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Sobre el tópico de las riquezas del Vaticano

·          Una de las acusaciones más recurrentes que suele lanzarse contra la Iglesia es aquella de las riquezas del Vaticano. El otro día, sin ir más lejos, a propósito de un artículo que tenía como título unas palabras del Papa: «No se puede servir a Dios y al dinero, hay que estar dispuestos a renuncias radicales», un internauta comentaba lo siguiente: «La verdad, el título del artículo podría aplicárselo el propio Papa. Máximo jerarca de la institución más rica e influyente del mundo. Resulta un tanto obsceno la frase del Papa después de ver la cantidad inmensa de tesoros que posee la iglesia de Roma. La distribución equitativa de bienes podría aplicársela el Papa a su iglesia y dar ejemplo de lo que dice».

 

De un modo u otro es frecuente encontrar en todo tipo de medios de comunicación la exhortación a que la Iglesia renuncie a sus riquezas para remediar las necesidades de los muchos pobres que hay en el mundo.

 

Ante estas acusaciones es normal que muchos católicos se sientan mal e incluso que no pocos queden confundidos y sin saber muy bien qué contestar, entre otras cosas porque jamás estuvieron en el Vaticano y no saben muy bien de qué riquezas se habla. Espero con este escrito poder ayudar a afrontar con sentido común y realismo este tópico tantas veces esgrimido contra la Iglesia.

 

 

1. DE QUÉ HABLAMOS.

 

            Decía antes que muchos católicos pueden quedar confundidos ante esta acusación, pero lo cierto es que probablemente la persona misma que la lanza en realidad tampoco sabe de lo que está hablando.

 

            Lo primero que se observa al analizar esta crítica a la Iglesia es la falta de datos y acusaciones concretas. La acusación siempre se mueve en el ámbito de lo difuso: nadie ofrece un elenco de las riquezas que la Iglesia posee y que podrían ser vendidas sin ningún problema –esta apreciación es importante como más tarde veremos– para beneficio de los pobres. ¿De qué riquezas o tesoros estamos hablando: lingotes de oro, joyas, catedrales, pinturas, cuentas desorbitantes?

 

En uno de sus libros, Leyendas negras de la Iglesia, el escritor italiano Vitorio Messori ofrecía el siguiente dato que creo que es significativo: «El presupuesto de la Santa Sede —es decir, de un Estado soberano con, entre otras cosas, una red de más de cien embajadas, «nunciaturas» y todos esos «ministerios» que son las congregaciones, además de los secretariados y un sinfín de oficinas— en 1989 era igual a menos de la mi­tad del presupuesto del Parlamento italiano. En resu­men, tan sólo los diputados y senadores que acuden a los dos edificios romanos (en otro tiempo pontifi­cios) de Montecitorio y Palazzo Madama cuestan al contribuyente más del doble de lo que cuesta el Vaticano a los ochocientos millones de católicos en todo el mundo».

 

Un estudio más reciente, de 2009, elaborado por la revista Compromiso Empresarial ofrecía los siguientes datos: el presupuesto anual del Vaticano es de 293 millones de euros, un presupuesto 7,5 veces inferior al de la Universidad de Harvard (2.200 millones de euros); señalaba también que los fondos de inversión del Vaticano en acciones, bonos y valores mobiliarios eran de 734 millones de euros; muy lejos de los 19.848 millones de euros en que se calcula la fortuna, por ejemplo, de Amancio Ortega, repartida entre sus participaciones bursátiles, la sociedad patrimonial Ponte Gadea y las sociedades de inversión Keblar, Alazán y Gramela. Respecto al patrimonio artístico que se conserva en el Vaticano, el informe recuerda que están valorados contablemente en un euro, porque, como después veremos, en realidad no tienen valor de mercado, pues no pueden ser vendidos ni ser objeto de garantía.

 

Algunas personas parecen haberse quedado estancadas en una imagen medieval o renacentista de Papas, obispos y abades sumamente poderosos y ricos. Pero esa imagen dista mucho de poder ser verificada en la actualidad, aunque desgraciadamente haya siempre personas indecorosas que no hagan honor a su vocación en su modo de vivir. Pero no creo que en las listas de las mayores fortunas de cualquier país, elaboradas por revistas como Forbes, pueda aparecer hoy día ningún cardenal u obispo.

 

            Podría decirse que detrás de la típica acusación de las riquezas vaticanas lo que verdaderamente subyace es una crítica a la propia institución de la Iglesia, a la que se pretende presentar como una institución hipócrita que dice amar a los pobres, mientras en realidad acumula riquezas para sí misma. Una institución, por tanto, que no debería ser tomada en serio ni creída ni aceptada.

 

Resulta curioso el hecho de que esta forma de crítica vaya prácticamente siempre dirigida únicamente contra la Iglesia Católica cuando podría hacerse, sin variar apenas los términos, contra la Iglesia Ortodoxa Griega, que conserva sus hermosos templos de estilo y lujo bizantinos; el Islam, que multiplica la construcción de mezquitas tan majestuosas como la de Jerusalén, Casablanca o, sin ir más lejos, Madrid; el Budismo, cuyos templos y monasterios salpican el oriente de edificios cubiertos y forrados de oro y otros materiales preciosos. Por no hablar de los Testigos de Jehová u otras sectas —la Igle­sia de la Unificación de Sun Moon, por ejemplo—, las cuales disponen de capitales que mueven e invierten en todo el mundo y que ponen en ridículo las «rique­zas» del Vaticano. Sin embargo estas son «las riquezas del Vaticano» las únicas de las que se habla con gran indignación.

 

Es más, ¿por qué no poner también en tela de juicio al Gobierno de un país y vender el precioso edificio del congreso y todos los museos? Más aún, ¿por qué la misma persona que realiza la acusación no se plantea primero seriamente si ella misma puede desprenderse de ciertos bienes para solucionar el problema de la pobreza?

 

 

 

2. ¿UNA SOLUCIÓN AL PROBLEMA DE LA POBREZA?

 

            Otro elemento que parece corroborar el hecho de que la mayoría de las veces detrás de la acusación de las riquezas del Vaticano sólo hay una burda crítica a la Iglesia y no un serio interés por resolver el problema de la pobreza es la simple constatación de que el problema de la pobreza mundial nada tiene que ver con que la Iglesia venda o no sus “tesoros”. No existe una conexión directa entre las “riquezas” de la Iglesia y la pobreza de los pobres, entre la belleza y suntuosidad de cualquier catedral y la pobreza de un barrio de la periferia; no existe una conexión directa entre el desprendimiento de las obras de arte del Museo Vaticano y la solución de todas las carencias económicas que afligen a buena parte de la humanidad.

 

Un análisis sensato de la realidad nos hará darnos cuenta de lo inútil de una supuesta venta de «las  riquezas del Vaticano».

 

-        Es verdad que en las diferentes diócesis del mundo hay cosas de gran valor artístico, pero de muy difícil aprovechamiento mercantil. De entrada, por el simple hecho de que la inmensa mayoría de los Estados prohíben vender los bienes de interés cultural. Sería algo semejante a pedir al Ministro de Hacienda que enjugue el déficit público de su país vendiendo, por ejemplo, todos los cuadros del Museo del Prado. No creo que la historia juzgara muy bien semejante operación. El Museo del Prado es propiedad de todas las generaciones de españoles, no sólo de la nuestra. Del mismo modo no parece muy posible que el gobierno italiano puede permitir que los tesoros de los Museos Vaticanos salgan de Italia para ser vendidos a otro país. Sería, entre otras cosas, una ruina para la cantidad de gente que vive en Roma del turismo. Se trata de riquezas que por su propio carácter no pueden venderse y por tanto no se puede sacar dinero de ellas.  

 

-      Además, ¿a quién iba a vender la Iglesia una catedral, o una iglesia de pueblo..., o el mismísimo Museo Vaticano? V. Messori pone el siguiente ejemplo: «Intentemos vender —a beneficio, qué sé yo, de los pobres negritos— los tesoros del Vaticano. Empecemos, por ejemplo, con la Piedad de Miguel Ángel, que está en San Pedro. El precio de salida, se­gún dice quien ha intentado aventurar una valora­ción, no podría ser inferior a los mil millones de dó­lares. Sólo un consorcio de bancos o multinacionales americanas o japonesas podría permitirse semejante adquisición. Como primera consecuencia, esa mara­villosa obra de arte abandonaría Italia.

 

Y luego, esa obra que ahora se exhibe gratuita­mente para disfrute de todo el mundo caería bajo el arbitrio de un propietario privado —sociedad o co­leccionista multimillonario— que podría incluso de­cidir guardársela para sí, ocultando a la vista ajena tanta belleza. Belleza que, además, al dejar de dar gloria a Dios en San Pedro, daría gloria en algún bunker privado al poder de las finanzas, es decir, a lo que las Escrituras llaman «Mammona». Tal vez el mundo tendría un hospital más en el Tercer Mundo, pero ¿sería verdaderamente más rico y más humano?».

 

Creo que a la inmensa mayoría de las personas no nos gustaría que la Iglesia vendiese la Catedral o la mejor Iglesia de nuestra ciudad o pueblo a un magnate de las finanzas para que éste la trasladase a su finca de recreo, aunque con el dinero de la venta se atendiese a los pobres, ya que pensamos que ese monumento es una de las riquezas y orgullo de nuestro pueblo y que se debe quedar donde está. Desprenderse de la propia historia, de valores artísticos y culturales… no es un gran negocio para nadie. La pérdida del patrimonio cultural conduce a la pérdida de la propia identidad.

 

¡Qué pobre argentino no se siente orgulloso de la basílica de Luján! ¡Qué pobre mejicano con el santuario de la Virgen de Guadalupe¡ ¡qué cristiano pobre no se siente orgulloso del santuario de la Virgen de su pueblo! ¿Crees que preferiría venderlo a un jeque árabe para que la transformase en una mezquita mientras que unas cuantas monedas fruto de la venta se reparten entre todos los pobres del mundo? ¿Realmente sería un buen negocio para ellos y para el resto de la población?

 

Son conocidas las desgraciadas experiencias de algunos clérigos que vendieron en beneficio de los pobres los “tesoros” de su parroquia: imágenes, cálices, custodias... ¿Qué pasó con el fruto de su venta? Los pobres siguen siendo pobres y ahora la gente no puede ver lo mejor de sus raíces culturales y artísticas. ¿Alguien puede pensar que esos cálices o imágenes están mejor en vitrinas de las casas de los ricos que en un altar de cualquier iglesia?

 

En definitiva, a historia y la belleza del arte es una de las manifestaciones más altas del espíritu humano; nos eleva y dignifica. La historia es parte de nuestro ser y a través de la obra de quienes no precedieron entramos de alguna manera en comunión con ellos. Necesitamos permanecer unidos a nuestras raíces, a nuestros antepasados… y el cuidado de lo que nos legaron cumple una misión muy importante al respecto. La Iglesia siempre ha fomentado la cultura y todas las manifestaciones del espíritu humano, llegando a ser en ciertos casos la mejor protectora del arte, la ciencia y la cultura. La historia humana le debe mucho a este respecto, ya que ha protegido buena parte del patrimonio cultural de occidente.

 

-           A lo largo de la historia ha habido diversos momentos en los que la Iglesia ha sufrido forzosa y arbitrariamente por parte de los Estados diversas desamortizaciones. En España este proceso lo inició el ministro Godoy a finales del siglo XVIII (1798) y la más grave y conocida es la de Mendizábal (1836). Estas desamortizaciones tenían como finalidad dotar al erario público de "unos ingresos extraordinarios", acrecentar la riqueza nacional y crear una burguesía y clase media de labradores propietarios. ¿Cómo? Poniendo en el mercado, mediante subasta pública, las tierras y bienes no productivos en poder de las llamadas «manos muertas», casi siempre la Iglesia Católica o las órdenes religiosas, que los habían acumulado como habituales beneficiarias de donaciones, testamentos y abintestatos. ¿Cuál fue el resultado final de estas desamortizaciones? Puedes suponer que no fue el enriquecimiento de los más pobres; y es que en el momento del reparto a los pobres de los bienes eclesiásticos ¡ahí te quiero ver! 

 

En el caso de España, como la división de los lotes se encomendó a comisiones municipales, estas se aprovecharon de su poder para hacer manipulaciones y configurar grandes lotes inasequibles a los pequeños propietarios, pero sufragables en cambio por las oligarquías muy adineradas, que podían comprar tanto grandes lotes como pequeños. Los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las tierras fueron compradas por nobles y burgueses adinerados, de forma que no pudo crearse una verdadera burguesía o clase media en España que sacase al país de su marasmo.

 

-           Es importante subrayar que el problema de la pobreza no se arregla con una donación de millones de euros: es un problema de desarrollo y requiere un flujo permanente de recursos. Por ejemplo, ¿de qué serviría la donación de un hospital a una población que no contara con recursos para mantenerlo en el tiempo, pagar sueldos, comprar medicinas, etc.? Hacer funcionar un hospital en el tiempo es más caro que el hospital mismo… Nadie con sentido común puede seriamente pensar que vendiendo «las riquezas del Vaticano» se pueda arreglar el problema de la pobreza.

 

-          Finalmente, contrariamente a lo que la acusación sugiere, las supuestas riquezas de la Iglesia son también patrimonio de los pobres, que las sienten como suyas, porque realmente lo son como miembros de la Iglesia a la que pertenecen.

 

Al respecto me parece significativa la siguiente anécdota. Cuando Juan Pablo II hizo su primer viaje a Brasil, dejando el protocolo, entró en una favela y visitó una familia. Conmovido ante su situación, les dejó de regalo su anillo de Papa. ¿Qué hizo aquella familia: vender el anillo y comprar algunas cosas de las que carecían? No. Para ellos ese anillo es un verdadero  tesoro y lo cedieron a la capilla de aquella favela donde se conserva. Los pobres son pobres, pero no tontos.

 

En los territorios más pobres del mundo no se escucha a la gente quejarse de la supuesta riqueza de su parroquia o de la Iglesia… en cambio es fácil verlos trabajar y sacrificarse duramente para reconstruirla con lo mejor que cada uno tiene después de un huracán o un terremoto.

             

 

 

3. ¿POR QUÉ LA IGLESIA TIENE TANTOS BIENES?

 

·           Lo primero que hay que señalar es que los bienes que causan tanto escándalo a algunos son una propiedad legítima de una institución con dos mil años de historia. No han sido robados ni saqueados, como sí es el caso de muchos de los tesoros históricos, artísticos y culturales que albergan los más grandes museos del Mundo como el Louvre o el Británico. En el caso de la Iglesia, gran parte de sus bienes son fruto de donaciones explícitamente hechas desde los primeros siglos: gente que ha donado sus propios bienes a la Iglesia con el deseo de que se usen bien para dar gloria a Dios a través del culto divino, bien para la formación y la evangelización de las gentes o bien para el socorro de los más necesitados.

 

A lo largo de los siglos se fueron construyendo edificios sólidos para el culto y también se fue destinando a esa función algunos objetos más nobles, al mismo tiempo que la Iglesia levantaba un número incalculable de hospitales, dispensarios, orfanatos, seminarios, escuelas y otros edificios; los que en cada momento –con mayor o menor acierto– se consideraron adecuados para mejor cumplir su misión caritativa y evangelizadora.

 

Desde una mirada superficial todo este patrimonio puede dar de la Iglesia una imagen de riqueza y opulencia, pero por grande que pueda parecer –no olvidemos que se ha acumulado a lo largo de dos mil años– no es una fuente importante de beneficios, sino más bien todo lo contrario (es muy costoso mantener un templo antiguo en buenas condiciones). En el mejor de los casos, equilibra los gastos de mantenimiento. La Iglesia no se ha dedicado a acumular dinero, sino que sus posesiones han revertido en beneficio de la sociedad. La tan vapuleada riqueza de la Iglesia está compuesta por cosas que no se guardan con avaricia, sino que se cuidan y usan en el ejercicio de la misión de la Iglesia. El patrimonio eclesial tiene sobre todo un valor de uso, que es el que suele justificar su existencia y su conservación. Las instituciones civiles suelen tener dinero abundante y cambian con frecuencia los sillones de sus concejales o parlamentarios, cosa que no sucede con las sillerías de las catedrales, que gracias a eso se mantienen durante siglos. Los 500 años que contemplan la Basílica de San Pedro es un índice de que su construcción está bien amortizada.

 

 

·           La acusación lanzada a la Iglesia para que venda sus bienes suele estar aderezada con apelaciones a la “pobreza evangélica” que caracterizó los primeros tiempos del cristianismo y con la opinión de que las riquezas acumuladas constituyen una traición al mensaje de Cristo y una “superestructura” que sólo beneficia a los jerarcas de la Iglesia. ¿Qué podemos responder a esto?

 

            Muy sencillo. En los primeros siglos del cristianismo, en efecto, no había grandes basílicas ni catedrales, pero por la sencilla razón de que los cristianos eran hombres y mujeres perseguidos a muerte que no podían celebrar públicamente su culto, sino que tenían que hacerlo a escondidas en casas privadas.

 

            Por otro lado, si lees la Sagrada Escritura, descubrirás que el cuidado del culto divino es algo manifestado en la voluntad de Dios. La descripción de los elementos que debían configurar el Templo de Israel es significativo en este sentido, como también lo es el elogio que el mismo Jesús hace a María después de que ella hubiera derramado un perfume carísimo de bardo sobre sus pies o el que hace de la pobre viuda que da todo lo que tenía como limosna al Templo.

 

            Pero quizás lo más fácil de entender es que el adorno de imágenes y lugares de culto es fruto del cariño y del amor de la gente con fe. La gente que se quiere se regala cosas de valor, aunque le supongan un sacrificio (o quizá precisamente por eso). Si la gente se adorna a sí misma con anillos de oro o los regalan a otros como prueba de su afecto..., ¿por qué se les va a prohibir que regalen algo valioso para el culto a Dios o para una imagen que veneran? No olvidemos que la fe es ante todo el fruto de un encuentro con una persona: Jesucristo, que da un horizonte nuevo a la vida. El adorno de las imágenes o los templos no es una bofetada a los pobres; a ellos también les gusta ver cosas lindas y gozar con ellas.

 

 

 

4. LA IGLESIA ES LA INSTITUCIÓN QUE MÁS HACE POR LOS POBRES

                                        

·           Lo más curioso e insostenible de la acusación que se realiza contra la Iglesia a través de la petición de que venda su patrimonio es el hecho de que con ello se insinúa una actitud pasiva de la Iglesia frente al problema de la pobreza, cuando la realidad es que no existe en el mundo ninguna otra institución que a lo largo de la historia haya hecho y siga haciendo tanto por ellos como la Iglesia Católica, para lo cuál dedica una cantidad ingente de medios económicos.

 

La lista de las labores asistenciales de la Iglesia Católica atendiendo a minusválidos, huérfanos, inmigrantes, moribundos, leprosos, chicos de la calle… es realmente impresionante: tiene 5.900 hospitales, 16.700 dispensarios, 700 leprosarios, 12.600 hogares de ancianos, 19.500 orfanatos y guarderías, 11.500 centros de orientación familiar, 11.600 centros de educación especial y 44.500 centros asistenciales. Un total de 123.000 instituciones de asistencia en todo el mundo (cfr. Pedro Brunori, La Iglesia Católica”, Ed. Rialp). En un gran número de países, a la hora de catástrofe naturales, la única institución fiable para repartir ayudas es Caritas… la gente no confía en nadie más. Cientos de miles de personas, especialmente religiosos y religiosas, con una mayoría numérica de éstas, trabajan actualmente desinteresadamente y dedican su vida a los más pobres.

 

En un artículo de periódico el escritor Juan Manuel de Prada ponía de manifiesto unos pocos ejemplos del dinero que la Iglesia española revierte sobre la sociedad y ahorra a las administraciones públicas. «Reparemos, por ejemplo, en las partidas destinadas a la educación. Una plaza en la escuela pública, por alumno y curso escolar, le exige al erario público (utilizo datos suministrados por el Ministerio de Educación) un desembolso de 3.517 euros; una plaza en la escuela concertada tan sólo 1.840. Teniendo en cuenta que el 70 por ciento de las plazas de la escuela concertada corresponden a centros católicos, descubrimos que la Iglesia ahorra al erario público alrededor de 2.300 millones de euros, cifra ligeramente superior a la que el Estado aporta como complemento presupuestario para su sostenimiento. Si probamos a calcular la ingente labor social y asistencial de la Iglesia, descubrimos que las cantidades que se dedican a paliar el sufrimiento y la miseria de los sectores más desfavorecidos de la sociedad dejan también chiquito ese complemento. Así, por ejemplo, el presupuesto de Cáritas durante el pasado ejercicio ascendió a 163 millones de euros, de los cuales más del sesenta por ciento -cerca de 100 millones- lo cubren las cuotas de sus asociados y las aportaciones de los católicos, a través de donaciones y colectas parroquiales; este porcentaje se eleva hasta el 83 por ciento en el presupuesto de Manos Unidas, que el pasado año logró recaudar 35 millones de euros procedentes de las cuotas de colaboradores y de las colectas. Son sólo dos ejemplos entre los miles de establecimientos y entidades católicas consagrados en cuerpo y alma a la ayuda de los más necesitados».

 

No atendamos, pues, a las necedades que se oyen. La Iglesia católica realiza una labor benéfica que no tiene parangón con ninguna institución, gubernamental o no gubernamental. Y lo hace con el esfuerzo cotidiano y callado de muchos hombres y mujeres sin que por ello tenga que despojar sus templos de las obras de arte que son parte de la historia de cada pueblo. La realidad es que si el Vaticano no existiese, la situación de los pobres sería mucho peor, porque desaparecería el mayor benefactor de los necesitados. Usar a los pobres para atacar a la Iglesia es, cuando menos, una broma de mal gusto… Y más todavía si el que lanza la acusación nunca ha hecho nada por los pobres.

 

 

·        Por otro lado, hay que señalar que la misión fundamental de la Iglesia es el anuncio del evangelio y para que ese anuncio pueda realizarse en todos los lugares del mundo se necesita, como es obvio, de personas, templos, estructuras, material, etc. que suponen un fuerte desembolso económico. Me parece interesante la siguiente anécdota del Papa Juan Pablo II. «Preguntó, con cierta dosis de malicia, un periodista a Juan Pablo II: –Santidad, ¿sabe cuánto cuestan los viajes papales? La respuesta del Pontífice fue inmediata: –¿Y usted sabe cuánto vale un alma?» (J. Eugui, Más anécdotas y virtudes, Madrid 1999, p. 22).

 

 

 

5. NO TODO ES PERFECTO EN LA IGLESIA

 

            No quisiera finalizar sin reconocer que en el aspecto económico en la Iglesia no todo es perfecto y que se han hecho cosas mal, se hacen y se harán. Hay luces y sombras, aciertos y equivocaciones, como no puede ser de otro modo, ya que está formada por personas con defectos y virtudes. Me gustaría transcribir a continuación un texto de Alfonso Aguiló a este respecto.

 

«Hay ocasiones en que diócesis o instituciones religiosas han buscado obtener una mayor rentabilidad a sus propias reservas o a los donativos que reciben para obras sociales. Eso es perfectamente legítimo, o incluso una obligación, si releemos la parábola de los talentos. Lo malo es que si al buscar esa mayor rentabilidad para los recursos que se han puesto a su disposición para realizar buenas obras, lo invierten en lugares de demasiado riesgo, pueden perderlos, o pueden ser estafados, como ha sucedido desgraciadamente con más frecuencia de lo deseable.

 

Es cierto que en todo eso puede haber culpabilidad, aunque también es igualmente cierto que no siempre que uno es engañado es culpable. En todo caso, no es propiamente un problema de la Iglesia como institución, sino del acierto y la prudencia del responsable de cada lugar, que puede equivocarse, y que puede ser engañado, como nos pasa a todos.

 

Lo que sucede con más frecuencia ante esos hechos –ha escrito Ignacio Sánchez Cámara– es que el anticlericalismo tiene un sueño ligero y basta el más leve ruido para despertarlo de su secular sopor. Ante cualquier suceso de ese tipo, el viejo monstruo latente asegurará con rotundidad que la Iglesia, así, en general, sin matices, es culpable. Y lo dicen porque, para ellos, la Iglesia lleva ya veinte siglos de culpabilidad. Para ese anticlericalismo, que se pretende hijo de la Ilustración cuando lo es más bien de la ausencia de ilustración y de la falta de información, basta que parte de una orden religiosa, o de una diócesis, o de lo que sea, haya perdido parte de sus ahorros para que se desate la caja de los truenos anticlericales. No importa que lo hayan podido hacer en la condición de timadores o timados –lo que no es exactamente lo mismo–, o que la inversión bursátil constituya una opción legítima para todos los ciudadanos, pues si el inversor es eclesiástico, ya lo ven como un especulador sin escrúpulos».

 

            En definitiva, menos anticlericalismo y tópicos; y más sentido común.

 

Raúl Navarro Barceló   

 

 

 

      Este artículo ha sido realizado a partir de diversos artículos, libros o post publicados en Internet. Los señalo a continuación:

 

- P. Eduardo M. Volpacchio,  http://es.catholic.net/op/articulos/5441/el-mito-de-las-riquezas-de-la-iglesia.html

- Alfonso Aguiló, ¿Es razonable ser creyente?: 50 cuestiones actuales en torno a la fe, Ed. Palabra, pp. 152-157.

- Vitorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia, Ed. Planeta.

- José Ignacio de Arana Amurrio, Hay que vender las catedrales, http://multiespacioelcamino.blogspot.it/2013/02/hay-que-vender-las-catedrales-jose.html

- Juan Manuel de Prada, Los dineros de la Iglesia, ABC, 19.XI.05

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