La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
El preservativo: el chupete de los jóvenes
· Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en España cada año dan a luz a un hijo más de cien niñas menores de 15 años. Concretamente, en 2012, fueron 141. La cifra se multiplica cuando se trata de niñas que ya han cumplido los 15 años (379) o 16 años (899). Cifras que están en la misma línea más o menos que las de años anteriores.
Estos datos deberían hacer pensar a las autoridades y a la sociedad, sobre todo si se tiene en cuenta que en las últimas décadas han sido muchas las campañas lanzadas por los diferentes gobiernos del país para concienciar y animar a la población joven al uso del preservativo. La situación todavía es más preocupante si al dato de nacimientos añadimos el de los abortos. Durante 2012 en España se contabilizan, según fuentes del INE, 460 abortos para menores de 15 años y 13.198 casos en adolescentes entre 15 y 19 años. Y esto sólo son los datos correspondientes a España. El problema adquiere dimensiones verdaderamente grandes cuando se refiere a la población mundial y se incluye todo el tema asociado a las enfermedades de transmisión sexual como el SIDA (el preservativo disminuye la probabilidad de infección, pero de un modo en nada próximo al 100% sugerido por las campañas).
El modelo de educación sexual que la mayoría de los gobiernos ha propuesto en las últimas décadas ha girado en torno a un mensaje del estilo “póntelo, pónselo” (slogan de una famosa campaña a favor del uso del preservativo en la España de 1990) y la invitación a los diferentes actores de la vida real de que asuman el uso del preservativo como única solución posible para afrontar esta cuestión. Valga de ejemplo el anuncio en el que una madre “amiga” de su hija pone en el bolsillo de ella un preservativo antes de que ésta salga.
La repetición unívoca de estos mensajes crea inevitablemente en los jóvenes una falsa idea de seguridad frente a los embarazos imprevistos o las enfermedades de transmisión sexual y, por consiguiente, les induce a mantener un mayor número de relaciones sexuales y a más temprana edad, con lo que, paradójicamente, acaba aumentando la tasa de embarazos indeseados, abortos o infecciones. El argumento decisivo que justifica la exclusividad del mensaje del preservativo está fundado en la consideración de que «no es posible, realista, pedir a los jóvenes que se abstengan».
· El problema es serio, más allá del interesante e importante aspecto moral del tema. Para afrontarlo es necesario valorar diferentes soluciones, incluyendo también la importancia de la educación en la abstinencia o castidad, evitando las discusiones populacheras que suelen dominar las tertulias de los medios de comunicación.
Recuerdo que hace unos años los medios de comunicación lanzaron su ira sobre el Papa Benedicto XVI a propósito de unas palabras suyas mientras viajaba a Camerún en respuesta a un periodista francés. Éste le comentaba que la postura de la Iglesia Católica sobre el modo de luchar contra el SIDA a menudo no se considera realista ni eficaz y Benedicto XVI respondió: «Diría que no se puede superar este problema del SIDA sólo con dinero, aunque éste sea necesario; pero si no hay alma, si los africanos no ayudan (comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema. La solución sólo puede ser doble: la primera, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que conlleve una nueva forma de comportarse el uno con el otro; y la segunda, una verdadera amistad también y sobre todo con las personas que sufren; una disponibilidad, aun a costa de sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Éstos son los factores que ayudan y que traen progresos visibles»[1].
Fueron muchos los que se rasgaron las vestiduras ante estas palabras del Papa, obviando por completo el mensaje dado por algunas autoridades sanitarias de primer orden como la Organización Mundial de la Salud para evitar el SIDA. Ésta ofrece las siguientes tres recomendaciones y por este orden: 1) El único medio eficaz de prevención del SIDA es la abstinencia de relaciones sexuales, 2) En el caso de que esto no sea posible, que se tengan relaciones sexuales mutuamente monógamas con una persona no infectada, 3) En el caso de que los anteriores no sean posibles, informar de que el uso consistente del preservativo puede disminuir, aunque no eliminar, el riesgo de transmisión del SIDA[2]. Uganda, que ha conseguido disminuir mucho la incidencia de infección por el virus del SIDA a base de programas de educación sanitaria, apelando al retraso del inicio de las relaciones sexuales en los jóvenes y en contra de las relaciones sexuales promiscuas fuera de una pareja estable, es puesto por muchos como un ejemplo.
Dejando a un lado el problema del SIDA, pero recogiendo la idea de Benedicto XVI sobre la necesidad de una humanización de la sexualidad, podemos preguntarnos cómo es posible que nuestros jóvenes, y todos nosotros, seamos capaces de abstenernos de comer ciertas cosas que nos apetezcan para mantener la línea, de abstenernos de ver la televisión si queremos aprobar un examen, de abstenernos de fumar porque nuestra economía ya no lo soporta, etc. y sin embargo parezca imposible hablar de abstinencia en la sexualidad.
Es cierto que el porcentaje de adolescentes que tienen relaciones sexuales aumenta y que cada vez las inician antes. Pero cabe plantearse si eso es bueno o no para ellos. Es alto el porcentaje de personas que fuma, y desde los organismos que velan por la Salud Pública no se les anima a que sigan fumando pero con un filtro que reduzca el riesgo de morir de cáncer de pulmón. Asimismo, se debería también ayudar a los jóvenes, que temen decir que “todavía no lo han hecho” por no quedar mal ante los demás, a poder decir que “no” a esa relación sexual precoz o a esa relación sexual esporádica o casual.
«En un estudio publicado en el British Medical Journal en el año 1998, se decía, por ejemplo, que el 70% de las mujeres que habían tenido su primera relación sexual antes de los 16 opinaban que hubiera sido mejor esperar un tiempo. El 50% de los hombres y el 30% de las mujeres afirmaron que su primera relación sexual fue fruto del arrebato de un momento. La opción más elegida para caracterizar la motivación principal que les llevo a esa relación fue, en ambos sexos, la de “satisfacer una curiosidad” (Dickson N y cols., BMJ, 1998;316:29-33). ¿No deberíamos prestar atención a estas cuestiones a la hora de “ayudar a los jóvenes”?
(…) También es importante estudiar otras características, descritas por investigadores, como el hecho de que un adolescente, aunque biológicamente esté preparado para tener relaciones sexuales, no necesariamente lo está desde el punto de vista psicológico, de la madurez cognitiva y de la interacción social (Bacon JL, Curr Opin Obstet Gynecol, 2000;12:345-347). Esto debe tenerse en cuenta a la hora de realizar campañas que, en el fondo, incitan a la sexualidad sin preocupaciones ni responsabilidad con tal de usar preservativos»[3].
Quizás el preservativo no sea la solución mágica capaz de resolver todos los problemas; quizás, en lugar de la píldora del día después, debamos fomentar la responsabilidad y la educación del día antes; quizás debamos confiar más en la capacidad de los jóvenes de escoger lo mejor para sus vidas, aunque ello exija más sacrificio, si desde las instancias adecuadas y los entornos cercanos se les ayuda a buscar el verdadero amor y no simplemente el placer. Yo creo que muchos jóvenes, si se les ayuda, se les presenta un horizonte más grande y se les acompaña, son capaces de luchar con firmeza (con momentos de más o menos éxito) por vivir una sexualidad más humana, más bella y libre. En una de sus famosas razones el sacerdote y escritor José Luis Martín Descalzo expresaba un comentario sobre la educación sexual de los jóvenes que a pesar de los años sigue siendo totalmente actual. Lo transcribo a continuación.
«Cuando estos días veo la famosa campañita de los preservativos no puedo menos de acordarme del viejo chupete, que fue la panacea universal de nuestra infancia. ¿Qué el niño tenía hambre porque su madre se había retrasado o despistado? Pues ahí estaba el chupete salvador para engatusar al pequeño. ¿Qué el niño tenía mojado el culete? Pues chupete al canto. No se resolvían los problemas, pero al menos por unos minutos se tranquilizaba al pequeño.
Era la educación evita-riesgo. Porque no se trataba, claro, sólo del chupete. Era un modo cómodo de entender la tarea educativa. Su meta no era formar hombres, sino tratar de retrasar o evitar los problemas.
(…) Ocultar el dolor puede ser una salida cómoda para el educador y también para el educando, pero, a la larga, siempre es una salida negativa. Los tubos de escape no son educación.
Y eso me parece que estamos haciendo ahora con la educación sexual de los jóvenes. Después de muchos años de hablar del déficit educativo en ese campo, salimos ahora diciendo la verdad: que la única educación del sexo que se nos ocurre es evitar las consecuencias de su uso desordenado.
Si fuéramos verdaderamente sinceros, en estos días presentaríamos así la campaña de los anticonceptivos: saldría a la pantalla el ministro o la ministra del ramo y diría:
«Queridos jóvenes: como estamos convencidos de que todos vosotros sois unos cobardes, incapaces de controlar vuestro propio cuerpo; como, además, estamos convencidos de que ni nosotros ni todos los educadores juntos seremos capaces de formaros en este terreno, hemos pensado que ya que no se nos ocurre nada positivo que hacer en ese campo, lo que sí podemos es daros un tubo de escape para que podáis usar vuestro cuerpo, ya que no con dignidad, al menos sin demasiados riesgos».
Efectivamente: no hay mayor confusión de fracaso de la educación que esta campañita de darles nuevos chupetes a los jóvenes.
(…) Una educación sexual —creo yo— tendría que empezar por despertar en el adolescente y en el joven cuatro gigantescos valores: la estima de su propio cuerpo; la estima del cuerpo de quien será su compañero o compañera; la valoración de la importancia que el acto sexual tiene en la relación amorosa de los humanos; el aprecio del fruto que de ese acto sexual ha de salir: el hijo. Pero ¿qué pensar de una educación sexual que, olvidando todo esto, empieza y termina (repito: empieza y termina) dando salidas para evitar los riesgos, devaluando con ello esos cuatro valores?
No sé, pero me parece a mí que algo muy serio se juega en este campo. Pero ¡pobres los curas o los obispos si se atreven a recordar algo tan elemental! Lo tacharán de cavernícolas, de pertenecer al siglo XIX. Y el mundo seguirá rodando, rodando. ¿Hacia qué?»[4].
Raúl Navarro Barceló
[1] Entrevista concedida por Benedicto XVI a los periodistas durante el vuelo hacia áfrica (17-03-2009).
[2] En la actualidad hay científicos que están apelando a que este mensaje de abstinencia se introduzca de manera prioritaria en las escuelas (McIlhaney JS, Am J Obstet Gynecol 2000;183:334-9).
[3] Cf. J. de Irala, Artículo Previene-te-conviene saber toda la verdad, Diario de Navarra (29-01-2002).
[4] J. L. Martín Descalzo, Razones, Salamanca 2001, pp. 1184-1186.