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Origen, desarrollo y sentido del

Tiempo de Navidad

·    Durante todo el año la Iglesia celebra los misterios de la fe en lo que llamamos año litúrgico. La Navidad y la Pascua, el misterio del nacimiento y el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, son los dos focos sobre los que se enraíza el año litúrgico. A la Navidad le precede el tiempo de Adviento y le sigue la fiesta de la Epifanía (espera y manifestación, respectivamente); la Pascua está a su vez flanqueada por el tiempo de Cuaresma y la fiesta de Pentecostés. Es evidente la estrecha relación entre los dos grandes misterios de la fe: la Pasión-Glorificación y la Encarnación, ya que para morir es necesario haber nacido antes.

·           Hablando de la navidad, el beato John Henry Newman escribió: «Éste es el tiempo de la inocencia, de la pureza, de la amabilidad, de la ternura, de la alegría, de la paz. Es un tiempo en el que toda la Iglesia aparece vestida de blanco, con su traje bautismal, con aquellas resplandecientes y luminosas vestiduras que llevará en el monte santo.

 

En otros tiempos litúrgicos Cristo viene con ropas teñidas de sangre, pero ahora viene a nosotros revestido de serenidad y de paz y nos manda que nos alegremos en Él y que nos amemos unos a otros. Ahora no hay lugar para la tristeza, para la envidia, para las preocupaciones, para los vicios, para los excesos o para la disipación. Éste no es tiempo para las comilonas o borracheras, ni lujuria ni desenfreno, ni riñas ni pendencias, como dice el Apóstol; es tiempo para revestirnos de Cristo, que no conoció el pecado ni hubo engaño en su boca.

 

Ojalá que cada nueva Navidad nos encuentre cada vez más parecidos a quien, en este tiempo, se ha hecho niño por amor a nosotros; que cada nueva Navidad nos encuentre más sencillos, más humildes, más santos, más caritativos, más resignados, más alegres, más llenos de Dios»[1].

 

Ojalá, efectivamente, que la navidad nos encontrara a cada uno de nosotros dispuestos a acunar a Cristo en nuestros corazones con estas buenas disposiciones. A ello precisamente nos invita la Iglesia a través de este tiempo litúrgico que ella celebra desde el siglo IV.

 

 

 

       Origen, Sentido y Desarrollo

 

·        Precisamente, para conocer mejor qué es la navidad, quizás lo mejor sea recordar cómo surge su celebración en el seno de la Iglesia. Veamos cómo lo explicaba el cardenal J. Ratzinger en uno de sus libros: Imágenes de la esperanza. Itinerarios por el año litúrgico.

 

-           «El año litúrgico de la Iglesia se ha desarrollado ante todo, no desde la consideración del nacimiento de Cristo, sino desde la fe en su resurrección. Por tanto, la fiesta originaria de la cristiandad no es la Navidad, sino la pascua. Pues de hecho, sólo la resurrección ha fundamentado la fe cristiana y ha hecho existir a la Iglesia. Por eso, ya Ignacio de Antioquía (muerto como muy tarde el 117 d. de C.) llama a los cristianos aquellos que ya no guardan el sábado, sino que viven según el día del Señor»: ser cristiano significa vivir pascualmente, desde la resurrección, que se conmemora en la semanal celebración pascual del domingo».

 

De la fecha concreta del nacimiento de Jesús no tenemos constancia. Antes bien, podemos hablar de un nacimiento que pasó desapercibido para la mayoría de sus contemporáneos y que sin embargo, ha sido tomado como computo para narrar la historia de la humanidad en una parte muy importante del planeta. La historia de nuestra civilización se divide en el antes y el después de Jesucristo.

 

«Seguramente –retomamos las palabras de J. Ratzinger–, el primero en afirmar que Jesús nació el 25 de diciembre fue Hipólito de Roma, en su comentario a Daniel, escrito más o menos en el año 204 d. de C.; el antiguo exegeta de Basilea Bo Reicke remitía además al calendario de fiestas, según el cual en el evangelio de Lucas los relatos del nacimiento del Bautista y del nacimiento de Jesús están referidos uno al otro. De esto se seguiría que ya Lucas en su evangelio presupone el 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús. En este día se conmemoraba por aquel entonces la fiesta de la dedicación del templo introducida en el año 164 a. de C. por Judas Macabeo[2]; de ese modo, la fecha del nacimiento de Jesús simbolizaría al mismo tiempo que con él, que apareció como luz de Dios en la noche invernal, tenía lugar la verdadera dedicación del templo: la llegada de Dios en medio de esta tierra.

 

Sea como fuere, la fiesta de Navidad no adquirió en la cristiandad una forma clara hasta el siglo IV[3], cuando desplazó la festividad romana del dios solar invicto[4] y enseñó a entender el nacimiento de Cristo, como la victoria de la verdadera luz; sin embargo, por las anotaciones de Bo Reicke ha quedado patente que, en esta refundición de una fiesta pagana en una solemne festividad cristiana, se asumió una ya antigua tradición judeo-cristiana». Luego, la extendida idea de "los orígenes paganos de la Navidad" es una idea sin fundamento histórico; uno de los muchos mitos anticristianos que se han desarrollado en los últimos siglos. 

 

 

-           Ciertamente, el siglo IV es clave en la estructuración del año litúrgico. En este siglo la celebración litúrgica del nacimiento del salvador adquiere una forma clara, prácticamente de modo simultáneo en Occidente —Navidad— y en Oriente —Epifanía—.

 

Inicialmente ambas celebraciones poseían un idéntico sentido teológico: la manifestación (teofanía) en Cristo de la divinidad a través de su humanidad. Pero, a raíz del contacto entre estas dos fiestas, entre finales del s. IV y primeras décadas del s. V, comenzaron a distinguirse: la fiesta de Navidad se reservó para conmemorar el misterio del nacimiento del Señor, mientras que la Epifanía recordaba las demás manifestaciones de Cristo, entre las que, según distintas tradiciones, se incluyeron, además de la manifestación al mundo —simbolizado en los Magos—, el Bautismo —manifestación de su filiación divina— y la memoria de Caná de Galilea —manifestación del poder de su gloria—.

 

 

-           «El especial calor humano de la fiesta de Navidad nos afecta tanto, que en el corazón de la cristiandad ha sobrepujado con mucho a la pascua. Pues bien, en realidad ese calor se desarrolló por primera vez en la Edad Media; y fue Francisco de Asís quien, con su profundo amor al hombre Jesús, al Dios con nosotros, ayudó a materializar esta novedad. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, cuenta en la segunda descripción que hace de su vida lo siguiente: «Más que ninguna otra fiesta celebraba la Navidad con una alegría indescriptible. Decía que era la fiesta de las fiestas, pues en este día Dios se hizo niño pequeño, y mamó leche como todos los niños. Francisco abrazaba —¡con cuánta ternura y devoción!— las imágenes que representaban al Niño Jesús, y balbuceaba lleno de piedad, como los niños, palabras tiernas. El nombre de Jesús era en sus labios dulce como la miel».

 

De tales sentimientos surgió, pues, la famosa fiesta de Navidad de Greccio [año 1223], a la que podría haberle animado su visita a Tierra Santa y al pesebre de Santa María la Mayor en Roma; lo que le movía era el anhelo de cercanía, de realidad; era el deseo de vivir Belén de forma totalmente presencial, de experimentar inmediatamente la alegría del nacimiento del Niño Jesús y de compartirla con todos sus amigos.

 

De esta noche junto al pesebre habla Celano, en la primera biografía, de una manera que continuamente ha conmovido a los hombres y, al mismo tiempo, ha contribuido decisivamente a que pudiera desarrollarse la más bella tradición navideña: el pesebre. Por eso podemos decir con razón que la noche de Greccio regaló a la cristiandad la fiesta de la Navidad de forma totalmente nueva, de manera que su propio mensaje, su especial calor y humanidad, la humanidad de nuestro Dios, se comunicó a las almas y dio a la fe una nueva dimensión. La festividad de la resurrección había centrado la mirada en el poder de Dios, que supera la muerte y nos enseña a esperar en el mundo venidero. Pero ahora se hacía visible el indefenso amor de Dios, su humildad y bondad, que se nos ofrece en medio de este mundo y con ello nos quiere enseñar un género nuevo de vida y de amor»[5].

 

 

-           La reforma litúrgica promovida por el Vaticano II ha conservado sustancialmente, si bien enriquecida, la estructura celebrativa del tiempo de Navidad[6].

 

 

 

            Celebración

 

·           Este tiempo litúrgico celebra el encuentro entre Dios y el hombre a través de tres momentos de particular relieve, que se reviven en tres grandes celebraciones:

 

            - La primera de ellas ocurre durante la noche del 24 al 25 de diciembre, en la celebración de la misa de Gallo, con la que se inicia la Navidad. Esa noche se celebra el nacimiento de Jesús en Belén, el cumplimiento de la promesa mesiánica que Dios había realizado al mundo a través de su pueblo Israel. Celebramos el misterio por el que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser hijo de Dios. Misterio que la liturgia prolonga durante ocho días, que forman la octava de Navidad.

 

            - La segunda de ellas es la celebración de la fiesta de la epifanía (manifestación), más conocida como el día de los Reyes Magos. Es un día de gran significado teológico (especialmente vivido en las iglesias cristianas orientales), ya que en ese día se hace memoria de la manifestación de Dios al mundo entero simbolizado en los tres sabios procedentes de lejanos países de Oriente. Dios no ha venido a salvar sólo a los judíos, sino que Él «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tim 2, 4). Se podría decir que la Navidad manifiesta la cercanía de Dios al hombre y la Epifanía es la visibilidad gloriosa de su divinidad.

 

Es significativo el hecho de que la tradición haya querido representar a estos sabios como hombres de tres razas distintas y de diferencia de edad significativa entre ellos, como signo precisamente de esa universalidad de la salvación.

 

            - La tercera y última de las celebraciones, con la que se pone fin a este tiempo litúrgico, es la fiesta del Bautismo del Señor el domingo siguiente al 6 de enero. En unos pocos días se reviven los treinta años de vida oculta del Señor. Años, no hay que olvidarlo, mediante los que también el Señor nos redime y en los que ya aparece el signo de la cruz (huida a Egipto).

 

 

·           Estos misterios no se celebran como un simple recuerdo o aniversario entrañable, sino que tienen un carácter salvífico actual. El misterio se nos hace presente y se nos comunica en la celebración litúrgica. El "Dios con-nosotros" quiere en cada Navidad hacernos partícipes de su nuevo nacimiento y de su vida. Jesús nace en la Iglesia, en el mundo y en nuestro corazón, trayéndonos una vez más la salvación, la paz y el amor que trajo hace más de dos mil años. Basta tener el alma bien limpia y purificada, como se nos recomendaba durante el Adviento, para recibir con fruto los efectos salvíficos de este tiempo de Navidad.

 

 

·           En Navidad todo es júbilo; por eso el color que usa el sacerdote en las celebraciones es el blanco o dorado, símbolo de fiesta y de alegría.

 

            Los nacimientos que los católicos preparan en sus casas son una llamada a vivir las virtudes de la humildad, la pobreza y la alegría, tal y como Jesús nos enseñó naciendo en el portal de Belén.

 

 

 

            La buena noticia que debemos transmitir

 

·        Quien no ha entendido el misterio de la Navidad no ha entendido lo más determinante de la condición cristiana: «Dios ha llegado a ser verdaderamente «Emmanuel», Dios con nosotros, alguien de quien no nos separa ninguna barrera de sublimidad ni de distancia: en cuanto niño, se ha hecho tan cercano a nosotros, que le decimos sin temor tú»[7].

 

El mismo J. Ratzinger, siendo ya Papa Benedicto XVI, diría: «Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo». Y todo ello «para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros. Esto es la Navidad: (…) Dios se ha hecho uno de nosotros para que podamos estar con él, para que podamos llegar a ser semejantes a él».[8] Esa es la Buena Noticia que no podemos dejar de anunciar al mundo entero en este tiempo de Navidad, en todo tiempo.

 

 

Raúl Navarro Barceló      

___________

 

[1] J. H. Newman, Jesús. Páginas selectas. La encarnación, misterio de gracia, Monte Carmelo, Burgos 2002, pp. 122s.

[2] «El 25 de diciembre era y sigue siendo en el calendario judío la fiesta de la hanukkah, la fiesta de las luces. La fiesta nos recuerda que, en ese día del año 165 a. C., Judas Macabeo quitó del templo de Jerusalén el altar dedicado a Zeus que la tradición designaba como la «abominación de la desolación en el lugar santo». En esa misma fecha, el rey sirio Antíoco, que se hacía venerar como Zeus, había hecho erigir la imagen idolátrica en el templo y había convertido ese día en su festividad. Con Judas Macabeo, esa fecha pasaba a ser el día de la purificación del templo, el día en que se reparaba el honor pisoteado de Dios y se iniciaba de nuevo la debida glorificación de Dios. Israel databa a partir de ese día su renacimiento: Israel había sido restaurado en el mismo momento en que pudo volver a servir a su Dios de forma apropiada.

Como la semana del 25 al 31 de diciembre era al mismo tiempo la semana previa al año nuevo, la restauración adquirió un significado aún más profundo: era una representación del nuevo comienzo de la creación, del esperado tiempo de la libertad. Por eso, ya en el año 100 a. C. se esperaba el nacimiento del niño-Mesías para ese día. Pues del Mesías se esperaba que enseñara a los hombres como se puede dar correctamente gloria a Dios y que, con ello, diera inicio al nuevo tiempo de la libertad. Ya en tiempos de Jesús se celebraba esa fiesta como la fiesta de las luces, según la frase del profeta: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz» (Is 9,1).

Lucas expuso en su relato de la infancia de Jesús una cronología de profundo significado simbólico a través de cuyas dataciones sitúa el nacimiento de Jesús justamente en la fiesta de hanukkah, en la noche de las luces, que se convirtió así en la fiesta cristiana de la Navidad. Con eso, Lucas quiere interpretar una vez más el significado del cántico de los ángeles: lo que Judas Macabeo sólo podía realizar de forma insuficiente fue llevado a cabo realmente por Cristo en su nacimiento. Él quitó del mundo las imágenes de los ídolos. Él construy6 el templo de su cuerpo. Él restauró la gloria de Dios» (J. Ratzinger, La bendición de la Navidad. Meditaciones, Barcelona 2007, pp. 90-93).

[3] La primera referencia occidental data del año 354 en el Cronógrafo Romano, un documento de carácter civil y religioso. Sin duda alguna, influye en la instauración de esta celebración la polémica suscitada por la herejía arriana durante este siglo.

[4] La festividad romana era una fiesta pagana e idolátrica del solsticio de invierno (Natalis solis invicti), establecida el 275 d.C. por el emperador Aureliano y muy arraigada en la urbe romana. El 25 de diciembre se celebraba que el sol, tras la noche más larga del año, volvía a nacer y empezaba a elevarse desde su posición más baja. La Iglesia se sirvió de este simbolismo para expresar el nacimiento del verdadero sol de justicia (cf. Mal 4, 2; Lc 1, 78), la verdadera luz del mundo que rompe el velo de tinieblas del pecado en el que estaba sumido el mundo e ilumina a todos los hombres.

[5] J. Ratzinger, Imágenes de la esperanza. Itinerarios por el año litúrgico, Madrid 1998, pp. 9-11.

[6] Cf. J. L. Gutiérrez – J. A. Abad, Nuevo Misal Popular Iberoamericano, I, Pamplona 1995, pp. 101-104.

[7] J. Ratzinger, Imágenes de la esperanza. Itinerarios por el año litúrgico, Madrid 1998, p. 12.

[8] Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad de la Natividad del Señor (24-12-2005).

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