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Arte y Fe

Matrimonio Arnolfini

   El matrimonio Arnolfini es una de las obras maestras del gran pinor flamenco Jan van Eyck. La única de sus composiciones profanas que han llegado hasta nosotros. Fue ejecutada mediante la técnica, recientemente perfeccionada en aquella época, de la pintura al óleo (algunos le han adjudicado equivocadamente la invención a Van Eyck). Un aceite que evitaba que las pinturas se agrietasen al secarse al sol y que permitía representar la incidencia de la luz (1) y las variadas texturas de las superficies iluminadas por ella, con un grado de fidelidad inalcanzable por la pintura al temple. Sin embargo, el realismo de la primitiva escuela flamenca estaba directamente unido a los requerimientos de un arte religioso y simbólico. De hecho este cuadro, repleto de símbolos en torno al significado de la institución matrimonial, es un buen ejemplo de ello.

 

  El cuadro responde al encargo de un comerciante italiano de la Toscana asentando en Brujas, amigo del pintor. La postura ceremonial que asumen el hombre y la mujer indica que se está produciendo un acontecimiento solemne. El calzado (zuecos y sandalias), apartado a un lado, sugiere que se trata de una ocasión religiosa: la celebración de un matrimonio.  

 

  Giovanni Arnolfini se promete a su novia tomando con su mano la de la muchacha y levantando la otra mano en un gesto que indica un juramento sagrado, mientras que ella, dándole la mano, le corresponde del mismo modo. Que la escena está relacionada con el matrimonio lo pone también de manifiesto el significado simbólico de los diversos objetos dispersos por la habitación. Así, por ejemplo, la cama de matrimonio con sus brillantes cortinas rojas evoca el acto físico del amor, que, según la doctrina cristiana, es una parte esencial de la perfecta unión de hombre y mujer; la talla del remate de la silla junto a la cama representa a Santa Margarita, la santa patrona de las mujeres que van a dar a luz; el perrillo a los pies de los esposos simboliza la fidelidad conyugal; encima de las cabezas de la pareja, la araña con una sola vela encendida en plena luz del día se puede interpretar como el misterio u ojo de Dios que todo lo ve y cuya presencia santifica el matrimonio; el manojo colgado de la cama simboliza la fertilidad; los rosarios de cristal que cuelgan de la pared y la superficie perfectamente pulida del espejo (speculum sine macula) simbolizan la pureza de la Virgen María, esperada también de la futura esposa; y las naranjas colocadas sobre el arcón y el alféizar de la ventana son un recordatorio del estado de inocencia original anterior al pecado de Adán y Eva.

 

  Todos estos símbolos está destinada a exaltar la sacralidad del matrimonio; santifican la pintura de modo que ya no es simplemente una escena costumbrista, ni un simple retrato de pareja, una representación secular de apariencias naturales, sino la imagen de un momento religioso profundamente solemne, impregnado de la presencia divina. Este simbolismo fue una característica del arte flamenco de ese período.

 

  Ahora bien, si la pintura representa una ceremonia nupcial en desarrollo, nos podemos preguntar dónde está el sacerdote y por qué se celebra la ceremonia en una casa en vez de en un templo. Para responder a esta cuestión tenemos que tener presente que, a diferencia de los otros seis sacramentos, el matrimonio es el único en el que el ministro del mismo no es el sacerdote, sino los contrayentes. El sacerdote es testigo cualificado del sacramento. Hasta las reformas del Concilio de Trento, instituidas en 1563 y que determinan la presencia del sacerdote para la validez del matrimonio canónico, era completamente legal para un hombre y una mujer casarse sin sacerdote y en cualquier lugar donde creyeran conveniente hacerlo. En este sentido es importante fijarse en el espejo de la pared del fondo de la estancia. En él se refleja la presencia de dos hombres de cara a la pareja: probablemente sean los testigos laicos de la ceremonia -que no eran tampoco estrictamente necesarios-. Todo parece indicar que el mismo pintor fue uno de ellos (el que está vestido de azul). Además la inscripción o firma en el muro del fondo del mismo Van Eyck, en bellísimos caracteres góticos entrelazados, no dice que Van Eyck pintara el cuadro, sino que "Jan van Eyck estuvo aquí". Aunque Van Eyck solía firmar sus obras, la elaborada caligrafía gótica de su firma recuerda la escritura ceremoniosa reservada para los documentos legales. Esto no resultaría sorprendente si El Matrimonio Arnolfini era lo que parece: un certificado de matrimonio pictórico. Por cierto, la minuciosidad de Van Eyck permite identificar no sólo las figuras reflejadas, sino también los adornos del espejo: son diez escenas con la Pasión y muerte de Jesucristo.

 

  Acabamos el estudio de esta magnífica y sugerente obra señalando algo respecto a la curiosa moda femenina de la época. Las damas se rapaban la frente y se adornaban con una toca en forma de cuernos. El vestido de moda provocaba una deformación en la anatomía de la mujer que puede hacer pensar que la desposada estaba embarazada, pero en realidad se trata de una deformación estética deliberada: mediante un corpiño muy ajustado se estrechaba el pecho de la mujer, elevándolo y creando un abombamiento de vientre y caderas. Casi todas las damas retratadas por Van Eyck visten de esta manera, como sus Vírgenes o su propia esposa.

 

 

Nota (1): En esta obra la luz que penetra suavemente desde las ventanas va ligando suavemente todos los espacios, creando una sensación atmosférica, que consigue la sensación de profundidad mediante la degradación, pero el recurso más efectista utilizado por el pintor es situar un espejo convexo en el centro de la habitación en el cual aparecen reflejadas las figuras y algunos detalles de la habitación que no son recogidos en la composición principal, dando una sensación de mayor profundidad.

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