La alegría de la fe
© by Raúl Navarro Barceló
Corona de Adviento. Origen y significado
· Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico. Entre ellas ha alcanzado notable éxito en los últimos años la llamada Corona de adviento. Los cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes se ha convertido en un símbolo del Adviento en los templos cristianos y en muchos hogares. De hecho el encendido progresivo de las velas de la corona de Adviento es una tradición familiar antes que litúrgica. La familia se congrega para leer una lectura breve de la palabra de Dios, rezar una oración y encender la corona.
Significado
· El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia explica así el significado: «La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78)»[1]. En términos semejantes se expresaba el cardenal J. Ratzinger: «La corona nos recuerda a nosotros y a la Iglesia el tiempo en que una humanidad no redimida esperaba la redención. Nos recuerda las tinieblas de una historia aún no salvada, en la que las luces de la esperanza se fueron encendiendo lentamente, hasta que al fin vino Cristo, la luz del mundo, y lo liberó de las tinieblas de la falta de la salvación»[2].
Ambos textos recogen una de las tradiciones que explican el significado de la corona de Adviento. Según ésta:
- la primera luz simbolizaría el perdón otorgado a Adán y Eva;
- la segunda, la fe de Abraham y de los patriarcas;
- la tercera sería expresión del gozo de David y de los Hijos de Sión, que se alegran con la venida de su Rey;
- la cuarta simbolizaría la enseñanza de los profetas, que anunciaron que el Mesías nacería de la Virgen María.
Pero según otra tradición:
- la primera candela representa la penitencia y se la llama “la Vela del Profeta”.
- la segunda representa la humildad y es llamada “la Vela de Belén”, por la profecía de Miqueas (Mi 5, 2; Cfr. Mt 2, 6; “Y tu Belén de Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá”).
- la tercera candela significa el gozo y es llamada “la Vela de los Pastores”. Recuerda que ha pasado ya más de la mitad del tiempo de Adviento.
- la cuarta candela significa la paz y es llamada “Vela de los Ángeles”, quienes al anunciar la llegada del Mesías desearon paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 14).
Sea como sea, para cada uno de nosotros el progresivo encendido de los cuatro cirios de la corona debe significar también nuestra gradual preparación para recibir la luz de Cristo en la Navidad.
· En cuanto al color de las velas, también varía según las tradiciones. En muchos lugares de tradición católica las velas han adoptado el color litúrgico, de este modo, el significado de las velas se enlaza con el color; las tres velas del color morado hacen más referencia a la conversión y a la preparación; mientras que la vela de color rosa señala la cercanía de Jesús, pues se ha superado la mitad del Adviento (III Domingo de Adviento o Domingo Gaudete).
En las iglesias de tradición Anglicana e Iglesias evangélicas se utiliza sobre todo el color azul añil, porque quieren reservar el morado para la cuaresma. En otras tradiciones se coloca también una vela blanca que se enciende en navidad como signo de la luz de Cristo, el sol que nace de lo alto.
Los hay también que utilizan cuatro colores distintos para las velas: azul, que representa el espíritu de la vigilia; verde, que representa la esperanza; rosa, que representa la alegría por el anuncio del nacimiento de Jesús; y amarillo, que es el color de la presencia luminosa de Dios.
Es bueno hacer notar que los colores de las velas de la corona de adviento no dejan de ser una adaptación a su uso litúrgico, por lo que bien podrían usarse velas del color natural de la cera.
· En cuanto a la decoración de la corona, además de las ramas de hojas perennes: abeto, pino, arándano, muérdago... en ocasiones se le colocan manzanas de adornos o bolas rojas en alusión a la manzana del pecado y al mismo Cristo, fruto del árbol de la Cruz; si por el fruto de un árbol hemos sufrido la muerte, por el fruto del Árbol hemos recibido la salvación.
Origen
· La corona de adviento encuentra sus raíces en las costumbres pre-cristianas de los pueblos germánicos. Durante el frío y la oscuridad de diciembre, estos realizaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera, en la que la luz y el calor del astro sol volvería a brillar sobre ellos y calentarlos.
Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para transmitir el Evangelio. Tomando pie de las palabras del mismo Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12), dieron un nuevo significado a esa costumbre pagana. La luz que prendemos en la oscuridad del invierno nos recuerda a Cristo que vence la oscuridad. Aquellas costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.
· La actual forma de la corona de Adviento se debe al educador y teólogo luterano Johann Hinrich Wichern, que atendía un albergue de huérfanos en Hamburgo. Durante el Adviento los niños le preguntaban con frecuencia los días que quedaban para la Navidad. En 1839 revistió una vieja rueda de carreta con hojas pequeñas y con 19 velas pequeñas rojas y 4 velas más grandes: Las velas rojas se encendían en los días feriales mientras que las blancas se encendían los domingos.
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[1] Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones, 97-98.
[2] J. Ratzinger, Ser cristiano, Bilbao 2007, p. 17.