La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
¿Por qué cambia la fecha de la Semana Santa?
· Todos sabemos que un nuevo año comienza el 1 de enero y termina el 31 de diciembre. En un determinado momento de la historia de Occidente estos días se fijaron como fechas de inicio y fin del año y nos sirven a todos como referencia temporal.
En el ámbito litúrgico, sin embargo, el inicio y final del calendario que marca las celebraciones y festividades de la Iglesia no viene fijado respecto a dos de sus días concretos. Por así decir, no existen fechas equivalentes al 1 de enero o 31 de diciembre. La tradición litúrgica de la Iglesia viene marcada por el concepto de ciclo: cada día retorna de nuevo anualmente, pero el hecho de dónde o en qué fecha comience o acabe ese ciclo no es relevante [1]. No hay un primer día del año litúrgico, sino un primer domingo (primer domingo de adviento, se llama), que un año coincidirá con el 27 de noviembre, otro con el 30 del mismo mes o con el 1 de diciembre, etc.
Como en el ámbito civil, el ritmo de la liturgia es también semanal y el domingo es punto de referencia de la semana. Sin embargo, ese ritmo semanal, que va bañando todo el curso anual, «recibe su referencia a cada año no por un punto inicial o final, sino por un centro en el sentido de relieve señero, por un domingo, que es, más que todos los otros, recuerdo de la resurrección, por el domingo de los domingos, la Pascua»[2]. Como cabe deducir fácilmente, ese domingo pascual no coincide con una fecha fija, sino que es movible y con él lo es la estructura del año litúrgico.
· La pregunta que surge inmediatamente es: ¿Cómo se determina o fija cada año la fecha del Domingo de Pascua, el foco central del año litúrgico? Lo cierto es que esta cuestión no fue un asunto baladí en la historia de la Iglesia y llevó consigo algunas de las disputas más tensas entre cristianos de los primeros siglos[3]. Veamos por qué.
Cuando se quiere hacer una conmemoración anual de un determinado acontecimiento ocurrido en una fecha determinada se puede optar por escoger como referencia:
- O bien la fecha del mes en el que sucede dicho acontecimiento, independientemente del día de la semana en el que éste ha ocurrido (de acuerdo con los evangelios, Jesús murió el 14 de Nisán, fecha en que comenzaba la Pascua judía. Dado que el mes hebreo de Nisán se corresponde con la segunda mitad de marzo y la primera de abril, el día 14 se encontraría alrededor de los últimos días de marzo);
- O bien el día de la semana en el que éste ha ocurrido, independientemente del día o fecha del año, aunque lógicamente lo más próxima ésta[4]. En el caso de la Pascua cristiana esta última opción fue la seguida por la mayoría de las iglesias particulares: se tomaba así como referencia el día de la semana del domingo, día de la resurrección del Señor, como referencia principal.
Con el deseo de dar una solución final a la diversidad de fechas en la celebración del domingo de Pascua y unificar dicha celebración para toda la Iglesia, el Concilio de Nicea (a. 325) dictaminó su celebración bajo estas premisas:
- La Pascua ha de celebrarse siempre en domingo, ya que Cristo resucitó en la madrugada del primer día de la semana (Mt 28, 1; Mc 16, 2. 9, Lc 24, 1; Jn 20, 1)[5].
- Siempre después del equinoccio de primavera. Para no celebrar dos veces la Pascua en el mismo año.
- Y nunca coincidiendo con la celebración judía, que tenía lugar, independientemente del día de la semana, el primer plenilunio o luna llena de primavera[6]. De esta manera se evitarían paralelismos o confusiones entre ambas religiones. Si la Pascua judía cayese domingo, la cristiana se retrasaría una semana.
Con estas premisas resulta la regla, vigente hasta hoy, de que la Pascua se celebre el domingo siguiente a la primera luna llena tras el equinoccio de marzo o vernal. Así pues, la fecha de la Pascua queda comprendida entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
· Hay que señalar que en la época del concilio de Nicea los cálculos astronómicos no eran exactos y había divergencias entre los astrónomos de cada lugar a la hora de determinar las fechas. Así pues, si bien el concilio consiguió fijar que la celebración tuviera lugar siempre un domingo, en cambio, se tardaría siglos todavía en lograrse una unidad de fecha para todo el orbe cristiano. Fue Dionisio el Exiguo, quién en 525 logró convencer a los romanos de las ventajas del cómputo alejandrino y poco a poco éste fue extendiéndose a toda Italia y con ello unificándose al fin el cálculo de la pascua cristiana[7]. A él se debe también el cálculo del nacimiento de Cristo, y la introducción de la era cristiana, aunque cometió un error en el cálculo de esa fecha.
· Finalmente, debemos señalar que la importancia señera de la Pascua anual trajo consigo, por un lado, el desarrollo de un tiempo de preparación de 40 días: la cuaresma; y por otro, la prolongación de la fiesta durante 50 días, con el final brillante de la fiesta de Pentecostés.
Raúl Navarro Barceló
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[1] Cf. J. Pascher, El año litúrgico, Madrid 1965, p. 15.
[2] Idem, p. 36.
[3] A finales del siglo II, por ejemplo, esta controversia hizo que el Papa Víctor (189-199) estuviese dispuesto a excomulgar a los obispos de Asia Menor que seguían la costumbre judía de celebrar la Pascua de modo fijo el día 14 del mes de Nisán (mes que en nuestro calendario coincide con parte de marzo y parte de abril); fecha en la que tuvo lugar la cena pascual, aunque este día no coincidiera en domingo. Lo más probable es que estos cristianos celebrasen una Pascua cristiana con un sentido de memorial de la muerte del Señor, más que de su resurrección. El día 14 de Nisán, independientemente del día de la semana que fuera, ellos celebrarían la memoria anual de la pasión; y al domingo siguiente, la memoria semanal de la resurrección. Pero no se establecía nexo alguno entre los dos días. A los partidarios de esta tendencia se les llamó: cuartodecimanos (del latín quarto decimo die).
Hay que tener presente que hasta el advenimiento del emperador Constantino no existe un local para las celebraciones cristianas con capacidad para reunir a todos los fieles de una misma ciudad. Los cristianos se reúnen siguiendo un criterio de afinidad, por grupos étnicos o lingüísticos en torno a un presbítero, para recibir enseñanzas o para una celebración. En este contexto, la falta de unidad en torno a la celebración de la Pascua podía hacer que en la misma ciudad de Roma se diese la existencia de comunidades cristianas en las sus miembros estaban ayunando como preparación para la Pascua mientras que otros ya estaban celebrando la alegría pascual.
[4] Cf. J. Pascher, o. c., pp. 38s. Los cuartodecimanos optaron por conmemorar la fecha y dieron más importancia a la pasión del Señor, pues de otro modo hubieran escogido el 16 de Nisán. Los otros dieron más importancia a la resurrección, ya que de lo contrario hubieran escogido el viernes y no el domingo.
[5] Los cuatro evangelistas coinciden en situar la última cena en un jueves y la muerte de Jesús en un viernes. Pero, mientras los tres sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) hacen coincidir ese jueves con el día de la Pascua (14 de Nisán) y la muerte, consiguientemente, en el día siguiente a la Pascua; el evangelista Juan señala que ese año la Pascua caía viernes y, en consecuencia, Jesús habría celebrado la cena pascual un día antes de lo prescrito por la ley judía, en «el día de la Preparación de la Pascua» (la parasceve) (Jn 19, 14): el 13 de Nisán.
[6] El mes en el calendario hebreo se basa en el ciclo que cumple la Luna al circunscribir por completo una vuelta a la Tierra, captando el ojo humano desde nuestro planeta 4 diferentes estadios principales de la Luna, a saber: Luna nueva, Cuarto creciente, Luna llena o plenilunio, y Cuarto menguante. Tal ciclo dura aproximadamente 29 días y medio.
«En tiempos de Jesús se fijaba el comienzo del mes por la comprobación empírica del novilunio. La luna nueva, como se sabe, es invisible; lo que es visible es el cuarto creciente que, a modo de hilo brillante, aparece uno o dos días después de la luna nueva en el hemisferio oeste poco después de la puesta del sol. La comisión sacerdotal del calendario se reunía al atardecer del día 29 de cada mes y esperaba a los testigos que pudieran dar fe, bajo juramento, de haber visto el primer cuarto creciente. Si antes de que aparecieran las estrellas comparecían al menos dos testigos fidedignos, quedaba proclamado el nuevo mes» (J. Jeremias, La Última Cena, Madrid 22003, pp. 43s).
El mes de Nisán es el primero del año. Con el correr de los días, crece paulatinamente la parte iluminada de la Luna que se aprecia desde la Tierra, hasta llegar al plenilunio que marca exactamente la mitad de mes. A partir de ahí, vuelve la Luna a menguar con el discurrir de los días, hasta desaparecer por completo, culminando también del mismo modo el mes del calendario hebreo.
[7] En el siglo XVI, el mundo occidental adoptaría algunos cambios en su calendario (calendario gregoriano), que no fueron adoptados por las Iglesias orientales (calendario juliano), separadas ya por entonces de Roma. En la actualidad, debido a esa diferencia de calendarios, la fecha de Pascua varía y sólo en algunas ocasiones logran coincidir. «En el siglo XV, el equinoccio había retrocedido ya al 11 de marzo, mientras el calendario seguía señalando el 21 de marzo. El Papa Gregorio XIII llevó a cabo una reforma en el 4 de octubre de 1582, e hizo que al 4 de octubre siguiera inmediatamente el 15, y dispuso para lo futuro los bisiestos de tal forma que, cada cuatro años, se intercalara, como en el calendario juliano, un año bisiesto, pero que se omitiera en los años seculares, a no ser que el número del siglo sea divisible por cuatro, como 1600 o 2000». J. Pascher, o. c., p. 42.