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Arte y Fe

La cruz, árbol de la vida

·   Cerca del gran Coliseo romano se encuentra la Basílica de san Clemente, una iglesia de notable interés arqueológico. En el ábside del templo encontramos este magnífico mosaico del siglo XII en el que se representa el misterio de la cruz desde una perspectiva gloriosa, festiva, en concordancia con el modo en el que el mismo Cristo hablaba de la cruz: como el momento de su exaltación: "Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Al igual que toda la iglesia, este mosaico contiene elementos medievales por un lado y paleocristianos por otro. 

 

   Nos fijaremos primero en el crucifijo central. Representa el triunfo de la cruz, misterio central de la fe cristiana. La cruz es presentada aquí no como el terrible instrumento de la pasión de Cristo, sino, al contrario, como la parte central del árbol de la vida. Un árbol lleno de hojas, flores, frutos y pájaros. Los frutos son los santos, los redimidos, alojados en la frondosidad de las ramas. De la base del árbol-cruz surge un brote de hojas de acanto, cuyas ramas crecen exuberantemente, formando espirales, que invaden todo el espacio y proporcionan un bello fondo ornamental a la escena. Un modo muy gráfico de representar la fecundidad del sacrificio de Cristo: ciervos, faisanes, palomas, peces y toda suerte de animales que beben de las aguas que surgen de la cruz y se remansan a sus pies. Los cuatros arroyos simbolizan los cuatro evangelios en los que los fieles sacian su sed, como los ciervos en las fuentes de agua viva (Ps 22). La Iglesia aparece así como un jardín celestial vivificado por Jesús, el verdadero árbol de la vida. El sacrificio de Cristo constituye la recreación de la humanidad y del cosmos. Jesús es el nuevo Adán que, con el misterio de su pasión, muerte y resurrección, hace florecer de nuevo la humanidad, reconciliándola con el Padre.

 

    Cristo aparece con las manos extendidas en forma de cruz, pero sin más dolor. De las ramas se levanta un vuelo de aves hacia lo alto, donde se abre el paraíso conquistado con el sacrificio de Cristo, realizado en colores vivos y brillantes. La mano del Padre ofrece una corona de gloria a su Hijo, victorioso sobre la muerte con su misterio pascual. 

 

La iconografía empleada en este mosaico remite claramente a los primeros tiempos del cristianismo y recuerda incluso a la que podemos encontrar en las catacumbas. Sobre el fondo oscuro de la cruz, por ejemplo, doce palomas blancas simbolizan a los apóstoles; y en la base de la escena vemos un delicado friso de corderos, signo también de clara raigambre paleocristiana.  

 

Sólo una escena se aleja del simbolismo arcaico y nos devuelve a la iconografía medieval: la escena central, con la representación explícita de Cristo crucificado, la Virgen a la izquierda y san Juan a la derecha (Jn 19, 26-27).

 

 

·   Fijémonos ahora en el arco absidial que rodea la escena descrita. Forma parte de la misma obra, aunque en ella se descubre más bien la influencia bizantina. En la clave del arco aparece Cristo con los símbolos de los cuatro evangelistas a su lado: el león, el ángel, el águila y el toro.

 

    Más abajo, a ambos lados del arco, destacan dos parejas de mártires romanos: a la izquierda, san Pablo y san Lorenzo, vestido éste de diácono y con la parrilla con que fue martirizado junto a sus pies; a la derecha, aparece san Pedro acompañado por san Clemente Romano, a quien está dedicada esta iglesia. San Clemente lleva en la mano un ancla y tiene a sus pies una barca, símbolos de su martirio, mientras Pedro señala hacia Cristo y dirige a su compañero las palabras en latín que aparecen bajo su asiento: "Contempla al Cristo que yo te he prometido". Recordemos que Clemente fue con toda seguridad discípulo directo de Pedro y su tercer sucesor al frente de la Iglesia.

 

 

El texto sigue fundamentalmente el comentario de una audioguía de la ciudad de Roma

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