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Origen y sentido del Tiempo de Adviento

    Durante todo el año la Iglesia celebra los misterios de la fe en lo que llamamos año litúrgico. La Navidad y la Pascua, el misterio del nacimiento y el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, son los dos focos sobre los que se enraíza el año litúrgico. A la Navidad le precede el tiempo de Adviento y le sigue la fiesta de la Epifanía (espera y manifestación, respectivamente); la Pascua está a su vez flanqueada por el tiempo de Cuaresma y la fiesta de Pentecostés. Nos centraremos ahora en el tiempo litúrgico de Adviento.

 

 

       Origen del tiempo de adviento

·      El origen del tiempo de Adviento es un tanto oscuro. Es el ciclo de tiempo más reciente en constituirse dentro del año litúrgico[1]. De lo que hay constancia es de que «un período de preparación para las fiestas de Navidad y Epifanía, con prácticas ascéticas vinculadas a la administración del bautismo en dichas solemnidades era ya conocido en las iglesias de las Galias e Hispania durante las últimas décadas del siglo IV. Sin embargo, las primeras noticias acerca de la celebración del tiempo litúrgico de Adviento se encuentran a mediados del siglo VI, en la iglesia de Roma. Según parece este Adviento romano comprendía al inicio seis semanas, aunque muy pronto, durante el pontificado de Gregario Magno (590-604), se redujo a las cuatro actuales»[2].

 

El sacramentario gregoriano (s. VI-VII) es uno de los primeros códices que contiene ya algunas alusiones al tiempo de Adviento: unas pocas oraciones para este ciclo. Pero situadas no al inicio del año, sino casi como a manera de apéndice al final del ciclo. Seguramente se trata de los primeros conatos de organizar un tiempo litúrgico que, en sus orígenes por lo menos, orienta este tiempo de adviento como conclusión del ciclo litúrgico que revive la historia de la salvación desde el nacimiento de Cristo hasta su venida –su adviento– al final de los tiempos.

 

            Recientemente el Concilio Vaticano II enriqueció notablemente el sentido bíblico de las celebraciones de este tiempo del año litúrgico y subrayó también esta visión de conclusión destacando la venida última del Señor dentro del período de adviento: «En el ciclo del año se desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor (el Adviento)» (SC 102).

 

 

 

          Sentido

 

·       El sentido o significado de este tiempo litúrgico es bastante rico. Buena prueba de ello es el hecho de que el término latino adventus traduce no uno sino dos vocablos griegos: parusía y epifanía. Estos eran dos términos bastante frecuentes en el lenguaje habitual de la época en que nace el cristianismo. La palabra epifanía se usaba para designar la llegada o entrada solemne del emperador cuando visitaba las ciudades de su imperio; mientras que parusía se usaba para designar la presencia del emperador, rodeado de su séquito, ante el pueblo.

 

Así pues, su significado está emparentado, pero no eran conceptos totalmente sinónimos. El Nuevo Testamento incorporó estos dos vocablos al vocabulario cristiano, adoptándolos a la nueva realidad evangélica y los vertió al latín con un único vocablo: adventus, que significaba tanto la venida o visita del Señor como su presencia en medio del pueblo. La palabra epifanía por su parte se conservó parcialmente en su griego original para designar, como todos saben, una de las fiestas del ciclo navideño (6 de enero).

 

 

            Así explicaba J. Ratzinger los diferentes sentidos que tiene hoy día para los cristianos la palabra Adviento.

 

-       Es una palabra «que traducimos al español como «presencia, llegada». En el lenguaje del mundo antiguo, «Adviento» era un término técnico que servía para designar la llegada de un funcionario, en especial de reyes o emperadores, a alguna zona de provincia. También podía designar la venida de la divinidad, que sale de su ocultamiento y demuestra su presencia o cuya presencia es celebrada solemnemente en el culto.

 

Los [primeros] cristianos asumieron esa palabra para expresar su relación especial con Jesucristo. Para ellos, Cristo es el rey que ha venido a la pobre provincia de la tierra y que regala a la tierra la fiesta de su visita. Él es Aquel cuya presencia en la asamblea litúrgica es objeto de su fe. Con la palabra «Adviento», los cristianos queremos decir, en sentido muy general: Dios está presente. Él no se ha retirado del mundo. No nos ha dejado solos. Aun cuando no lo veamos ni podamos tocarlo físicamente como se tocan las cosas, está presente y viene a nosotros de múltiples maneras»[3].

 

-        El Adviento es una llamada al encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que está inserto en lo más íntimo del hombre; que profetizaron los profetas, se hizo realidad en Cristo y espera su realización en plenitud en el cielo. Por eso, al mismo tiempo que en la liturgia de la palabra preparamos el nacimiento de Cristo en Belén con las lecturas proféticas, los evangelios nos hablarán también de la Parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo a la tierra, del misterio del final de los tiempos[4]. Los Padres de la Iglesia decían que también el Adviento recuerda la venida diaria de Jesús en la Eucaristía y su venida continua al corazón de los justos.

 

«Un segundo elemento fundamental del Adviento es la espera, que es al mismo tiempo esperanza. Con ello, el Adviento representa lo que constituye el contenido (y sentido) del tiempo cristiano y de la historia en general. (…) El hombre es en su vida un ser que espera»[5].

 

«Hay modos muy diferentes de esperar.

 

Cuando el tiempo no está lleno por sí mismo de una presencia con sentido, la espera se hace insoportable. Si sólo podemos dirigir nuestras expectativas a alguna cosa situada en el porvenir, mientras que en el ahora no hallamos nada en absoluto; si el presente permanece completamente vacío, cada segundo se hace demasiado largo. Del mismo modo, la espera es una carga demasiado pesada cuando es totalmente incierto si acaso podemos esperar algo.

 

Pero si el tiempo en sí mismo tiene sentido, si en cada momento se esconde algo propio y valioso, la alegría anticipada de algo aún mayor que está por venir hace aún más valioso el presente y nos impulsa como una fuerza invisible más allá de los momentos. Justamente a vivir este tipo de espera quiere ayudarnos el Adviento: es la forma propiamente cristiana de esperar y tener esperanza.

 

Pues los regalos de Jesucristo no son puro futuro sino que se insertan en el presente. Él está ocultamente presente ya ahora: me habla de múltiples maneras –por la Sagrada Escritura, por el año litúrgico, por los santos, por ciertos acontecimientos de la vida cotidiana, por la creación entera, que, si él está detrás de ella, se ve de forma diferente que si estuviese envuelta por la niebla de un origen y un futuro inciertos–. Puedo dirigirle la palabra, puedo presentarle mi queja, mi lamento, puedo exponerle mi dolor, mi impaciencia, mis preguntas, consciente de que su escucha está siempre presente.

 

Si él existe, no hay tiempo carente o vacío de sentido. Entonces, cada momento es en sí mismo valioso aun cuando yo no pueda hacer otra cosa que soportar calladamente mi enfermedad. Si él existe, queda siempre algo por esperar allí donde otros no pueden darme esperanza alguna»[6].

 

-      Finalmente, «el Adviento no es solamente el tiempo de la presencia y de la espera del Eterno. Justamente porque es ambas cosas a la vez, es también y de manera especial un tiempo de alegría, y de alegría interiorizada que el sufrimiento no puede erradicar.

 

Tal vez pueda entendérselo de la mejor manera si se contempla en profundidad el contenido interior de nuestras costumbres de Adviento. Casi todas ellas hunden sus raíces en palabras de la Sagrada Escritura que la Iglesia utiliza durante ese tiempo en la oración. El pueblo creyente ha traducido en ellas (en esas costumbres) de alguna manera la Escritura a lo visible.

 

Por ejemplo, en el salmo 96 se encuentra la frase: «Que dancen de gozo los árboles del bosque, delante del Señor que hace su entrada». La liturgia ha ampliado la idea relacionándola con otras que hay en los salmos y formando así la frase: «Montes y colinas cantarán alabanzas en la presencia de Dios, y batirán palmas todos los árboles del bosque, porque viene el Señor, el Soberano, a ejercer su señorío eternamente».

 

(Pues bien) Los adornados árboles del tiempo de Navidad no son más que el intento de hacer que esa frase se convierta en una verdad visible: el Señor está presente —así lo creían y lo sabían nuestros ancestros—; por tanto los árboles deben ir a su encuentro, inclinarse ante él, convertirse en alabanza de su Señor. Y, fundados en la misma certeza de fe, esos ancestros nuestros hicieron que también fuesen verdad las palabras que refieren el canto de los montes y colinas: ese canto que ellos entonaron sigue resonando hasta nuestros días y nos permite presentir algo de la cercanía del Señor —la única que podía regalar al ser humano sones semejantes—»[7].

 

-           Así pues, el adviento es un tiempo de piadosa y alegre esperanza, porque se fundamenta en la realidad de la Encarnación del Hijo de Dios; pero también de llamada a la conversión, a las buenas obras, recordándonos nuestra vocación para la vida eterna, nuestra condición de peregrinos hacia la puerta celeste. El primer domingo de adviento comienza presenta la siguiente oración colecta: «Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcamos poseer el reino eterno».

 

 

·      Estas diversas y complementarias actitudes quedan simbolizadas a través de las tres grandes figuras o personajes del Adviento: Isaías, Juan el Bautista y María, junto a los que revivimos la espera vigilante, gozosa y esperanzada del Salvador. Isaías nos llena de esperanza en la venida de Cristo, que nos traerá la paz y la salvación[6]. San Juan Bautista nos invita a la penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya purificada y limpia, al Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para nosotros ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida. Del mismo modo que en un hogar que espera un nacimiento se respira un clima de alegría serena y respetuosa, y se rodea y se festeja a la que va a ser madre; así también la iglesia, en este tiempo de adviento, al fijar la mirada en Cristo, el esperado, no deja de contemplar sonriente y expectante a María, su madre, nuestra madre.

 

 

 

            Celebración

 

·           En los aspectos más externos el paso al tiempo de Adviento queda significado en las celebraciones litúrgicas mediante el uso del color morado (a excepción del tercer domingo o domingo gaudete en el que se usa el rosa, como señal de alegría, ya que el nacimiento de Cristo está cerca) o en la sobriedad de los adornos. El morado es un color austero que invita a la reflexión y a la meditación del misterio que celebraremos en la Navidad.

 

            En otros ámbitos los cambios aparecen principalmente en: a) el sistema de lecturas (en la misa y en el oficio de lectura de la última semana de este ciclo) se pasa de la lectura continuada a la antología de textos bíblicos seleccionados; b) los himnos de Vísperas, Laudes y Oficio de lectura que, de muy variados y apropiados sólo a la hora, pasan a ser más repetitivos y propios del tiempo; c) los cantos de la misa deben resultar verdaderamente apropiados al tiempo de Adviento; d) en la misa dominical no se dice el Gloria, cuyo comienzo evoca las palabras de los ángeles ante la gruta de Belén, acontecimiento que esperamos expectantes a que tenga lugar en la Nochebuena.

 

            Últimamente se ha extendido en todos los países la costumbre de colocar en el presbiterio una corona de Adviento. Formada por ramitas de pino (símbolo de vida) y cuatro velas que se enciende sucesivamente (una por cada domingo de Adviento), simboliza nuestro gradual caminar hacia el pesebre, donde nos encontraremos con la verdadera Luz del mundo: Cristo. Simboliza también nuestro crecimiento en la fe, luz de nuestros corazones, y fuente de paz y alegría. En cierto modo podríamos decir que el tiempo de Navidad más que concluir el tiempo de Adviento lo intensifica con las fiestas de Navidad y Epifanía, presencia y manifestación más plena del Señor.

 

 

           

      La buena noticia que debemos transmitir

 

            El Adviento, pues, nos recuerda que la presencia de Dios es ya una realidad, pero al mismo tiempo no ha alcanzado su plenitud. Nosotros, los creyentes, llenos del gozo de la Buena Noticia, del Evangelio, tenemos la hermosa misión de hacer presente a Dios en el mundo por medio de nuestra fe, esperanza y amor. La luz de Cristo debe iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos cada uno de nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. La noche santa de Belén es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo. No hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia que ha aparecido en Cristo.

 

 

Raúl Navarro Barceló      

___________

 

[1] El Papa san León Magno (+460), que fue un célebre predicador de los misterios del año litúrgico y tiene sermones para Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pascua, Pentecostés e incluso para las grandes fiestas del santoral, nunca se refiere al Adviento. Por otro lado, los antiguos Sacramentarios no inician tampoco el año litúrgico con el tiempo de Adviento, sino con las celebraciones de Navidad.

[2] J. L. Gutiérrez – J. A. Abad, Nuevo Misal Popular Iberoamericano, I, Pamplona 1995, p. 4.

[3] J. Ratzinger, La bendición de la Navidad. Meditaciones, Barcelona 2007, pp. 15s.

[4] Las primeras semanas del Adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose hacia la Parusía final; en la última semana, en cambio, a partir del 17 de diciembre, la liturgia centra su atención en torno al acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado sacramentalmente en la fiesta.

[5] J. Ratzinger, o. c., Barcelona 2007, p. 19.

[6] Idem, pp. 21s.

[7] Idem, pp. 23s.

[8] «Así dice el Señor: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. Me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza» (Is 43, 18-21).

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