La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
Arte y Fe
La adoración de los Magos
· Este retablo (303cmx282cm) pintado al temple y acabado en 1423 es la obra más conocida de Gentile da Fabriano. Destinado originalmente a la Capella Strozzi de la iglesia de la Santa Trinità, en Florencia, desde 1919 se encuentra en la Galería de los Uffizi de la misma ciudad.
El marco es el original, de madera tallada y dorada; con pilares laterales en los que hay hojas y flores; coronado por tres arcos, que contienen un medallón, flanqueado cada uno de ellos por una pareja de profetas: en el medallón de la izquierda, Ezequiel y Miqueas flanquean al Arcángel Gabriel de la Anunciación; Baruc e Isaías flanquean el de la derecha, con la Virgen en su interior; y en el medallón central se encuentra Cristo en Majestad, flanqueado por David y Moisés.
La predela alargada al pie del retablo contiene tres escenas de la infancia de Cristo: la Natividad, la huida a Egipto y la presentación en el templo. Estas escenas de la predela son consideradas auténticas miniaturas semejantes a las de los márgenes de los libros iluminados. Destaca la imagen central, en la que en lugar de representarse los desiertos del camino a Egipto el paisaje es típicamente italiano: montañoso, incluida a la derecha una ciudad gótica con sus agujas y tejados inclinados.
· El retablo está dividido en dos partes y representa el pasaje bíblico del camino que llevó a los Magos de oriente al portal de Belén para adorar al niño Dios (Mt 2,1-12).
Permitidme que os refresque los detalles de esta historia. Sus protagonistas no pertenecen al pueblo judío, sino que proceden de lejanos pueblos de oriente: quizás Persia o Babilonia, o tal vez de la más cercana península arábiga. La descripción que de ellos hace Mateo nos hace pensar que eran astrólogos, hombres cultos (no reyes). Su número es incierto, aunque la tradición, acabó por determinar que eran tres [1], posiblemente no sólo eran sabios, sino también personas bien educadas que llevaban cada una su regalo para el niño Jesús.
Se dice que el primero en ofrecer su obsequio fue Melchor, un anciano de cabello blanco y larga barba, que depositó oro ante Jesús como signo de su realeza.
El segundo, de nombre Gaspar, joven y de pelo rubio-rojizo, honró a Jesús como a Dios trayéndole incienso. El incienso procedía de Saba, en el sur de Arabia, y era el elemento principal en la composición de los perfumes que se quemaban tanto en los templos paganos como en el altar del Templo de Jerusalén. El incienso era símbolo de las oraciones que los fieles levantaban o dirigían a Dios.
El último de los magos era un hombre de piel más oscura y mediana edad, llamado Baltasar. Su ofrenda: la mirra, una resina aromática que se empleaba para embalsamar o mezclada con vino para amortiguar el dolor de los que sufrían. Al mismo Jesús, si os acordáis, le ofrecieron de beber esta mezcla justo antes de ser crucificado en la cruz (cf. Mc 15, 23). Este regalo, pues, reflejaba la condición humana de Jesús y anunciaba que este habría de morir. Tanto el incienso como la mirra eran dones muy valorados por la gente del Oriente Próximo de aquel entonces dada su escasez.
Tras aquel feliz y ansiado encuentro los tres magos hicieron noche en Belén y, según nos cuenta Mateo en su evangelio, avisados en sueños, regresaron a su país evitando el encuentro con el perverso rey Herodes, al que habían visitado al llegar a Jerusalén buscando una indicación que les llevará a encontrar al recién nacido.
En sus detalles este relato refleja una enseñanza fundamental: la esperanza cristiana es siempre esperanza para todos[2]. La procedencia de países lejanos y gentiles, la diversidad de razas de los tres magos y su diferencia de edad son signos visibles mediante los que se nos enseña que la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo no es un privilegio que afecte exclusivamente al pueblo judío, sino que abarca a la humanidad entera. «También los gentiles —decía san Pablo— son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo» (Ef 3,6). Los magos son la primicia de los pueblos llamados a la fe, que se acercan a Jesús no con las manos vacías, sino con las riquezas de sus tierras y de sus culturas, en las que la Iglesia siempre ha afirmado que existen semillas de la Verdad. El Evangelio es palabra salvífica para la humanidad entera.
Es posible que no seamos muy conscientes de ello, pero este carácter universal es, precisamente, el que da nombre a la Iglesia, ya que el adjetivo “católica” que la define significa eso: universal. Frente a la visión propia del mundo antiguo en el que las divinidades estaban asociadas a un determinado territorio o pueblo, «desde sus mismos orígenes la Iglesia tiene conciencia de estar abierta a todas las naciones. No está ligada ni a una ciudad, ni a un imperio, ni a una raza, ni a una clase social. No es ni la Iglesia de los esclavos, ni la Iglesia de los amos, ni la de los romanos o de los bárbaros, sino la Iglesia de todos, porque a todos descubre una misma fraternidad. Todos necesitan a todos»[3].
· Regresemos al retablo.
La parte superior narra el camino realizado por los tres Magos siguiendo la estrella de Belén para llegar ante del Niño Jesús. La narración comienza en la luneta de la izquierda: los Reyes Magos, desde lo alto del monte con vistas al mar donde se ve un puerto con algunos barcos y una ciudad rodeada de murallas, avistan el cometa.
En la luneta central, el largo cortejo se dirige hacia Belén, encaramada en una colina y rodeada de un paisaje fértil, donde se pueden ver los campos de cultivo, bosques y granjas. Los tres Magos, en el medio del desfile, parecen más bien aristócratas elegantes. En la luneta de la derecha, la procesión cruza un puente levadizo para entrar en Belén.
La parte principal del retablo representa la escena de la adoración por parte de los Magos. Esta tiene lugar frente a una casa con muros derrocados, sobre los que repta un lagarto y se ha colocado el la estrella-cometa. María está envuelta en un hermoso traje azul, sentada con el niño sobre sus rodillas, mientras José les observa absorto. Tras ellos, dos sirvientas bajo un arco tienen en las manos el primero de los dones traídos por los reyes: el oro. Delante de la sagrada familia se encuentran los tres Reyes Magos, con una aureola sobre sus cabezas. Están vestidos con trajes suntuosos, con brocados y arabescos. Los muestra, en definitiva, como una corte italiana de la época, en el típico estilo del gótico internacional.
Cada rey mago tiene una edad diferente, representando así las tres edades del hombre: juventud, madurez y vejez. Melchor deposita su corona a los pies del Niño y, entregado su don a las criadas, se postra para recibir la bendición del niño Jesús. Baltasar se está arrodillando y con la manos derecha se está quitando la corona, mientras en la izquierda sostiene el cáliz con el mirra. Gaspar, con un vestido muy peculiar, acaba de bajar del caballo (un siervo está agarrando las riendas del caballo) y con su irada ya está vuelto hacia el niño, mientras en la mano lleva una ampolla con el incienso.
Detrás de los magos, en el cortejo que los acompaña, hay dos personajes bien reconocibles: el hombre con el halcón en la mano, vestido con turbante y un precioso damasco, es el comitente Palla Strozzi, mientras que a su derecha, con el turbante rojo, mirando hacia el espectador, está su hijo Lorenzo. Al lado de ellos un sirviente con la mano en la espada de uno de los Magos sujeta a un grupo de caballos con la ayuda de otro. Detrás de ellos hay un grupo confuso de personajes en diversas actitudes.
Además de los animales tradicionales de una escena de Belén (la mula y el buey en el interior de la cueva), aparecen otros relacionados con el lujo cortesano: los caballos ya citados (siete en total), un par de leopardos que asoman la cabeza, un galgo con un rico collar estira sus patas, un dromedario, monos, un halcón y otras aves. No se trata tanto de animales simbólicos, sino más bien que este tema se prestaba a la puesta en escena de una representación sagrada suntuosa, que celebra la riqueza del cliente y la competencia del artista. Se juntan así una multitud de hombres y caballos completamente indiferentes frente al acontecimiento sagrado.
[1] La tradición más conocida en este sentido corresponde al evangelio apócrifo armenio, que nos dice que los magos eran tres reyes, hermanos, originarios de Persia, llamados Melchor, Gaspar y Baltasar. Otras tradiciones aumentan el número hasta doce o quince (caso de la tradición armena). En las catacumbas de Pedro y Marcelino aparecen dos; y cuatro en un fresco del siglo IV de la catacumba de santa Domitila.
[2] Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvis, n. 34.
[3] A. G. Hamman, La vida de los primeros cristianos. Un apasionante viaje por nuestras raíces, Madrid 2006, p. 104.
Un didáctico video que resume en seis minutos cómo se ha forjado la tradición de los Reyes Magos.