La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
Elegir la alegría
El siguiente texto corresponde al segundo capítulo del siguiente libro: J. M. Nouwen, Aquí y ahora. Vivir en el Espíritu, Madrid 2013, pp. 17-26. He suprimido algunas partes y he resaltado con negrita otras que creo contienen algunas ideas importantes.
1. La alegría y el dolor
La alegría es esencial para la vida espiritual. Sea lo que sea que pensemos o digamos de Dios, si no estamos alegres, nuestros pensamientos y palabras no pueden dar fruto. Jesús nos revela el amor de Dios para que su alegría pueda hacerse nuestra y nuestra alegría sea completa. La alegría consiste en la experiencia que enseña que uno es amado incondicionalmente, y que nada –ni la enfermedad, ni los fracasos, ni la aflicción, ni la opresión, ni la guerra, ni siquiera la muerte– puede acabar con este amor.
A veces podemos sentirnos descontentos por varios motivos, pero en el fondo seguimos siendo felices, porque la felicidad procede del conocimiento del amor que Dios nos tiene. Tendemos a creer que cuando sufrimos no podemos ser felices, pero en la vida de una persona centrada en Dios, el sufrimiento y la alegría pueden coexistir. No es fácil comprenderlo, mas si pensamos en algunas de nuestras experiencias vitales más hondas, como pueden ser asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, vemos que con frecuencia un gran dolor y una gran alegría forman parte de una misma experiencia. Con frecuencia descubrimos la alegría en medio del sufrimiento. Yo recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como aquellos momentos en que me hice consciente de una realidad más grande que yo mismo, una realidad que me permitió vivir el dolor con esperanza. Me atrevería a decir que la pena fue el lugar donde encontré la alegría. Sin embargo, nada ocurre automáticamente en la vida espiritual. La alegría no simplemente acontece. Somos nosotros los que tenemos que elegirla, y reiterar esta elección cada día. Es una opción que se basa en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y nada, ni siquiera la muerte, podrá arrancarnos a Dios.
2. La elección
Debe sonar extraño decir que la alegría es fruto de nuestra elección. Con frecuencia nos imaginamos que hay personas más afortunadas que otras y que su alegría o su tristeza depende de las circunstancias de la vida, las cuales quedan fuera de nuestro control.
Y, sin embargo, elegimos; no tanto las circunstancias de nuestra vida cuanto la manera de responder a estas circunstancias. Dos personas pueden ser víctimas de un mismo accidente. Para uno, este se convierte en fuente de resentimiento; para otro, en fuente de agradecimiento. Las circunstancias externas son las mismas, pero la elección de la respuesta es completamente distinta. Hay gente a la que se le agria el carácter cuando se van haciendo mayores. Otros, en cambio, envejecen con gozo. Esto no significa que la vida de aquellos cuyo carácter se va amargando haya sido más dura que la vida de los que viven contentos. Significa que se han hecho opciones diferentes, opciones íntimas, opciones del corazón.
Es importante tomar conciencia de que en cualquier momento de nuestra vida tenemos oportunidad de elegir la alegría. La vida tiene multitud de caras. Hay siempre aspectos dolorosos y aspectos gozosos en la realidad que vivimos. De manera que siempre tenemos posibilidad de elegir vivir el momento presente como cusa de resentimiento o como causa de alegría… Como la tristeza engendra tristeza, así la alegría engendra alegría…
3. Hablar del sol
Lo mismo que la tristeza, la alegría es contagiosa. Tengo un amigo que irradia alegría, y no porque su vida sea fácil, sino porque está habituado a reconocer la presencia de Dios en medio de todos los sufrimientos humanos, los suyos y los de los demás… No es un sentimental. Es un realista; pero su profunda fe le enseña que la esperanza es más real que la desesperación, que la fe es más real que la desconfianza y el amor más real que el miedo. Este realismo espiritual es el que hace que sea un hombre feliz…
La alegría de mi amigo es contagiosa. Cuanto más estoy con él, más llegan hasta mí rayos del sol que pasa a través de las nubes. Sí, sé que hay un sol, incluso cuando el cielo está cubierto de nubes. Cuando mi amigo hablaba del sol, yo seguía hablando de las nubes, hasta que un día me di cuenta de que era el sol el que me permitiría ver las nubes…
4. Sorprendidos por la alegría
¿Nos sorprende la alegría o la tristeza? El mundo en que vivimos quiere sorprendernos por la tristeza. Los periódicos nos hablan continuamente de accidentes de tráfico, de asesinatos, de conflictos entre personas, grupos o naciones, y la televisión llena nuestra mente de imágenes de odio, violencia y destrucción. Y nos decimos unos a otros: «¿Has oído esto?, ¿has visto eso?... ¡Es terrible! ¡Increíble!». Parece como si el poder de las tinieblas quisiera impresionarnos continuamente con el sufrimiento humano. Pero estas impresiones nos paralizan y nos invitan a una existencia en la que nuestro principal interés sea la supervivencia en medio de un mar de sufrimientos. Al hacer que nos consideremos como supervivientes de un naufragio, ansiosamente agarrados a un trozo de madera a la deriva, vamos aceptando gradualmente el papel de víctimas de las crueles circunstancias de la vida.
El gran desafío de la fe es dejarnos sorprender por la alegría… Dios se hizo pequeño en medio de un mundo violento. ¿Nos dejamos sorprender por la alegría o seguimos diciendo: «¡Muy bonito y muy tierno!, pero la realidad es diferente»? ¿Y si fuera el niño el que nos revela lo que de verdad es real?
5. La alegría y la risa
El dinero y el éxito no nos hacen felices. De hecho mucha gente rica y con éxito se siente también angustiada, atemorizada, y con frecuencia es bastante sombría. Por el contrario, otros muchos que son realmente pobres se ríen con gran facilidad y muestran frecuentemente gran alegría.
La alegría y la risa son los dones que trae consigo vivir en presencia de Dios y creer que no merece la pena preocuparse por el mañana. Siempre me sorprende que la gente rica tiene mucho dinero, pero los pobres tienen mucho tiempo. Y cuando se tiene mucho tiempo, se puede celebrar la vida. No hay razón para hacer de la pobreza algo romántico, pero cuando veo el miedo y la ansiedad de muchos que tienen todos los bienes que el mundo puede ofrecerles, entiendo las palabras de Jesús: «¡Qué difícil es que un rico entre en el reino de Dios!». El problema no está en el dinero y el éxito; el problema consiste en la falta de tiempo libre y disponible para encontrarse con Dios en el presente y para que la vida pueda elevarse a su forma más bella y buena…
6. Nada de víctimas
Dejarse sorprender por la alegría es algo bien distinto del optimismo ingenuo. El optimismo es la actitud que nos hace creer que las cosas irán mejor mañana. Un optimismo dice: «La guerra acabará, tus heridas se curarán, la depresión desaparecerá, la epidemia al fin conseguirá ser detenida… Todo será mejor mañana». El optimismo puede acertar o equivocarse, pero, tanto si acierta como si se equivoca, el optimista no tiene control sobre las circunstancias.
La alegría no proviene de predicciones positivas sobre el estado del mundo. No depende de las facilidades o dificultades de las circunstancias de nuestra vida. La alegría se basa en el conocimiento espiritual de que, aunque el mundo en el que vivimos está envuelto en tinieblas, Dios ha vencido al mundo. Jesús lo dice lisa y llanamente: «En el mundo pasaréis trabajos, pero alegraos, yo he vencido al mundo»…
Deberíamos dejarnos sorprender por la alegría cada vez que vemos a Dios, no al maligno, tener la última palabra. Si entráramos en el mundo y nos enfrentáramos al maligno con la abundancia de la bondad divina, se abriría ante nosotros un camino para vivir en medio del mundo no ya como víctimas, sino como hombres y mujeres libres, guiados no por el optimismo, sino por la esperanza.
7. El fruto de la esperanza
Hay una relación íntima entre la alegría y la esperanza. Mientras el optimismo nos hace vivir como si las cosas fueran a arreglarse pronto, la esperanza nos libera de la necesidad de predecir el fututo y nos permite vivir en el presente, con una confianza profunda en que Dios nunca nos dejará solos, sino que colmará los más profundos deseos de nuestro corazón.
En esta perspectiva, la alegría es fruto de la esperanza. Cuando tengo una confianza profunda en que Dios está hoy realmente conmigo y me mantiene a salvo en su abrazo divino, guiando cada uno de mis pasos, puedo liberarme de la ansiosa necesidad de saber cómo será el día de mañana, o qué ocurrirá el mes que viene o el año próximo. Puedo estar enteramente donde estoy y poner mi atención en tantos signos del amor de Dios como encuentro dentro de mí y a mi alrededor.
…Cuando confiamos profundamente en que el día de hoy pertenece al Señor y que el día de mañana está a salvo escondido en el amor de Dios, nuestros rostros pueden relajarse, y podemos devolver la sonrisa a quien nos sonríe…
8. Más allá de los deseos
La alegría y la esperanza nunca van separadas. Nunca he encontrado a una persona llena de esperanza que estuviera deprimida, o a una persona alegre que hubiera perdido la esperanza. Pero la esperanza es algo distinto de los deseos, y la alegría no debe confundirse con la mera satisfacción. Los deseos y satisfacciones se refieren generalmente a cosas o a acontecimientos. Deseas que el tiempo cambie o la guerra acabe; deseas conseguir un nuevo trabajo, mejor pagado, o un premio, y cuando alcanzas lo que deseas te sientes satisfecho. Pero la esperanza y la alegría son dones espirituales enraizados en una relación íntima con el que te ama con un amor eterno y siempre te será leal. Esperas en Dios y te alegras en su presencia incluso cuando tus numerosos deseos no se cumplen y eres desafortunado con las circunstancias de tu vida.
Algunos de los momentos más esperanzadores y felices de mi vida fueron momentos de gran dolor emocional y físico. Fue precisamente al experimentar el rechazo y el abandono cuando sentí el impulso de gritar: «Tú eres mi única esperanza, tú eres la fuente de mi felicidad». Cuando ya no puedo aferrarme a mis apoyos normales, descubrí que el verdadero apoyo y la verdadera salvación está más allá de las estructuras de este mundo.
Con frecuencia tenemos que descubrir que lo que considerábamos como esperanza y felicidad era poco más que deseos bastante egoístas de éxito y reconocimiento. Aunque este descubrimiento sea doloroso, es el que de verdad nos echa en brazos de aquel que es la auténtica fuente de nuestras esperanzas y alegrías.