La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
La paternidad responsable
Este texto toma como referencia en gran parte un artículo de Ondina Vélez Fraga (link al artículo).
Enmarcando el tema
1. La paternidad responsable no se vive desde una perspectiva negativa (valorar las circunstancias que aconsejan limitar los nacimientos), sino que se vive dentro de una concepción de la vida matrimonial como vocación gozosa y concreta a la que Dios ha llamado a la pareja para formar una familia, conscientes de que Él tiene un plan providente y amoroso para cada pareja. La paternidad responsable supone, pues, un plantearse a lo largo de la vida qué es lo que Dios quiere de nosotros y para nosotros como matrimonio, dando así un sentido profundo a la sexualidad y la paternidad-maternidad de la pareja.
2. La mentalidad dominante en nuestros días en el campo de las relaciones de pareja considera que la sexualidad y la procreación son dos realidades independientes. Es más, hoy día la sexualidad se ha desvinculado incluso del amor. Una realidad ésta de la que al mismo tiempo se han ido desgajando elementos esenciales como la entrega, el sacrificio, la fidelidad, etc. El ser humano ha separado su cuerpo de su persona y considera que puede hacer con el cuerpo cualquier cosa, y que podrá controlar las consecuencias no deseadas del uso de su cuerpo, mediante la píldora del día después o el aborto por ejemplo. El ejercicio de la sexualidad no tiene más referencia que la búsqueda del placer propio, sin importar las verdaderas implicaciones personales y sociales que la sexualidad humana tienen.
En este contexto la mentalidad actual ha llegado a la conclusión de que sin la anticoncepción no es posible un desarrollo pleno de la sexualidad. Hasta el punto de que a una mujer le da más vergüenza decir que se le ha olvidado tomar el anticonceptivo o que no ha usado el preservativo en las relaciones que afirmar que va a abortar, porque lo primero es sinónimo de atraso y estupidez.
Todo lo dicho aquí no implica una visión negativa por parte de la fe cristiana respecto del placer puesto por el Creador en la relación sexual. Éste en sí es bueno y los esposos deben gozar de él. El problema es el haber transformado el placer en un ídolo que creemos que nos va a dar la felicidad, la vida, cuando en realidad es todo lo contrario. El ídolo te pide la vida y te acaba esclavizando.
3. La ruptura de las dos dimensiones esenciales del acto conyugal: unitiva (o bien de los esposos) y procreativa, ha dado lugar a una sexualidad desvinculada de:
- la propia identidad sexual: que ya no viene definida biológicamente (varón o mujer), sino que se ha transformado en una categoría cultural que cada uno puede elegir o cambiar (ideología de genero).
- los hijos: hasta pasados largamente los treinta años, el hijo se vive como una amenaza al bienestar; y pasado este umbral, el hijo se convierte en un derecho a toda costa, exigiéndose entre las prestaciones del sistema público de salud la “creación” de un hijo en el laboratorio.
- su vertiente social: la de ser dimensión de un compromiso permanente de vida. La gente hoy tiene miedo al compromiso definitivo.
- la sexualidad se vive al margen del proyecto familiar, puesto que es una mercancía de consumo, como cualquier otra que ofrece el mercado actual del ocio.
4. Entonces, ¿ser buen católico significa necesariamente tener muchos hijos? No. No hay que confundir la apertura a la vida con ir simplemente acumulando prole. Habrá familias para quienes la paternidad responsable significará la posibilidad, si Dios quiere, de tener una familia numerosa mientras que para otros significará, si Dios quiere, la posibilidad de tener pocos hijos.
Eso es algo que cada matrimonio debe descubrir como parte de su llamada y misión como esposos cristianos. Lo deberá descubrir como fruto de una vida de oración y de intimidad con Dios; en lo más íntimo de su ser, allí donde no puede entrar nadie (tampoco el cura), salvo Dios, guiados por un espíritu de apertura a la vida, vivencia de la virtud de la castidad y de generosidad. Tener un hijo es un bien; luego, no ha de ser visto como algo a ser evitado a priori para no tener problemas. La decisión de postergar el nacimiento de un hijo no ha de ser vista como un alivio, sino con pena.
5. Conviene tener presente que un hijo es siempre un don, no un derecho o un capricho que pueda exigirse para satisfacer mis deseos de paternidad o maternidad. Hace poco leía la noticia de que una mujer alemana, Annegret Raunigk, de 65 años de edad y madre de 13 hijos, se había sometido a varios tratamientos de reproducción asistida para tener más hijos y estaba embarazada de cuatrillizos[1]. He aquí un ejemplo de maternidad que tiene como fundamento el capricho y cómo tener muchos hijos no significa necesariamente obrar conforme a la voluntad de Dios y la recta razón humana.
Qué es la paternidad responsable
6. La paternidad responsable es el modo de vivir la sexualidad por parte de los esposos, de mutuo acuerdo, como un continuo proceso de discernimiento a la luz de Dios sopesando y valorando a lo largo del tiempo la adecuación de favorecer la venida o no de un nuevo hijo. No se trata de vivir una paternidad planificada, sino una actitud basada en el trato con Dios y la madurez de la persona, que subraya la virtud de la templanza.
7. Este proceso implica dos dimensiones fundamentales: una dimensión interior, de carácter intelectual, podríamos decir, que hace referencia a la decisión de considerar oportuno tener un hijo o no tenerlo; y otra dimensión externa, de carácter más volitivo, que hace referencia a la ejecución de la decisión anterior. Para que la paternidad responsable sea vivida adecuadamente, conforme a nuestra propia naturaleza, no basta sólo que la dimensión interior sea correcta, también es preciso que los actos que llevan a la práctica esa decisión respondan a la verdad del hombre (inteligencia y voluntad usados rectamente).
- Respecto a la primera dimensión, a la hora de tomar la decisión de considerar oportuno tener un hijo o no tenerlo deben valorarse las condiciones físicas, económicas y psicológicas de los progenitores y las del futuro niño concebido: la salud de los progenitores, su capacidad educadora, la posibilidad para el nuevo ser de acceder a una vida digna, con una educación adecuada, etc.; así como las condiciones sociales de la sociedad en que se viven. No confundir la responsabilidad con tener pocos hijos para que estos tengan mucho.
- Respecto al ámbito de la ejecución de la decisión, se hace indispensable, por parte de los cónyuges, y especialmente de la mujer, aprender los periodos de fertilidad o infertilidad de la mujer a través de la observación de los síntomas; y después, partiendo de dicha observación y excluyendo los métodos anticonceptivos, será la abstinencia de la relación conyugal en la fase fértil y su verificación en la fase infértil la que posibilite una conducta acorde con la verdad del ser humano y el plan creador de Dios.
8. Es fácilmente comprensible que surja la siguiente pregunta: ¿Por qué, si la decisión de no procrear (primera dimensión) es éticamente correcta o buena, no lo es, en cambio, el uso de un método anticonceptivo (segunda dimensión) por el cual se ponga en práctica dicha decisión?, ¿por qué necesariamente se debe recurrir a los métodos naturales de conocimiento y abstinencia en los períodos de fertilidad? ¿Acaso el resultado no es el mismo?
Para responder a esta pregunta es necesario estar situados en el marco de una antropología adecuada. Los primeros capítulos del Génesis nos enseñan que el cuerpo del ser humano no es un mero añadido, un traje superpuesto o una cárcel del alma, sino que es una parte constitutiva del mismo. El ser humano es unidad consustancial de cuerpo y alma. El cuerpo es el lugar donde se revela la persona y la capacidad generadora, unida a su condición sexual y biológica de hombre o mujer, forma parte constitutiva de la persona.
Por otro lado, el acto conyugal expresa, de la manera más completa, la mutua entrega y donación total de sí mismos que se efectúan, recíprocamente, los cónyuges. Pero donarse totalmente implica donarse también en su capacidad generadora, en su capacidad de ser padre o madre, ya que ésta es una dimensión de la persona entera. Excluirla falsea el acto conyugal, le priva de una parte esencial y, por lo tanto, la entrega ya no sería total, auténtica. Dimensión unitiva y procreadora están tan entrelazadas entre sí que un acto sexual que las elimina, separa o anula no responde a la verdad de la naturaleza del ser humano; no cumple su expectativa de plenitud, haciendo de ese acto un acto inauténtico.
Detengámonos un instante en esta expresión: acto inauténtico. Se dice de aquel acto en el que no hay adecuación entre la forma y el contenido. Por ejemplo, yo puedo saludar aparentemente en la misma forma afectuosa a una persona a la que considero amigo y a otra que en realidad me es indiferente o incluso desprecio. En el primer caso el acto será auténtico, mientras que en el segundo será inauténtico, hipócrita: mantengo la forma, pero hay una disparidad entre lo que hago con el cuerpo y lo que realmente vivo yo como persona. Resulta significativo el origen del término “hipócrita”. Con él se designaba a la persona que en el teatro griego recitaba llevando una máscara en el rostro: lo que se muestra no tiene que ver con la realidad que la máscara esconde.
9. Afinemos un poco más. El hecho de que el resultado de usar métodos anticonceptivo o métodos naturales sea el mismo no los equipara moralmente. ¿Dónde está la diferencia? En la apertura a la vida.
La voluntad de no concebir aprovechando los momentos o las fases no fértiles de la mujer para tener en ellos relaciones conyugales[2] no se cierra a la vida (la voluntad no-conceptiva no es anticonceptiva); al contrario, se aprovecha el ritmo biológico de la vida para acompasar las decisiones sobre concebir o no (no todas las relaciones conyugales son fértiles, porque así la propia naturaleza lo tiene escrito). Los matrimonios que tienen relaciones en la fase no fértil, siguen abiertos a totalidad del otro sin negar nada de sí mismos ni del otro.
Al mismo tiempo, el dominio de sí mismo que exige la continencia periódica respeta el cuerpo de los esposos y favorece la educación de una libertad auténtica. Uno sólo puede darse verdaderamente al otro cuando tiene posesión de sí mismo.
Por el contrario, el acto anticonceptivo (como el uso del preservativo, el DIU o la píldora) supone la eliminación positiva de cualquier posibilidad de concebir; es por tanto, un acto intrínsecamente cerrado a la vida que niega aspectos esenciales de la mutua donación total entre los cónyuges.
Respetar las leyes de la naturaleza, establecidas por el Creador, es radicalmente diferente al uso de los anticonceptivos artificiales, con los que se busca imponer la voluntad humana de hacer imposible la procreación. Servirse legítimamente de una disposición natural es totalmente diferente a impedir el desarrollo de los procesos naturales; es la diferencia entre actuar como copartícipe con Dios de las fuentes de la vida humana y creerse árbitro de ellas.
10. Indudablemente, vivir la sexualidad matrimonial bajo este prisma requiere un esfuerzo. Como lo requiere también cualquier actividad humana que necesite disciplina. Como el ejercicio, la dieta o el entrenamiento, se trata de sacrificar parte de nuestra comodidad para conseguir algo más importante. Los métodos naturales suponen el diálogo, el autodominio y la corresponsabilidad de la pareja. Esto, en lugar de ser una desventaja, es un gran beneficio comparativo de los métodos naturales que ningún método artificial jamás podrá dar: comprensión, respeto mutuo, diálogo de la pareja y la consecuente contribución al desarrollo integral de cada una de las personas.
Puedes echarle una ojeada a este video de Population Research Institute.
Raúl Navarro Barceló
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[2] Debemos recordar que el uso siempre de la fase infértil debe atenerse a una intención adecuada, no a causas arbitrarias o de comodidad. Una interpretación utilitarista de la regulación natural de la fertilidad falsearía su esencia y haría de ella una forma más de anticoncepción.