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Origen, desarrollo y sentido del

Tiempo de Cuaresma

·    Durante todo el año la Iglesia celebra los misterios de la fe en lo que llamamos año litúrgico. La Navidad y la Pascua, el misterio del nacimiento y el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, son los dos focos sobre los que se enraíza el año litúrgico. A la Navidad le precede el tiempo de Adviento y le sigue la fiesta de la Epifanía (espera y manifestación, respectivamente); la Pascua está a su vez flanqueada por el tiempo de Cuaresma y la fiesta de Pentecostés. Nos centraremos ahora en el tiempo litúrgico de Cuaresma, mediante el que la Iglesia se prepara para la celebración del misterio pascual.

 

·          El tiempo de cuaresma comprende 40 días que van desde el Miércoles de Ceniza hasta la mañana del Jueves Santo, en la que tradicionalmente se celebra la Misa Crismal, en la que el obispo, acompañado de su presbiterio, consagra los santos óleos y se renuevan las promesas sacerdotales. 

El número de días que conforman este tiempo litúrgico da origen a su nombre, que deriva de la palabra latina quadragesima. Esta cifra tiene una fuerte raigambre bíblica: cuarenta son los días que duró el diluvio (Gn 7,12); Moisés, para recibir por segunda vez las Tablas de la Ley, ayunó cuarenta días (Ex 34,28); el éxodo a través del desierto del pueblo de Israel duró cuarenta años (Nm 14,34); el profeta Elías guardó abstinencia en el desierto por cuarenta días (1Sam 19,8); y cuarenta días estuvo Jesús en el desierto para preparar el inicio de su ministerio público (Mt 4,1-11; Mc 1,12-15; Lc 4,1-13).

 

Los últimos días de Cuaresma (desde el domingo de Ramos) junto con el Triduo Pascual constituyen la Semana Santa, la más importante de todo el año litúrgico.

 

 

 

           Origen y Desarrollo del Tiempo de Cuaresma

 

·       El año litúrgico es el fruto de un largo proceso histórico de toma de conciencia de la necesidad de vivir los misterios de la vida de Cristo de manera secuencial en torno al principal de todos ellos: el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo.

 

Precisamente, con el fin de prepararse a vivir adecuadamente el misterio pascual, la Iglesia advirtió la conveniencia de establecer un período de tiempo para ese fin. Por los datos que disponemos parece que la existencia de una quadragesima (un período de 40 días) como estructura orgánica para la preparación de la celebración Pascual no puede remontarse más allá de comienzos del siglo IV (aunque la Iglesia de Roma tardaría un poco más en seguir este esquema de días). Su nacimiento estaría vinculado probablemente a la práctica penitencial de ayuno que la Iglesia primitiva realizaba alrededor de los días precedentes a la Resurrección, la cuál tenía un sentido de conmemoración dolorosa de la muerte del Señor (no de preparación) y presentaba diversas formas según el grupo cristiano. En todo caso puede observarse que en general estaba muy difundido el ayuno del viernes y sábado santo. Para Roma, por ejemplo, lo atestigua así hacia el año 200 Hipólito en la Tradición Apostólica.

 

       En el trascurso del siglo IV se naturalizó un tiempo de ayuno de 40 días con un sentido ya sí de preparación para el ayuno de Pascua (viernes y sábado), aunque con cálculos diversos en los distintos lugares del orbe cristiano (unos incluían los domingos y sábados y otros no). En Roma, por ejemplo, inicialmente se fijó como comienzo de la cuaresma el domingo I de cuaresma; y, a diferencia de otros lugares, los domingos no se ayunaba y la liturgia del día no hablaba de ayuno, sino del espíritu de renovación de la vida cristiana. Más tarde el inicio del tiempo de Cuaresma se adelantó al miércoles anterior al primer domingo para que hubiese cuarenta días de ayuno hasta la Pascua, descontando los domingos. Desde tiempos de san Gregorio Magno (siglo VI), el miércoles de ceniza inauguraba en Roma la santa cuarentena, por lo que se llama también a este día “in capite jejunii” (en la cabeza o comienzo del ayuno).

 

        «Mediante un proceso de sedimentación, este período de preparación pascual fue consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma. En la progresiva formación y desarrollo de esta institución litúrgica influyeron también, sin duda, las exigencias del catecumenado y la disciplina penitencial para la reconciliación de los penitentes»[1]. Así pues, la Cuaresma y también la Pascua se fue configurando con la mirada puesta en dos grupos diferentes de fieles: los catecúmenos que vivirían ese año la iniciación cristiana y los cristianos que debían purgar los pecados con la penitencia pública o privada. Era un tiempo en que la comunidad cristiana se sentía más como “Iglesia madre” y velaba por la incorporación de nuevos hijos o la recuperación de los alejados, como algo vital para su propia misión y supervivencia.

 

Sin embargo, desaparecida la institución del catecumenado y sustituida la reconciliación pública por la penitencia secreta a partir del siglo VII, la Cuaresma quedó configurada como un tiempo casi exclusivamente penitencial y ascético.

 

           Señalamos algunos datos significativos del proceso de formación progresiva de la Cuaresma:

 

- Durante el primer estadio de organización cuaresmal se celebraban tan sólo las reuniones eucarísticas dominicales. Con el paso de los siglos fueron añadiéndose nuevas asambleas eucarísticas hasta completar la semana en tiempos del Papa Gregorio II (715-731).

 

- Hacia el s. VI, el miércoles y viernes previos al primer domingo de cuaresma comenzaron a celebrarse como si formaran parte también del período penitencial[2]. Ese miércoles, los penitentes, por la imposición de la ceniza, ingresaban en el orden que regulaba la penitencia canónica. El rito se extendería a toda la comunidad cristiana una vez desaparecido dicho orden. Este es el origen del miércoles de ceniza.

 

- Durante el curso de los siglos VI-VII se da un proceso —no exento de no partidarios— de anticipación del tiempo de Cuaresma. La semana precedente al primer domingo de Cuaresma se dedica por entero a la preparación pascual con lo que el domingo que abre esa semana pasa a llamarse de Quinquagesima, pues se celebra 50 días antes de la Pascua. Para salvar el simbolismo de los 40 días, el recuento se hace desde el viernes anterior al domingo de ramos, de modo que la última semana: la Semana Santa, adquiere cierta autonomía. Más tarde, el proceso de anticipación dará lugar a los domingos de Sexagesima y Septuagesima.

 

- La ceniza se empezó a imponer a todos los fieles en el siglo IX, cuando había decaído la práctica de la penitencia pública. En el año 1091, el Papa Urbano II recomendó la imposición de la ceniza a todos los fieles como signo distintivo de la inauguración de la Cuaresma.

 

- La devoción a la Pasión de Cristo y a la Virgen Dolorosa invadió las últimas semanas de la Cuaresma sobre todo a partir de la Baja Edad Media.

 

- La reforma conciliar vaticana devolvería a la Cuaresma su simplicidad original suprimiendo los domingos anteriores, de modo que comprendía el período de cuarenta días entre el Miércoles de Ceniza y el Jueves Santo.

 

 

 

          Sentido

 

·        Benedicto XVI explicaba así el sentido de la Cuaresma: «Este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual»[3].

 

Así pues, la Cuaresma es ante todo un tiempo de preparación de cara a la vivencia de la celebración del misterio pascual. Un tiempo que se caracteriza por una singular llamada a la conversión (metanoia) y a una actitud penitencial o de desprendimiento. Ahora bien, conviene poner de relieve que el horizonte de la penitencia no es el sufrimiento, sino la alegría. Los cristianos vivimos el espíritu de penitencia y de conversión no bajo el peso de la tristeza, sino con la alegría de quien, siendo consciente de su condición de persona pecadora, ha descubierto una verdad aún más importante: que Dios le ama; que ha muerto y resucitado por ella, para conducirla a la vida de la gracia. La palabra conversión significa “retorno”, vuelta al camino que conduce al Padre.

 

Para ello es necesario un retorno también a lo esencial de la vida y descubrir la alegría de Jesucristo en comunión con los demás. De ahí la recomendación durante este período de vivir el ayuno, la oración y la limosna. Se ayuna[4] no para privarse de algo, sino para tener todavía más hambre de Cristo; se reza no simplemente para pedir cosas, sino para entrar en la comunión con Aquél que es la fuente de todo; y se da limosna, no para desembarazarse del pobre, sino para compartir e ir al encuentro de quien habitualmente no encontramos.

 

·      Antes de terminar creo que es importante detenernos brevemente a explicar un poco más detenidamente el significado de uno de los conceptos claves que definen este tiempo litúrgico: el término conversión.

 

La palabra conversión procede del latín convertere y traduce el término griego metánoia. Esta palabra en su origen griego tiene un carácter más bien intelectual, porque hace referencia a la mente; literalmente se traduciría como «cambio de mente» y se empleaba para hablar del arrepentimiento o disgusto por los actos individuales. En el contexto bíblico, sin embargo, esta palabra está enriquecida por el «concepto judío de teshubah (literalmente: volverse, retorno), que está enraizado en la llamada de los profetas del Antiguo Testamente que piden a la nación que retorne a Dios; de esa manera, ese término evoca un cambio total en la orientación espiritual»[5]. El hijo pródigo de la parábola de Jesús sería un claro modelo de persona que retorna al Padre. A quienes han caminado tras el Señor y luego han tomado otros senderos, buscándose a sí mismos, el Señor envía a sus mensajeros, para decirles: «Regresad, reorientad el sentido de vuestros pasos, cambiad la dirección de vuestros pies y retomad la dirección correcta, para caminar de nuevo tras el Señor».

 

En labios de Jesús la palabra conversión adquiere también un nueva dimensión. «Convertirse ya no quiere decir volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, aferrar la salvación que ha venido a los hombres gratuitamente, por libre y soberana iniciativa de Dios.

 

Conversión y salvación se han intercambiado de lugar. Ya no está, como lo primero, la conversión por parte del hombre y por lo tanto la salvación como recompensa de parte de Dios; sino que está primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y después la conversión como respuesta del hombre. En esto consiste el «alegre anuncio», el carácter gozoso de la conversión evangélica. Dios no espera que el hombre dé el primer paso, que cambie de vida, que haga obras buenas, casi que la salvación sea la recompensa debida a sus esfuerzos. No; antes está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no empieza predicando el deber, sino el don; no comienza con la ley, sino con la gracia» (R. Cantalamessa).

 

 

 

            Celebración

 

·      En el aspecto litúrgico el tiempo de Cuaresma queda significado mediante el uso del color morado (a excepción del cuarto domingo o domingo laetare en el que se usa el rosa, como señal de alegría, ya que junto a la muerte de Cristo esperamos también su resurrección). El color morado invita a la penitencia y conversión como preparación del misterio central de nuestra fe.

 

        En la misa dominical no se dice el Gloria ni aleluya. Estos himnos de carácter alegre se reservan para la llegada del tiempo pascual. Queda prohibido, como signo penitencial, adornar con flores el altar, y los instrumentos musicales se permiten sólo para sostener el canto (de estas normas se exceptúan el domingo laetare, las solemnidades y las fiestas).

 

         Respecto a la liturgia dominical de la Palabra, los tres ciclos de la Cuaresma, A, B y C, sin dejar de mantener la unidad de este tiempo, están especializados en cada una de sus finalidades: catecumenal, prepascual y penitencial. (…) Los domingos de Cuaresma tienen tres lecturas cuyos temas no están necesariamente relacionados entre ellos, sino que forman tres secuencias diferentes: la historia de la salvación centrada en la alianza otorgada por Dios (Primera lectura: Antiguo Testamento), el misterio pascual y su aplicación en la Iniciación Cristiana (Segunda lectura: Apóstol) y el tema propio de cada ciclo (Evangelio). En algunas ocasiones coinciden los temas de la primera lectura y el Evangelio, como profecía y cumplimiento, sirviendo la lectura segunda de clave interpretativa de la relación entre ambas[6].

 

·         Se aconseja rezar el Via Crucis al menos los viernes, como medio de unión a la pasión del Señor y en reparación de los pecados.

 

·        Misas estacionales en Roma. «Según la antiquísima tradición romana de las "estaciones" cuaresmales, durante este tiempo los fieles, juntamente con los peregrinos, cada día se reúnen y hacen una parada —statio— en una de las muchas "memorias" de los mártires, que constituyen los cimientos de la Iglesia de Roma. En las basílicas, donde se exponen sus reliquias, se celebra la santa misa precedida por una procesión, durante la cual se cantan las letanías de los santos. Así se recuerda a los que con su sangre dieron testimonio de Cristo, y su evocación impulsa a cada cristiano a renovar su adhesión al Evangelio. A pesar del paso de los siglos, estos ritos conservan su valor, porque recuerdan cuán importante es, también en nuestros tiempos, acoger sin componendas las palabras de Jesús: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Lc 9, 23)»[7].

 

 

 

          Anexo. TRIDUO PASCUAL.

 

        El Triduo Pascual constituye el punto culminante de todo el año litúrgico. Durante estos días, la Iglesia conmemora los grandes acontecimientos que jalonaron los últimos días del Señor, y nos invita a celebrar los misterios de nuestra redención. El Triduo da comienzo la tarde del jueves santo, con la Misa in Cena Domini, culmina en la Vigilia Pascual y se cierra con las vísperas del Domingo de Resurrección.

 

          Jueves Santo: la Misa vespertina de la Cena del Señor abre el solemne Triduo Pascual. En ella se conmemora la última cena en la que Cristo instituyó los sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sagrado.

Este día suele realizarse el lavatorio de los pies, recordando la actitud de humilde servicio de Jesús para con sus discípulos y el mandamiento nuevo del amor.

En esta celebración se consagra el pan necesario para la comunión del Viernes de la Pasión del Señor, ya que ese día no se celebrará el sacrificio eucarístico. Luego de la comunión se traslada el Santísimo Sacramento hasta el lugar donde se reserva y es adorado por los fieles hasta la media noche.

 

        Viernes Santo: Este día conmemora la Pasión y muerte del Señor. En este día, en que «ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo», la iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo muerto (dormido=Adán) en la Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.

 

La Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, en este día no celebra la Eucaristía ni ningún otro sacramento, salvo por razones gravísimas. La liturgia de ese día es una celebración de la Palabra seguida de la plegaria universal, la adoración de la cruz y la comunión (que sólo se distribuye en este momento). El tono triunfal y victorioso de toda la liturgia de este día es reflejo de la teología de San Juan, que presenta la cruz como el momento de la glorificación de Jesús. Jesucristo ha muerto abrazado al árbol de la cruz para darnos a nosotros el fruto de la vida eterna; para obtenernos el perdón de los pecados y con su resurrección hacer de nosotros hijos de Dios.

 

El ayuno de este día no tiene sentido penitencial sino de preparación para la celebración de la solemnidad de Pascua de Resurrección.

 

         Sábado Santo: Durante este día la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección.

Este es un día alitúrgico ya que no se permite celebrar la Eucaristía, ni ninguna otra acción litúrgica, salvo el rezo de la Liturgia de las Horas, hasta la celebración de la Vigilia Pascual. La Sagrada Comunión sólo puede llevarse como viático. Este día los cristianos se recogen en silencio y, mediante la oración y el ayuno, esperan la Resurrección del Señor.

 

            Vigilia Pascual y Domingo de Resurrección: La vigilia pascual (del griego páscha y del hebreo pesaj, que significan paso o tránsito) es considerada como la «madre de todas las vigilias» (San Agustín, Sermo 219). En ella la Iglesia espera velando la resurrección de Cristo (prefigurada en la Pascua judía que trajo consigo la liberación de la dominación egipcia a través del paso del Mar Rojo) y la celebra en los sacramentos de la iniciación cristiana (con el bautismo morimos con Cristo, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza, comprometida en el apostolado).

 

La celebración debe comenzar después de caída la noche y antes de despuntar el alba. Consta de cuatro partes:

 

- Los ritos iniciales están constituidos por el Lucernario, que nos ofrece el simbolismo de la luz;

- La Liturgia de la Palabra presenta la historia de la salvación convertida en anuncio de la Pascua del Señor, que culmina en el evangelio;

- La Liturgia Bautismal es doble: el rito bautismal y la renovación de las promesas bautismales;

- La Liturgia Eucarística: la celebración eucarística tiene una fuerza especial: es la Eucaristía más importante del año litúrgico.

 

 

 

 

Raúl Navarro Barceló     

 

 

[1] J. Pascher, El año litúrgico, Madrid 1965, p. 399.

[2] El Evangelio de Comes de Würzburg del año 648 conoce el comienzo de la cuaresma con el miércoles de ceniza.

[3] Benedicto XVI, Mensaje del Papa para la cuaresma de 2012.

[4] La Iglesia establece la obligación de vivir durante el período cuaresmal unos días de ayuno y abstinencia. La abstinencia es un gesto penitencial por el que voluntariamente el fiel se abstiene de comer carne (u otro tipo de privación, según el caso) los viernes de cuaresma y el miércoles de ceniza. El ayuno es la reducción voluntaria de la comida (se hace simplemente una comida frugal) que se suma a la abstinencia el miércoles de ceniza y el viernes santo. El ayuno obliga a todos los católicos entre 14-59 años que no tengan algún impedimento. La abstinencia obliga a partir de los 14 años.

[5] J. Marcus, El Evangelio según Marcos (Mc 1-8), Salamanca 2010, p. 159.

[6] Cf. Material de la diócesis de Valencia para la Cuaresma-Pascua 2012.

[7] Benedicto XVI, Homilía en la Basílica de Santa Sabina el Miércoles de Ceniza (01-03-2006). 

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