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El mito de la tumba perdida de Jesús

Este artículo lo firmaba el profesor Francisco Varo, de la Facultad de Teología Universidad de Navarra. Tiene fecha: 27 de febrero de 2007 y fue publicado en el periódico La Razón.

       Desde hace más de una década los promotores de negocios mediáticos vuelven a desenterrar una y otra vez el mito de la tumba perdida de Jesús. En 1996 fue un documental de la BBC el que difundió su supuesto hallazgo. Se apoyaba en un descubrimiento realizado en 1980 en la necrópolis de Talpiot en Jerusalén de una tumba con diez osarios del siglo I, en uno de los cuales figuraba la inscripción “Jesús, hijo de José”. Es la misma tumba de la que se vuelve a hablar ahora en el lanzamiento publicitario de un nuevo documental sobre Jesús.

 

      Esa tumba, como muchas otras análogas encontradas en Jerusalén, es la típica gruta sepulcral de una familia de clase media. La costumbre consistía en depositar los cadáveres en una tumba de ese estilo, en la que había algunos nichos y bancos de piedra. Al cabo de unos años, los restos se retiraban de los nichos y se trasladaban a un osario, es decir a un recipiente más pequeño, que podía ser de cerámica o de piedra, sobre el que se escribía el nombre del difunto.

 

Han aparecido más de mil osarios de esa época. Los nombres que figuran en los osarios encontrados son muy poco variados. Es decir, había en torno a una decena de nombres de varón que eran muy corrientes y que se repetían con todas las combinaciones posibles. Entre los más frecuentes se encuentran Simeón (Simón), Juan, José, Jacob (Jacobo, “Santiago”), Judas, Josué (Jesús), Zacarías, Natanael, Eleazar (Lázaro), o Matías. Los nombres de mujer eran aún menos, ya que más de dos tercios de ellas se llamaban María, Salomé o Marta. Este hecho es muy significativo, pues testimonia que los nombres de los principales personajes evangélicos eran los más corrientes en la población judía de Palestina del siglo primero.

 

Al ser relativamente pocos los nombres que se usaban y muchos centenares los osarios descubiertos, se han encontrado varios ejemplos de casi todas las combinaciones posibles: “Matías, hijo de Juan”, “Simón, hijo de Zacarías”, y tantas otras. Entre ellas suscitó un gran revuelo la encontrada en 1931 sobre un osario: “Jesús, hijo de José”. Algunos aventuraron que podría tratarse de Jesús de Nazaret. Era la primera vez que sucedía algo así, pero con el paso de los años las leyes de la estadística fueron invitando a ser más prudentes. De hecho, hasta ahora ya ha aparecido casi una decena de osarios con esa misma inscripción. Los amantes del sensacionalismo tuvieron que rendirse ante los hechos reales y admitir la imposibilidad de sostener una hipótesis con tan débil fundamento.

 

La posibilidad de que los osarios de Talpiot en los que se basa el documental tengan relación con la familia de Jesús es nula. No plantean problemas a nadie. En todo caso hacen reír a los expertos ante la vulgaridad de los tópicos y la ingenuidad del argumento empleado.

 

Francisco Varo    

 

   A aquellos que esperan encontrar los restos de Jesucristo en un osario, bien se les podrían dirigir aquellas palabras que los ángeles dedicaron a María Magdalena y las otras mujeres cuando llegaron al sepulcro y se lo encontraron vacío: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5).

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