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Arte y Fe

Plaza de san Pedro

  La Basílica de San Pedro del Vaticano se levanta sobre la tumba del Apóstol Pedro, ubicada en una necrópolis del siglo I. La primera basílica vaticana fue construida por Constantino en el siglo IV, y estuvo en pie durante más de 1.000 años, hasta que los Papas del Renacimiento la derribaron para poder levantar una nueva basílica. Las dimensiones del nuevo templo eran tan gigantescas que la empresa parecía irrealizable, y estuvo a punto de sucumbir. Las obras duraron 160 años y en ellas trabajaron artistas de primer orden: Miguel Ángel, Maderno o Bernini.

 

  Fue precisamente este último quien proyectó la plaza que da acceso a la basílica vaticana (1656-1667). Tres Papas y otros tantos arquitectos intervinieron decisivamente en su configuración actual.

 

  El primero de ellos fue Sixto V. Cuando fue elegido Papa en 1585, la basílica todavía estaba en construcción y el obelisco que podemos contemplar hoy en el centro de la plaza estaba situado en un costado de la basílica, en el mismo punto donde lo había levantado el emperador romano Calígula. Quedaba tan fuera de lugar que no era el primer Papa que se proponía trasladarlo, pero sí el primero que tenía energía suficiente para ello. Apenas llevaba unos meses en la sede de Pedro, cuando en el centro de la plaza se instaló una maqueta del obelisco de tamaño natural para comprobar su efecto en el nuevo emplazamiento. Una vez escogido el lugar exacto, se realizó un concurso para efectuar el traslado; una complicada operación de la que no había ninguna experiencia desde la antigüedad. El propio arquitecto de la basílica, Domenico Fontana, sería el encargado de llevar a cabo esta proeza con infinidad de poleas y cuerdas y un ejército de trabajadores compuesto por 800 hombres, ante la mirada expectante de una gran muchedumbre. Las 330 toneladas de granito fueron situadas sobre las espaldas de cuatro leones de bronce. Con su nuevo emplazamiento y rematado por una cruz con una reliquia del "lignum crucis" (el madero de la cruz de Cristo) el símbolo de la Roma pagana y furiosa perseguidora de la primitiva Iglesia se convertía ahora en símbolo del triunfo de Cristo. Pero antes que nada este obelisco evoca la figura del apóstol Pedro. Documentos del siglo III atestiguan ya que el apóstol fue martirizado junto a este obelisco vaticano. El obelisco, por tanto, es un testigo mudo de aquel martirio. Sixto V se encargaría también de que la cúpula diseñada por Miguel Ángel e inacabada entonces fuera construida en un tiempo record.

 

  El segundo de los tres Papas que dejaron su huella en la plaza fue Pablo V Borghese, cuyo nombre aparece con caracteres gigantes en la fachada de la basílica. Alejándose del proyecto inicial de Miguel Ángel de un templo con planta de cruz griega, este Papa decidió prolongar la basílica en forma de cruz latina. El arquitecto que recibió el pesado encargo de enmendar al gran maestro fue Carlo Maderno. A él se debe, pues, la fachada que hoy contemplamos. Para contrarrestar la excesiva horizontalidad de la misma se pensó en construir dos torres en los extremos. Pero durante su construcción el terreno empezó a ceder, porque los cimientos no habían sido pensados para las nuevas estructuras. Bernini intentó años más tarde llevar a cabo la empresa, pero se abrieron grietas y la torre tuvo que ser demolida rápidamente. La solución actual con dos relojes en el arranque de las torres, que dotan a los flancos de una tímida elevación, es del siglo XVIII.

 

  Sobre la cornisa de la fachada se disponen 13 grandes estatuas: Jesucristo en el centro, san Juan Bautista y once apóstoles. Falta sólo la figura de Pedro, cuya estatua de mayores dimensiones está en la misma plaza, a la izquierda de la escalinata en simetría con la de san Pablo. La ventana central de la fachada se abre sobre un balcón. Es la llamada logia de las bendiciones desde donde el Papa imparte la bendición urbi et orbi (para Roma y para el mundo). También se asoma a este balcón el cardenal que anuncia al mundo después de un cónclave que ya hay un nuevo sucesor de Pedro. Bajo el balcón hay un relieve que representa la entrega de Cristo a Pedro de las llaves en presencia de los demás apóstoles.

 

  El tercero y último de los Papas que intervienen decisivamente en la configuración de la plaza es Alejandro VII. Su nombre aparece grabado bajo los tres grandes escudos que aparecen en los dos brazos de la columnata. La basílica estaba ya terminada, pero necesitaba un acceso más digno y un espacio adecuado para las bendiciones papales. El mismo día de su elección, Alejandro VII llamó a Bernini para que estudiara el proyecto de una gran plaza. El Papa no quería una plaza cualquiera, sino un recinto ceremonial, por tanto debía ser solemne y monumental, pero sin crear estructuras demasiado elevadas de modo que el palacio vaticano siguiera sobresaliendo y el Papa pudiera seguir bendiciendo a los peregrinos desde sus aposentos privados. El obelisco, por otro lado, no podía volver a moverse y condicionaba todo el espacio.

 

  Bernini solventó todos estos problemas de modo admirable y creó una de las plazas más bellas del mundo. El recinto está delimitado por columnas exentas a través de las cuales entran los peregrinos a la plaza como atravesando una membrana permeable. La fórmula era revolucionaria y tuvo gran influencia posteriormente. El bosque de columnas forma una estructura dinámica y cambiante a cada paso que tiene la virtud de crear un espacio solemne sin recurrir a la altura. Son columnas de estilo dórico, deliberadamente anchas y robustas para que la fachada parezca mas esbelta y vertical. Hay 284 columnas en total que se disponen radialmente en cuatro filas. Para cada hemiciclo los rayos confluyen en un punto de la plaza situado entre el obelisco y la fuente de ese lado, señalados en el pavimento con una losa circular para comprobar cómo desde ahí todas las columnas se esconden detrás de la primera fila.

 

  Los brazos de la columnata forman corredores a cubierto que defienden a los visitantes del sol y la lluvia. Sobre la cornisa 140 estatuas de santos (la iglesia triunfante) se une en comunión casi mística con la muchedumbre de fieles en oración (la iglesia militante) y extienden su sombra protectora sobre todos aquellos que se acercan al corazón de la cristiandad. Estas estatuas, además del significado religioso, ayudan a cerrar visualmente el espacio de la plaza y aumentan su grandiosidad.

 

  La columnata enlaza con la fachada mediante dos corredores: el de la derecha, llamado de Constantino, tiene en su inicio el conocido "Portone di Bronzo", la antigua entrada al palacio Vaticano que el Papa Alejandro VII quiso preservar y que se puede ver custodiada por la guardia suiza. Ambos corredores parecen paralelos, pero en realidad se van separando según se acercan a la fachada. De este modo el espectador los percibe más cortos de lo que son y la iglesia parece estar más cercana.

 

  La plaza de san Pedro integra armónicamente todas las funciones para las que fue creada. Por un lado, es una plaza abierta, a la ciudad y al mundo; por otro, es un espacio ceremonial, recogido y solemne. Su forma envolvente encierra además una hermosa simbología. Bernini lo explicaba de esta manera: «Siendo la iglesia de san Pedro casi la matriz de todas las demás, debería tener un pórtico que precisamente pareciera recibir con los brazos materialmente abiertos a todos los católicos para confirmarlos en sus creencias, a los herejes para reconciliarlos con la iglesia y a los infieles para iluminarlos en la verdadera fe». La plaza, en definitiva, acoge al peregrino, llama a la tumba de san Pedro y a la vez es la ampliación ideal del espacio sacro de la basílica.

 

El texto sigue fundamentalmente el comentario de una audioguía de la ciudad de Roma

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