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Cuaresma: La alegría del desprendimiento

·          Empiezo con una anécdota que me contaba hace poco un sacerdote mejicano para explicarme el profundo sentido religioso que tiene la gente de su país. Este sacerdote salió un día de la parroquia a la calle cubierto con un abrigo, bien tapado por el frío. De repente en su camino se le cruzó un ladrón que le sacó una navaja y le pidió que le diera el dinero que llevaba. El sacerdote, al hacer el movimiento para sacar la cartera que llevaba en el bolsillo interior del abrigo, dejó entrever el alzacuellos y entonces el ladrón se percató de la identidad de su víctima. Inmediatamente le dijo: “Perdone, padrecito. No me había dado cuenta de que usted era un padrecito”.

El sacerdote en un intento de congratularse con el buen ladrón sacó un paquete de cigarros y le ofreció un pitillo. Para su sorpresa, el ladrón le contestó: “No, gracias padre. En cuaresma no fumo”.

            Efectivamente, el tiempo de cuaresma se caracteriza por ser un tiempo penitencial, de ofrecimiento de pequeños o no tan pequeños sacrificios. Dejar de fumar no es cosa fácil; y en ello nuestro buen ladrón mejicano tenía mucho mérito. Ahora bien, los sacrificios cuaresmales no tienen sentido por sí mismos, sino en la medida en que nos ayudan a transformar nuestro corazón, a convertirnos. El piadoso ladrón mejicano no había entendido esto muy bien.

·          En el mensaje de Cuaresma de este año 2018 el Papa Francisco habla precisamente de la necesidad de no dejar que nuestro corazón se enfríe, se haga de hielo, por nuestro egoísmo, envidia, soberbia, pereza, etc. En este sentido la cuaresma es una invitación a esforzarnos por caldear aquellos espacios de nuestro corazón que están más fríos.

            ¿Cómo? El otro día veía un video en Internet en el que un niño, él solo ante la cámara, hacía la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que practicas todos los días? Y advertía: Porque lo que practicas a diario es en lo que te volverás bueno. ¿Practicas la paz, la felicidad?

¿O practicas quejarte mucho? Porque, si te quejas, te volverás muy bueno en ello; tan bueno que encontrarás algo malo en cada cosa. Te convertirás en un quejica.

¿Practicas el enojo? Porque, si te enojas, te volverás muy bueno en ello; tan bueno que cualquier cosa pequeña o trivial te enojará. Te convertirás en un gruñón.

¿Practicas levantarte tarde y dejar las cosas para más tarde? Porque, si lo haces te volverás muy bueno en ello; tan bueno que no harás nada interesante. Te convertirás en un perezoso.

El niño acababa el video invitando a practicar la alegría, que es en lo que realmente merece la pena ser bueno. Precisamente a eso nos invita la cuaresma: a vivir la alegría. 

- Vivir la alegría de la oración, es decir, del diálogo y la comunicación con Dios, compartir gratitud, deseos, preocupaciones y proyectos con Dios; esponjar nuestro corazón, hacerlo grande para que coja en él mucha gente. Hay alegría en ello.

Permitidme que os ofrezca un ejemplo de oración en este sentido. La encontré escrita en un libro que hay a la entrada del oratorio de la Clínica de la Universidad de Navarra. Iba yo a escribir algo y no pude vencer la tentación de leer lo que otros habían escrito antes. Por el tipo de letra y las deficiencias gramaticales del autor, éste debía de ser un niño de unos 10 años. Había escrito lo siguiente: «Gracias Dios mío, por que ha salido bien la operación de mi hermano y que se recupere y haga una vida normal, que mis padres no sufran lo de él y vivan tranquilos y en paz. Dame tu luz Señor y tu amor para ponerme bien y poder ayudar a los demás, no quiero que pienses en ordenes mias sino suplicas que quiero que oigas y podre ser algo de ayuda para ti tambien en la tierra hacia los demas. Quiero tener mi salud en equilibrio y mis demas amistades que la tengan tambien. Un saludo y un abrazo pa ti. Padre del cielo gracias por oirme. Que Dios nos bendiga. Vicente. 20-1-2007». Quizás ahora uno entienda mejor porqué el Señor dijo aquello de que para entrar en el reino de los cielos hacía falta hacerse como niño (Mc 10,14s).

- La cuaresma nos invita a vivir la alegría del ayuno, es decir, de saber privarme de recibir o hacer algo que me apetece para que pueda comprender mejor a otros que padecen dificultades y privaciones. Hay alegría en ello.

Angelo Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII, era un enamorado de la radio. Tanto que su afición —decía él— se volvió peligrosa. Porque por las noches se acostaba más tarde de lo debido, so pretexto de que debía estar informado de lo que sucedía por el mundo, y por las mañanas, le costaba levantarme. Cuando tomó conciencia de lo apegado que estaba al invento, ¿qué hizo? Regalarlo a un hospital [1]. Quizás también nosotros tengamos alguna “afición nocturna”: whatsapp, Facebook, Twitter, etc. que nos esté dominando y a la que convendría ponerle freno.

- La cuaresma nos invita a vivir la alegría de la limosna, es decir, el gozo de compartir lo que tenemos con los demás, no dando de los retales que nos sobran, sino de aquello que realmente es nuestro y sentimos que es valioso. Hay alegría en ello.

Puede parecer extraño, pero como enseña san Pablo a los cristianos de Mileto, recordando unas palabras de Jesús, «hay más dicha en dar que en recibir» (Act 20,35). El camino espiritual que conduce a la belleza, la alegría, la libertad y el amor se alcanza por medio de un largo trabajo de desprendimiento… de nuestro egoísmo, de nuestra pereza, de nuestra comodidad, etc. La persona que no aprende que el amor lleva consigo más de sacrificio que de sentimentalismo no logrará nunca establecer una relación adecuada; tampoco nadie puede pretender vivir en libertad llevando consigo el desorden de la envidia o la lujuria; como nadie puede encontrar la paz si no pelea contra la ira que nace en su corazón.

            Quien aprende a vivir el espíritu cuaresmal de desprendimiento y generosidad comprobará la alegría de la pascua en su propia vida. En cambio, quien por miedo se aferra a lo poco o lo mucho que tiene, no puede recibir y disfrutar de un regalo mejor.

Eso me recuerda la anécdota de una madre que rezaba junto a su hijo todas las noches antes de dormir. Contaba la madre que utilizaba un pequeño truco para que el niño no se aprendiera la oración de carrerilla y la dijera sin pensar. Ella hablaba primero y el niño repetía, pero intentaba cambiar un poquito aquello que decía cada noche. Una noche la madre dijo: «Jesús, te ofrezco toda mi vida y todo mi corazón»; y el niño repetía lo que la madre decía. A continuación la madre dijo: «Te ofrezco también mi osito de peluche», pero ya no pudo continuar, porque el niño respondió: «¡No, mamá, eso, no!».

Fijaros: El niño era capaz de ofrecer al Señor su vida entera, su corazón… pero el osito de peluche no [2]. Quizás también a nosotros nos puede pasar algo parecido. Movernos en el ámbito de lo abstracto siempre es fácil. Lo complicado es aceptar el sacrificio de lo concreto, el desprendimiento de algo muy concreto, porque no confiamos en que Dios sea capaz de llenar nuestras manos. Pero sí que lo es y mucho más de lo que podamos imaginar.

·          Este tiempo de cuaresma es para cada uno de nosotros una invitación a superar los miedos y las dudas que a veces aparecen en la vida. Una invitación a vivir la audacia de la fe y la generosidad que tuvieron los santos para sembrar en este mundo la semilla del amor, el trabajo y el perdón; un tiempo que nos invita a multiplicar nuestros talentos y calentar las zonas heladas de nuestro corazón, para tener alegría y alcanzar así, al final de la vida, el destino que un día recibimos con el bautismo: la dicha del cielo. Así sea.

Raúl Navarro Barceló

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[1] Cf. J. L. Olaizola, Juan XXIII. Una vocación frustrada, Madrid, 2001, pp.135s.

[2] Cf. P. Domínguez, Ejercicios espirituales con el Padrenuestro. La oración de Jesús, Madrid 2011, pp.107s.

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