo bien... aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48).

 

 

Fuente: Fray José Ariovaldo da Silva, OFM en aleteia.org (hice pequeños cambios)  

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