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Árbol de Navidad. Origen y significado

·      Una de las imágenes asociada a la Navidad es sin duda la de los árboles de navidad llenos de luces y adornos que se encuentran por doquier en las calles de las ciudades y en cada uno de los hogares.

 

 

         Origen

 

            Muchas de las tradiciones que hacen referencia al árbol de Navidad, algunas de ellas nacidas fuera de la cultura cristiana y otras de origen estrictamente cristiano, se remontan a tiempos muy antiguos, pero la documentación histórica acerca del árbol tal y como lo conocemos y decoramos hoy en día sólo hace referencia a los últimos siglos. Recogemos aquí algunas de las que podrían estar en la raíz del árbol de Navidad.

 

-     En la cultura de los celtas, el árbol era considerado un elemento sagrado. Se sabe de la existencia de árboles adornados y venerados por los druidas de centro-Europa, cuyas creencias giraban en torno a la sacralización de diversos elementos y fuerzas de la naturaleza. Se celebraba el cumpleaños de Frey (dios del Sol y la fertilidad) adornando un árbol perenne, cerca de la fecha de la Navidad cristiana.

Cuando se evangelizó el centro y norte de Europa, los primeros cristianos de esos pueblos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, cambiando su significado pagano.

 

-           San Bonifacio y el roble sagrado de Thor. Una tradición alemana –en parte histórica, en parte leyenda– afirma que el origen del árbol de Navidad se remonta al siglo VIII. San Bonifacio (675-754) era un obispo inglés que marchó a la Germania en el siglo VIII (concretamente a Hesse), para predicar la fe cristiana.

 

Después de un duro período de predicación del Evangelio, aparentemente con cierto éxito, Bonifacio fue a Roma para entrevistarse con el Papa. A su regreso a Alemania, en la Navidad del año 723, se sintió profundamente dolido al comprobar que los alemanes habían vuelto a su antigua idolatría y se preparaban para celebrar el solsticio de invierno mediante sacrificios humanos. Encendido por una ira santa, como Moisés ante el becerro de oro, el obispo Bonifacio tomó un hacha y se atrevió a cortar (o mandó cortar) el roble sagrado de Thor o Donar de la aldea de Geismar (hoy parte de la ciudad de Fritzlar, en el norte de Hesse), bajo el que se iba a realizar el sangriento sacrificio. Los sacerdotes paganos le amenazaron con ser fulminado por los rayos del dios del trueno. Sin embargo, derrumbado el árbol, nada sucedió para humillación de los paganos. Los relapsos se arrepintieron entonces y muchos idólatras pidieron el sacramento del bautismo. La caída del árbol de Thor representó la caída del paganismo en aquellas regiones.

 

Hasta aquí lo que está documentado históricamente. El resto pertenece a la leyenda que cuenta cómo, en el primer golpe del hacha, una fuerte ráfaga de viento derribó al instante el árbol. El pueblo, sorprendido, reconoció con temor la mano de Dios en este evento y preguntó humildemente a Bonifacio cómo debían celebrar la Navidad.

 

El Obispo, continúa la leyenda, se fijó en un pequeño abeto que milagrosamente había permanecido intacto junto a los restos y ramas rotas del roble caído. Lo vio como símbolo del amor perenne de Dios, y lo adornó con manzanas (que simbolizaban las tentaciones) y velas (que representaban la luz de Cristo que viene a iluminar el mundo).

 

Como estaba familiarizado con la costumbre popular de meter en las casas una planta de hoja perenne en invierno, pidió a todos que llevaran a casa un abeto. Este árbol representa la paz, y por permanecer verde simboliza también la inmortalidad; con su cima apuntando hacia arriba, se indica, además, el cielo, la morada de Dios.

 

-           También ofrecen pistas importante sobre el origen del árbol de Navidad, tal como lo conocemos, las obras de teatro medievales que con fines catequéticos representaban los misterios y pasajes de la Biblia.

 

Para difundir y mantener viva la fe y dar a conocer las Sagradas Escrituras, la predicación era esencial, pero no suficiente. Se pensó que las obras teatrales completaran esa predicación y pronto se hicieron populares en toda Europa. En la Nochebuena, el 24 de diciembre, se representaba –con grandísimo éxito popular– el episodio del pecado original de Adán y Eva.

En esa representación el árbol del Bien y del Mal en el Paraíso terrenal ocupaba el centro del escenario. Para ello se escogía un abeto y se colocaban algunas manzanas en sus ramas, así como obleas preparadas con galletas trituradas en moldes especiales, dulces y regalos para los niños.

 

-           Orígenes más recientes. La opinión más generalizada entre los expertos es que el árbol de Navidad, tal como lo conocemos hoy, decorado e iluminado con luces, deriva del simbolismo del árbol del Paraíso. Como su lugar de nacimiento se sugiere la orilla izquierda del Rhin, concretamente la Alsacia.

Uno de los primeros testimonios a favor de la tradición de llevar un árbol al hogar es curiosamente unos registros de la ciudad de Schlettstadt (1521) en los que se establece una especial protección para los bosques en los días previos a la Navidad; los guardabosques eran responsables de castigar a cualquiera que cortara un árbol para decorar su casa.

Otro documento nos informa de que, en Estrasburgo, la capital de Alsacia, los abetos se vendían en el mercado, para llevarlos a casa y decorarlos. De Alsacia, la tradición de los árboles de Navidad se propaga a toda Alemania y al conjunto de Europa. En los siglos XVIII y XIX se hizo habitual entre la nobleza europea, alcanzando las cortes de Austria, Francia e Inglaterra, hasta la lejana Rusia. De los palacios se extendió al pueblo de Europa, y, por fin, en los días de hoy, lo encontramos por todo el orbe.

A Estados Unidos llegó por medio de los  soldados alemanes durante la guerra de la Independencia. Los  primeros adornos que se colocaron en los árboles en Alemania fueron galletas con figuras de muñecos o de animales, adornadas  con colores; durante la primera guerra mundial los soldados  norteamericanos enviaron a sus casas estas galletas como presente  de Navidad, y los familiares resolvieron colgarlas de los árboles. El  colorido que tomaron los árboles inspiró los adornos modernos. En el centro de la cristiandad, en plena Plaza de San Pedro del Vaticano, todos los años, se levanta un árbol de grandes proporciones, elegantemente adornado.

 

 

 

            Significado

 

·      El Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia dice lo siguiente: «Independientemente de su origen histórico, el árbol de Navidad es hoy un signo fuertemente evocador, bastante extendido en los ambientes cristianos; evoca tanto el árbol de la vida, plantado en el jardín del Edén (cfr. Gn 2, 9), como el árbol de la cruz, y adquiere así un significado cristológico: Cristo es el verdadero árbol de la vida, nacido de nuestro linaje, de la tierra virgen Santa María, árbol siempre verde, fecundo en frutos. El adorno cristiano del árbol, según los evangelizadores de los países nórdicos, consta de manzanas y dulces que cuelgan de sus ramos. Se pueden añadir otros "dones"; sin embargo, entre los regalos colocados bajo el árbol de Navidad no deberían faltar los regalos para los pobres: ellos forman parte de toda familia cristiana»[1].

 

            El árbol de navidad es una costumbre que exalta el valor de la vida, porque en la estación invernal el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere. La forma en punta del árbol navideño, su color verde y las luces de sus ramas son símbolos de vida y Cristo, el Hijo de Dios, trae al mundo oscuro, frío y no redimido, la verdadera vida, una nueva esperanza y un nuevo esplendor. Por otra parte, el árbol, el tronco o  las coronas de muérdago se convierten en la presencia de la  naturaleza al rededor del pesebre. No sólo los hombres se alegran  con el nacimiento del Niño; también la naturaleza; porque así como  toda ella fue afectada por el pecado del hombre, del mismo modo  participa también de la redención que se inicia en el pesebre.

 

            Los adornos más tradicionales del árbol de Navidad también tienen su significado:

 

- La estrella: recuerda la estrella que guió a los Magos hasta Belén. Colocada generalmente en la punta del árbol, representa la fe que debe guiar la vida del cristiano.

- Bolas: en un principio San Bonifacio adornó el árbol con manzanas, representando con ellas las tentaciones. Hoy día, se acostumbra a colocar bolas o esferas, que simbolizan los dones de Dios a los hombres.

- Lazos: tradicionalmente los lazos representan la unión de las familias y personas queridas alrededor de dones que se desea dar y recibir.

- Luces: en un principio eran velas y representan la luz de Cristo.

- Bastones. Un vendedor de dulces quiso fabricar algo  especial para la Navidad e ideó un pequeño bastón de menta que recordara el cayado de los pastores, quienes ocupan un lugar preferencial en la escena del pesebre. Para escoger los  colores quiso reunir el blanco de la nieve que cubre los campos del  hemisferio norte, y el rojo de la sangre que el Niño de Belén  derramaría por todos. No pasó mucho tiempo antes de que los ricos dulces de menta  fueran reemplazados por bastoncillos de plástico. 

- Regalos: «Por lo general, en el árbol adornado y en su base se ponen los regalos navideños. Así, el símbolo se hace elocuente también en sentido típicamente cristiano: nos recuerda el "árbol de la vida" (cf. Gn 2, 9), figura de Cristo, don supremo de Dios a la humanidad.

 

Por tanto, el mensaje del árbol de Navidad es que la vida permanece "siempre verde" si se convierte en don: no tanto de cosas materiales, cuanto de sí mismos: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca»[2]. El árbol de Navidad y los regalos propios de estas fechas, son un modo de recordar que del árbol de la Cruz proceden todos los bienes.

 

          Acabamos con unas palabras del Papa Benedicto XVI: «Al prepararnos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador en nuestras familias y en nuestras comunidades eclesiales, mientras cierta cultura moderna y consumista tiende a suprimir los símbolos cristianos de la celebración de la Navidad, todos debemos esforzarnos por captar el valor de las tradiciones navideñas, que forman parte del patrimonio de nuestra fe y de nuestra cultura, para transmitirlas a las nuevas generaciones.

 

En particular, al ver las calles y las plazas de las ciudades adornadas con luces brillantes, recordemos que estas luces nos remiten a otra luz, invisible para los ojos, pero no para el corazón. Mientras las admiramos, mientras encendemos las velas en las iglesias o la iluminación del belén y del árbol de Navidad en nuestras casas, nuestra alma debe abrirse a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres de buena voluntad. El Dios con nosotros, nacido en Belén de la Virgen María, es la Estrella de nuestra vida»[3].

 

 

 

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[1] Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia. Principios y orientaciones, 109.

[2] Juan Pablo II, Ángelus del 19 de diciembre de 2004.

[3] Benedicto XVI, Audiencia del 21 de diciembre de 2005.

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