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Arte y Fe

La crucifixión de san Pedro y

Conversión de san Pablo camino de Damasco

  En 1600 Caravaggio recibe el encargo de representar, para una de las capillas de la iglesia de santa María del Popolo en Roma, a san Pedro y san Pablo, patronos de la ciudad. «La tradición cristiana ha considerado desde el principio a Pedro y Pablo como inseparables: juntos representan la totalidad del Evangelio. En Roma, la vinculación de ambos como hermanos en la fe recibe además otro significado totalmente concreto. Los cristianos de Roma los vieron como una réplica de la mítica pareja de hermanos a los que se atribuye la fundación de Roma: Rómulo y Remo» (J. Ratzinger).

 

  Lejos de escoger la iconografía estática tradicional (san Pedro con las llaves en la mano y san Pablo sujetando la espada con la que fue martirizado), Caravaggio escogió un instante preciso de sus vidas. A la derecha, vemos el comienzo de la historia de un apóstol (el instante de la conversión de Pablo) y, a la izquierda, el último momento de la vida de Pedro: su martirio. Ambas escenas encierran la dimensión de toda una vida apostólica. Hay que decir que las versiones originales de ambas pinturas fueron rechazadas.

 

 

  En el cuadro de la derecha, Conversión de san Pablo camino de Damasco, lo que más llama la atención es que el centro del cuadro no lo ocupa Pablo, sino el caballo del que éste ha caído. Esto le permite al artista ocultar el fondo y fijar la atención sobre el acontecimiento verdaderamente importante que está teniendo lugar en la parte inferior del cuadro. Pablo ha caído del caballo y yace tendido en tierra en un violento escorzo, arrinconado en la esquina inferior del cuadro, la más cercana al espectador. Consigue así abrir al espectador la misma perspectiva que contempla el apóstol. Con los ojos cerrados Pablo levanta los brazos hacia el cielo mientras escucha una misteriosa voz. 

 

  Pablo era un judío ferviente, que por amor a su religión perseguía a los cristianos. Aquel día se dirigía a Damasco para acabar con los seguidores de la secta cristiana, cuando en el camino le sorprendió una fuerte luz y escuchó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Pablo cayó a tierra y hasta pasados unos días no recuperó la visión.

 

  Para hacer sentir la violencia de la caída y de los extraños fenómenos que la provocaron, Caravaggio ocupa la mayor parte del cuadro con la reacción nerviosa del caballo de Pablo. Asustado por el estruendo y la luz, el animal levanta nervioso una de sus patas. El palafrenero intenta calmarle agarrándole con fuerza del bocado y tirando de él hacia abajo para que no se encabrite. Ocupado en su tarea, este hombre permanece totalmente ajeno al gran acontecimiento que está teniendo lugar.

 

  El artista quiso manifestar así que la llamada de Cristo es personal y sólo su destinatario puede percibirla por mucho que vaya acompañada de sucesos extraordinarios, capaces de llenar de espanto a una bestia de carga. 

 

 

  Centramos ahora nuestra atención en el cuadro de la izquierda: La crucifixión de san Pedro. Pedro sufrió martirio en Roma en tiempos del emperador Nerón en torno al año 64. Según la tradición, él mismo pidió a sus verdugos que colocaran su cruz boca abajo, porque se consideraba indigno de morir igual que Cristo. La crucifixión de san Pedro se había representado con anterioridad muchas veces, pero lo insólito del cuadro de Caravaggio consiste en captar el momento mismo del alzamiento de la cruz.

 

  Es propio del barroco representar la acción interrumpida en el momento de máxima tensión. En este caso el espectador sorprende a los verdugos en el instante en el que intentan levantar el peso del madero. Uno de ellos, puesto de espaldas, tira desesperadamente de una cuerda mientras otro agarra la cruz junto a los pies clavados del apóstol. Sus manos están enrojecidas y tiene las venas hinchadas por el esfuerzo que se refleja también en el ceño fruncido. El peso parece vencerles y un tercer verdugo tiene que ayudarles, sin tiempo para dejar la pala con la que estaba cavando, como si hubiera sido reclamado súbitamente. Se agacha para servir de apoyo con sus hombros, poniendo en tensión los tendones de las piernas. 

 

  La fuerte luz que ilumina la escena como un foco de teatro permite contrastar la carne blanquecina y el rostro sereno de Pedro con los pardos ropajes y la fealdad de sus ejecutores, que esconden sus rostros o los contraen en horribles muecas.

 

  En la esquina inferior izquierda se ven en primer plano los pies sucios de uno de los verdugos. Una fealdad acentuada por su indecorosa postura. Estos detalles escandalizaron a los contemporáneos del artista, poco acostumbrados a que elementos desagradables de la vida cotidiana se mezclaran con personajes venerables y escenas trascendentales como la crucifixión de un apóstol.

 

  En definitiva, estos dos cuadros ponen de manifiesto algunas de las características principales del estilo de Caravaggio: el protagonismo absoluto de la luz, la arriesgada originalidad de las composiciones y los temas, el naturalismo de sus personajes y su afán de que los cuadros entren por los sentidos y conmuevan al espectador. Pero también son una invitación a escuchar la llamada que Dios nos dirige a cada uno de nosotros y a responder a ella con fidelidad hasta el final de nuestras vidas, incluso con el martirio, si fuera necesario. 

 

 

El texto sigue fundamentalmente el comentario de una audioguía de la ciudad de Roma.

 

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